Del plástico al paracetamol
Al defender ciegamente 'lo natural' frente a 'lo químico', conviene recordar que la ciencia no inventa desde cero
Vivimos en una época en la que, aferrados al mantra de que 'lo natural siempre es mejor', esta idea se convierte en atributo indiscutible de ... calidad, eficacia y salud. Se ensalzan aquellos productos genuinos, directamente obtenidos de la naturaleza, con desdeño de cualquier manipulación humana –sobre todo si implica procesos químicos– bajo la creencia de que lo artificial desvirtúa lo bueno, volviéndolo sospechoso o incluso dañino. Esta percepción, en el campo de la medicina, denuesta el amplio arsenal de medicamentos de la farmacopea sin profundizar en conocer su procedencia tenidos por productos de laboratorio. Por el contrario, se idealizan remedios caseros, preparados herbales o extractos 'sin químicos', como si la naturaleza fuera una botica infalible y la química un intruso. Esta postura revela desconocer la realidad tanto como el método científico.
Resulta paradójico en este contexto ignorar el hecho básico, esencial, de que muchísimos medicamentos provienen del medio natural, aunque luego hayan sido refinados, purificados o reproducidos en laboratorios. Un ejemplo reciente, y sorprendente, ha sido el hallazgo, gracias a una investigación puntera, de que los plásticos –ese tremendo y problemático desecho contaminante por doquier de bolsas, envases y botellas– se puede transformar nada menos que en paracetamol, conocido y eficaz remedio para aliviar dolores y bajar la fiebre. Gracias a un proceso químico, es posible convertir residuos plásticos en compuestos aromáticos, útiles para sintetizar medicamentos, al utilizar el fenol como intermediario, una sustancia que, a su vez, quién lo diría, se obtiene del petróleo.
Ese descubrimiento abre un debate profundo sobre cómo juzgamos el origen de las medicinas que nos curan. La penicilina, por ejemplo, uno de los mayores avances de la medicina del siglo XX, se aisló a partir de un hongo. O las estatinas para reducir el colesterol –biomarcador tan debatido en sobremesas y consultas médicas–, también se sintetizaron a partir de otro hongo que crece en simbiosis con el arroz. Como la popular aspirina, ácido salicílico, de la corteza de un árbol, el sauce. O algunos de los venenos más letales de serpientes utilizados como anticoagulantes y analgésicos potentes. Por no citar algunos quimioterápicos para tratar el cáncer originarios de sustancias presentes en plantas exóticas o incluso algas marinas. Difícil encontrar algo más natural, entre decenas de remedios, para reivindicar su origen. Sin embargo, en determinados círculos persisten las reticencias hacia los medicamentos de la medicina 'oficial', percibida de modo erróneo como puramente química, fabricados en laboratorios como algo frío, artificial, desconectado de la mitificada naturaleza. Se olvida el largo trayecto de siglos de conocimiento que vincula ciencia y entorno natural, para replicar, mejorar y hacer más accesibles estos compuestos gracias al ingenio humano.
En este contexto, el caso del paracetamol a partir de residuos plásticos es una poderosa metáfora. Una de las moléculas más utilizadas del mundo, el poderoso contaminante de suelos, ríos y mares, se transforma en alivio, en salud. De la basura, nace el remedio. Como antes, este, del petróleo nada menos. Por supuesto, esto no significa que todo producto químico sea inocuo ni que todo lo natural sea dudoso. Ni una cosa ni la otra. Cada sustancia debe evaluarse por su eficacia, seguridad, dosis y circunstancia de uso. La cicuta es natural, pero letal. El arsénico, también. Muchos medicamentos que hoy salvan vidas fueron sintetizados artificialmente para mejorar lo que la naturaleza ofrecía, o para reproducirlo de forma segura y controlada. Lo importante no es el origen sino la calidad, el rigor científico que lo respalda, y su capacidad de mejorar vidas. Detrás de cada avance farmacológico hay años de investigación, ensayos, errores, controles, dudas y pruebas repetidas para entender los mecanismos naturales para intervenir en ellos con respeto y precisión. El científico que descubre una molécula en un hongo o extrae un principio activo de un residuo plástico es, en el fondo, fiel intérprete de esa naturaleza que tanto reverenciamos. Por eso, al defender ciegamente 'lo natural' frente a 'lo químico', conviene recordar que la ciencia no inventa desde cero. Observa, imita, transforma, mejora. Y, a veces, convierte un problema –la contaminación por plásticos– en parte de la solución.
Al tomar una pastilla de paracetamol, tal vez convenga preguntarnos no sólo cómo se obtiene, o de dónde viene, sino cuántos esfuerzos de avances han hecho posible que algo para un alivio, una tregua al dolor, sea más asequible, más limpio y, por qué no decirlo, más natural de lo que parece. Saber que los hidrocarburos son restos fósiles descompuestos durante milenios de antiguos bosques primigenios, debería de iluminar esta cuestión. Porque cuando la química y la naturaleza se dan la mano, el resultado puede ser, como se comprueba, extraordinario.
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