De las sanguijuelas a los metadatos
Estamos inmersos en la vorágine de una revolución en este envite electrónico al que, tanto apocalípticos como integrados, auguran un cambio trascendental
Pese a lo enrevesado de manejar nuevas tecnologías, en particular llegados a cierta edad, es forzoso tratar de vislumbrar lo que nos espera con la ... emergente inteligencia artificial. No solo para evitar una descorazonadora indigencia mental, so pena de encontrarnos inermes ante un contexto generalizado de aplicaciones en cualquier actividad cotidiana. La importancia de esta intrusión de la inteligencia artificial en nuestras vidas viene determinada, incluso sin pretenderlo, por su reiterada y cotidiana presencia por todos los frentes informativos. Ejemplos recientes entre decenas serían la creación por el gobierno de nuestra Comunidad Autónoma de una oficina para abordar su desarrollo. O la polémica supresión del programa de ayudas para los investigadores en esta rama por el Ministerio correspondiente.
Publicidad
Estamos inmersos en la vorágine de una revolución en este envite electrónico al que, tanto apocalípticos como integrados, auguran un cambio trascendental, de proporciones inimaginables, en el modo de vida. Sus aplicaciones se resumirían de modo muy elemental para profanos, en su capacidad para procesar ingentes cantidades de datos en un tiempo infinitesimal. Cada vez que acaecen cambios sustanciales, con implicaciones colectivas, suscitan interrogantes sobre todo de carácter ético, como asimismo ante la quimérica posibilidad, por ahora, de un futuro post humano capaz de dotar de emociones y sentimientos a las máquinas. Caso de producirse, nada se puede dar por descartado, este desarrollo evolutivo culminaría así una teórica rebeldía respecto a sus creadores. La ficción ya se adelantó a semejante tesitura reflejada en la insubordinación del ordenador HAL en la magnífica '2001: una odisea espacial' del maestro Stanley Kubrick, negándose a seguir las ordenes de vuelo establecidas y programadas, y tomar sus propias decisiones.
La irrupción descollante de metadatos, algoritmos y chatbots, con su previsible generalización, tiene especial incidencia en la medicina, con cambios quizás esenciales en la práctica médica, gracias a la inmensa capacidad de almacenar y analizar toda clase de datos, ya sean análisis y previsiones de salud pública, predecir futuros escenarios similares a la reciente pandemia y en la atención sanitaria individual, sostén en tareas de gestión y administrativas, interpretar análisis clínicos, radiografías, o lesiones de la piel mediante la telemedicina. Su papel resulta en foros y medios educativos controvertido respecto a cómo afectará la relación entre médico y enfermo, en particular en la toma de decisiones sobre problemas concretos.
En este caso, las medidas se adoptan de acuerdo a la capacidad intelectual del facultativo, sustentadas en el conocimiento adquirido y su experiencia profesional, con una elaboración mental para enjuiciar un aluvión de pormenores para alcanzar un diagnóstico certero, minimizar errores, establecer un pronóstico y considerar la mejor opción de tratamiento. Si un artilugio externo es capaz de procesar referencias, cifras, relaciones, informes apuntes o particularidades, con el ahorro de tiempo que supone sea bienvenido. Un capital destinado a la persona, a sus aspectos humanos, a su forma de sentir y de pensar, como ente que sufre y padece la enfermedad. La irrupción tecnológica crea una barrera entre ambos actores, realzada en el caso de la implantación de la inteligencia artificial al sustituir el contacto humano sumando factores a esa pretendida deshumanización rampante. Se obvia quizás el hecho de que la validez de sus algoritmos necesita del suministro de datos adecuados, y veraces, provistos por una persona, precisado de verificación, sin sesgos que pueden alterar sobremanera las interpretaciones. Este suministro de datos al recopilar información sobre cualquier enfermedad tiene sus antecedentes en la historia de la medicina, iniciada como precursor por Pierre Charles Alexandre Louis, eminente clínico francés del siglo dieciocho.
Publicidad
La práctica de sangrías, con la aplicación de sanguijuelas por la superficie del cuerpo para eliminar los malos humores –se suponía responsables del desequilibrio fisiológico que causaba la enfermedad– se remontaba a centurias atrás. Aceptada por costumbre, sin haber establecido nunca una comprobación adecuada acerca de su procedencia, validez, indicaciones, resultados... fundamento del pensamiento científico. De modo que Louis se cuestionó su idoneidad mediante la comparación de dos grupos de enfermos, aplicándose en registrar datos acerca de cuál sería el momento idóneo para usar las sanguijuelas, y posteriormente analizar los resultados, de manera precoz o tardía.
El método de cotejar entre grupos, ahora habitual en la investigación, culmina en los ensayos clínicos acerca de la intervención más favorable, soporte de la evidencia científica. En este escenario emergente de la inteligencia artificial será difícil suprimir el componente humano de la ecuación no solo con una adecuada información. Se presume poco factible integrar en logaritmos y números las imprescindibles sensaciones, emociones y sentimientos del enfermo, la otra mitad del proceso de enfermar, desoyendo cantos de sirena sobre una hipotética medicina gestada de forma maquinal, impasible, gélida e impersonal.
Prueba LA VERDAD+: Un mes gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión