Múrcia, en portugués, se escribe con tilde

Soy ibérico, defiendo que deberíamos ser un solo país con capital en Lisboa, que nos mezclásemos y nos aportasen toda esa elegancia melancólica

Sábado, 21 de mayo 2022, 08:17

El lunes volábamos a Lisboa desde Alicante con billetes comprados en booking.com. No pudimos hacer el 'checking' pero no nos pareció raro, pensamos que ... lo haríamos en el aeropuerto. Al llegar no aparecía el vuelo en ninguna pantalla. Nos habían vendido un viaje desprogramado. Pelea con bustos parlantes, drama cotidiano y aceptación del hecho de que no hay que comprar más en esa empresa. Los vuelos alternativos eran infernales y entendimos que el sueño de llegar a nuestra amada ciudad para comer en el Chiado era imposible, pero había que llegar sí o sí porque teníamos que montar dos proyectos en ARCO Lisboa y al día siguiente nos esperaban en Oporto.

Publicidad

En 'Granujas a todo Ritmo (The Blues Brothers)' hay una frase entre Jacke y Eslwood Blues que ha inspirado grandes momentos de mi vida en común con Carolina:

–Estamos a casi 200 kilómetros de Chicago, tenemos el depósito lleno, medio paquete de cigarrillos, es de noche y llevamos gafas de sol.

–Tira.

Y tiramos. En nuestro viejo coche lleno de CD recorrimos los campos de España echando de menos cuando se vendían casetes de Camela y tarareábamos «cuando llega el amoooooor». Del verde de esta Mancha llovida sin parar a las encinas que anuncian Extremadura superábamos camiones como si no hubiese un mañana adelantándonos a la puesta de sol, que te ciega cuando vas hacia el oeste. Entramos a Lisboa casi en gloria y allí nos esperaban Sonia y Fod para meterle fuego a la tarjeta de crédito en una marisquería de Belem. Si la vida te da limones pide cigalas.

Días de trabajo y alegría en la desembocadura del Tajo, arte y 'pasteis' de Belem, vino blanco y vino verde. La alegría de vivir en la tierra de la cerámica llegó cuando nos dimos cuenta de que, al haber venido en coche, podíamos llevarnos toda la que quisiésemos. Carolina es muy fan de Bordallo Pinheiro, esas vasijas con forma de coles, lechugas y escarolas.

Publicidad

Viajar con hijos es lo mejor, pero viajar sin ellos es lo segundo, casi empatado. En la vida hay cinco cosas que justifican transitar este valle de lágrimas: el amor, el sexo, los hijos (todo enlazado) el arte y el vino. Y la comida, que sean seis. Bueno, vale, y la música, siete. Sin viajes todo es como más gris y, siempre, más pequeño, así que nos fuimos a hacer turismo en una mañana libre. Éramos unos cuatrocientos, pero antes vinieron miles. Todos hicimos cola para entrar en el monasterio de los Jerónimos de Lisboa. Todos pensábamos que éramos viajeros, tal vez impelidos por el viento imperial, pero éramos turistas que guardaban cola respetuosamente para ver el monumento clave del estilo manuelino, la expresión portuguesa que equivale estilística y cronológicamente con el 'reyes católicos'. El enorme edificio es un bosque de recursos arquitectónicos en piedra blanca, tan impresionante que es imposible dejar de mirarlo. Vas fijándote en detalles y piensas que este estilo es como el resultado del matrimonio entre la Capilla de los Vélez y el patio renacentista de Vélez Blanco, hoy en el Metropolitano Museum de Nueva York, pero hasta hace poco más de un siglo en las tierras de nuestro viejo marqués, es decir, en el glorioso Reino de Murcia.

Un trabajo virtuoso, una monarquía y un país pueden dedicar sus mejores artes y recursos en hacer un edificio muy feo que parece bonito por lo impresionante del despliegue. Pero sin armonía la arquitectura es fea. En ese periodo, al menos.

Publicidad

Amo Portugal por muchas cosas. Son gente admirable, el destino los puso entre el Atlántico y los españoles. Dense cuenta de la situación. Ellos se tiraron al mar, claro, y crearon un mundo suyo. Este es el país más diferente a España. Nada recuerda a aquello pese a la proximidad que hace que el sur de Francia sea tan parecido a Cataluña o Euskadi.

Soy ibérico, defiendo que deberíamos ser un solo país con capital en Lisboa. Sería tan maravilloso que nos mezclásemos y nos aportasen toda esa elegancia melancólica, su europeísmo natural, la forma de construir mirando al mar con cerámica de colores, su serenidad. Nosotros llevaríamos a la unión a Picasso, el vino y la música, y en la fiesta comeríamos bacalao y arroces escuchando a Cesaría Evora al tomar café, que sería portugués, nunca español. Sí podríamos poner el jerez a los pasteles de Belem. Todo me gusta de Lisboa, de hecho un día me iré a vivir al Chiado y aprenderé portugués leyendo a Pessoa de café en librería y al revés.

Publicidad

Un día tendrá que surgir un partido ibérico a cada lado de la frontera que nos haga, juntos, el mejor país posible y el ejemplo de unión y mestizaje que este mundo, lleno de gente rara y siniestra que detesta al otro por puro miedo, necesita.

Pensando todo esto llegó el día de inaugurar ARCO y vimos, desconcertados, el cartel que anunciaba a T20 en la feria. Como siempre, por todo el mundo, anunciaba orgullosamente que somos de Murcia, y ahí vimos que aquí escriben nuestra región con tilde en la u. Y pensamos en lo muchísimo que tenemos que aprender aún de todo. Ojalá nos dé la vida.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Prueba LA VERDAD+: Un mes gratis

Publicidad