1975-2025, medio siglo del final de un régimen y el comienzo de otro

Jueves, 20 de noviembre 2025, 00:45

En noviembre de 2025 se cumplirán cincuenta años de dos acontecimientos decisivos en la historia contemporánea de España: la muerte del general Francisco Franco y ... la coronación de Juan Carlos I como rey. Medio siglo separa ya aquel momento de incertidumbre y expectación, cuando el país se asomaba al borde de un abismo que podía haberlo llevado al caos o a la libertad. Medio siglo desde que España comenzó, con paso vacilante pero decidido, la andadura hacia la democracia.

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La muerte de Franco, el 20 de noviembre de 1975, puso fin a casi cuatro décadas de dictadura. El régimen había dejado una España socialmente contenida y políticamente inmovilizada. La censura, el miedo y el aislamiento internacional convivían con una incipiente modernización económica que pedía a gritos un marco político nuevo. Pero nadie sabía cómo se iba a producir la transición. Las heridas de la guerra civil seguían latentes, las ideologías enfrentadas apenas disimulaban su hostilidad, y las instituciones del franquismo, con su aparato legal y su inercia autoritaria, parecían un muro infranqueable.

En ese contexto emergió la figura de un joven monarca, Juan Carlos I, cuya designación como sucesor había sido una apuesta personal del propio dictador. Muchos desconfiaban de él; unos lo veían como una continuidad del régimen, otros como un príncipe sin poder ni carácter. Pero la historia se encargaría de desmentir a ambos. El nuevo rey, apenas coronado, comprendió que el tiempo del autoritarismo había terminado y que España solo tenía una salida: la democracia. Y decidió liderar ese proceso con una audacia política que pocos habían imaginado.

La Transición, con mayúsculas, no fue una improvisación ni un milagro. Fue una construcción delicada, paciente, valiente. Juan Carlos I confió en Adolfo Suárez, un político procedente del franquismo, pero con visión de futuro, y le encargó la tarea más difícil: desmontar el régimen desde dentro y abrir las puertas a la soberanía popular, cosas a las que contribuyó con mucha inteligencia Torcuato Fernández Miranda, autor intelectual de las leyes de la desconexión. En apenas tres años, España pasó de las Leyes Fundamentales a una Constitución democrática, aprobada en referéndum en diciembre de 1978. Aquello fue una hazaña política sin precedentes, un paradigma singular para todo el mundo.

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El mérito del rey no fue solo elegir el camino correcto, sino mantenerse firme cuando ese camino se volvió peligroso. Su actuación durante el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 fue determinante. Aquella noche, mientras el Congreso estaba secuestrado por un grupo de guardias civiles, la intervención televisada del monarca, vestido de capitán general, salvó la democracia naciente. Su mensaje fue claro y sereno: las Fuerzas Armadas debían permanecer fieles a la Constitución y al orden legítimo. A partir de ese momento, Juan Carlos I se ganó el respeto y la gratitud de la inmensa mayoría de los españoles.

Los años ochenta y noventa consolidaron el legado de aquella transición. España se abrió al mundo, ingresó en la Comunidad Europea, se modernizó en todos los ámbitos y alcanzó una estabilidad institucional inédita en su historia reciente. El país pasó de la oscuridad al progreso, de la censura a la libertad, de la dictadura a una democracia ejemplar. Y, en el centro de ese cambio, la figura del rey aparecía como símbolo de unidad, moderación y reconciliación.

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Por eso, cuando hoy miramos hacia atrás, no debemos perder la perspectiva. Es cierto que los últimos años del reinado de Juan Carlos I se vieron empañados por errores personales y escándalos que dañaron su imagen y precipitaron su abdicación en 2014. Nadie lo ignora. Pero reducir su legado a esos episodios sería una injusticia histórica. Los hechos fundamentales permanecen intactos; fue él quien impulsó la transición, defendió la Constitución, evitó el retorno del autoritarismo y consolidó una monarquía parlamentaria que ha dado a España medio siglo de estabilidad política.

Medio siglo después, cuando el ruido político amenaza a menudo con borrar la memoria, conviene recordar la magnitud de lo que se logró entonces. En 1975, España era un país que aún respiraba miedo; en 1978, era una democracia homologable a las europeas. Ningún otro país del entorno mediterráneo logró una transformación tan profunda y tan pacífica en tan poco tiempo. Y ese cambio se construyó sobre tres pilares: el diálogo, la generosidad y la moderación. Virtudes que hoy parecen en desuso, pero sin las cuales la convivencia se desmorona.

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La Transición no fue perfecta, pero fue admirable. Y el rey Juan Carlos I desempeñó en ella un papel esencial, no solo como árbitro institucional, sino como motor de cambio. Comprendió que la reconciliación era la única vía posible para superar el pasado y unir a los españoles en un proyecto común. Su reinado, pese a sus sombras, marcó el periodo más largo de prosperidad y libertad que ha conocido nuestra historia reciente.

Celebrar, en 2025, el cincuentenario de aquellos acontecimientos no debe ser un acto de nostalgia, sino de gratitud y reflexión. Gratitud hacia quienes arriesgaron su posición y su seguridad para hacer posible la democracia; reflexión para no olvidar que los derechos y libertades no son conquistas eternas, sino logros que deben cuidarse cada día.

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Porque si algo nos enseña aquel noviembre de 1975 es que las naciones, como las personas, crecen cuando son capaces de cerrar heridas, de mirar hacia adelante sin rencor y de confiar en su propio futuro.

España lo hizo entonces. Y ojalá sepamos hacerlo también ahora.

Los integrantes del Grupo de Opinión «Los Espectadores» son:

Jesús Fontes, Javier Jiménez, José L. Garcia de las Bayonas, José Izquierdo, Blas Marsilla, Luis Molina, Palmiro Molina, José Luis Montoya, Francisco Moreno, Antonio Olmo, José Ortíz, Francisco Pedrero, Antonio Sánchez y Tomás Zamora.

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