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La mochila nacionalista

Estos tiempos tienen algo de brújula enloquecida que gira sobre la idea de nación y su cáncer derivado: el nacionalismo

Lunes, 19 de noviembre 2018

Amanece en el metro londinense y una multitud apretada, con el pelo aún húmedo de la ducha, lee periódicos gratuitos en el andén. Los titulares atacan con ferocidad a la primera ministra, Theresa May, por lo que consideran un acuerdo bochornoso. Pasan las estaciones y al salir, en una cafetería de Waterloo, leo un diario español que dice que ha sido una jugada brillante para permanecer -sin estar- en la UE. Los dos extremos de un mismo hecho denotan una neurosis social que se extrema cuando la camarera, portando una chapa cuya traducción sería «hasta los cojones del 'Brexit'», se niega a cobrarnos en euros. Estos tiempos tienen algo de brújula enloquecida que gira sobre la idea de nación y su cáncer derivado: el nacionalismo.

El nacionalismo no es privativo de regiones secesionistas, los españoles tendemos a ser muy nacionalistas y los ingleses superan nuestra marca. Los franceses ya ni hablamos, pero me interesa el 'nosotros' más próximo. Llevo tiempo pensando cómo deberíamos ser los españoles. Cómo mejorar, qué cambiar para mirar a la cara a otras sociedades, qué vicios eliminar de nuestras estructuras sociales y otras cuestiones del tipo. Para ello es preciso una autocrítica de la que no solemos hacer gala en un alarde de nacionalismo, pero lo cierto es que distamos mucho de ser perfectos.

Esta pasada década, perdida en tantos aspectos, ha provocado un agujero humano en España. Las circunstancias laborales en los años duros llevaron a muchos miles de personas a emigrar. Buscarse la vida fuera es esencialmente bueno, pero cuando es una opción personal la cosa cambia. Cuando estás obligado porque no hay futuro en tu país todo es peor. Estos años ha habido receptores claros de nuestra emigración, como Alemania, Reino Unido o Estados Unidos mientras perdíamos el flujo migratorio que renovaba nuestra envejecida población desde el sur.

Paradójicamente no serán nuestros jóvenes los que paguen todas nuestras pensiones, casi la mitad será sufragada por los subsaharianos que consigan legalizar su situación. Siendo así las cosas, todavía hay oligofrénicos que piensan que su color es mejor que el negro. Yo no lo pienso porque sé que es mentira, pero también porque lo he sufrido en los aeropuertos estadounidenses en los años del pánico terrorista. Soy moreno, hispano y con frecuencia viajo de México o Sudamérica a Estados Unidos, así que el trato no es igual cuando se te considera europeo que cuando puedes ser latinoamericano. Soy la misma persona, pero no soy igual recibido según mi lugar de nacimiento, que no es sino una lotería.

Cuestionaba Levy Strauss la distinción racial y realmente no hay diferencia alguna, de hecho las diferencias son culturales, educacionales, económicas... pero no raciales, y la prueba es que si hay un ser humano de peor calidad es el racista. Un racista es poco inteligente, los extremos llegan a la idiocia en esta gente que reparte comida solo a españoles o los que difunden campañas en la red contra otras personas solo porque son 'de otra raza' o han nacido fuera de nuestra amada patria. Será que ellos han elegido nacer aquí. Que son españoles por elección y no por suerte. Bueno, está lo del destino, que tanto se utilizó aquí en tiempos oscuros, en lo peor de nuestra historia.

No, no nacemos donde queremos. No, los de otros países no son peores. No, nuestra patria no es mejor que las otras, solo es nuestra. No, los de otros países no piensan secretamente que nuestra patria sea mejor que la suya. Tengo un amigo en Nueva York. Tengo muchos, pero uno de ellos es una cosa cercana a un hermano, se llama Nacho Valle. Tuvo una galería en Valencia, Valle Ortí, que fue de las punteras españolas pero un día se hartó de soportar los muchos complejos del mercado artístico español, se cansó del dirigismo político valenciano que en materia cultural ejercía Consuelo Ciscar, se cansó de otras muchas cosas y cerró. Se mudó y rápidamente fue fichado por una galería -vale mucho mi Nacho- y de ahí pasó a la actual. Sería un modelo de emigración beneficiosa que para nosotros es nefasta: la fuga de talentos. El país pierde pero con frecuencia ellos ganan. Nacho no hubiera encontrado la posibilidad de desarrollar su carrera en España, así que tomó la decisión correcta. Una vez allí empezó a correr e hizo del maratón parte central de su vida. Hoy lo sigo en redes, veo que se ha convertido en una especie de lazarillo para corredores con problemas de algún tipo, como invidentes.

Nacho viaja y habla con la gente. No distingue por naciones, colores, estados físicos. Da sin medida lo que tiene. Desde la distancia puede ver una España que nosotros no somos capaces, sumidos en un día a día de confrontaciones por absurdos. Ha superado las banderas y los signos y percibe el mundo como un total lleno de fragmentos, algo que yo intento. Nacho se ha liberado de su nacionalismo, que todos los nacidos aquí llevamos como una mochila y debiera ser un ejemplo. Tal vez haya que irse lejos, como él, para darse cuenta pero mientras debiéramos pensar en esto, en liberarnos de un lastre indeseable que sublima el normal y saludable amor por lo propio convirtiéndolo en la construcción de barreras contra el otro.

Es un fabuloso deseo para 2019: perder peso y perder nacionalismo. Si encima aprendemos idiomas, miel sobre hojuelas.

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