Vino el Ejército y... ¡boom!: vacunados

–¿Y qué les dan en su lugar?

Pues les dan eso mismo: en su lugaaar... descanso, ¡ei! Los mandan a que se las apañen como puedan, bien en los bares, bien en los conciertos con mecheros, bien en los bailongos o bien en el botellón. La verdad es que hay donde elegir.

En mis tiempos no teníamos la posibilidad de decir siquiera: «¡Óiga!». En llegando la edad clave para encarrilar tu vida (los 21 añitos), la Moncloa de entonces (obedeciendo órdenes de El Pardo) te mandaba llamar. Quiero decir que te obligaba a que marcaras el paso. Unos reclutas aquí y otros en África, ¡uff! Todo ello mediante sorteo riguroso para evitar suspicacias. Lo que pasaba es que quien tuviera un buen enchufe, ese no la hacía.

–Tocante a enchufes, poco o nada ha cambiado.

Quitarse la mili de encima fue para muchos una bendición. Pero yo iba a otra cosa, aunque relacionada. Por fin decidió Moncloa (aunque le costó dudas de sangre) vacunar a la Selección Española de Fútbol. Y para ello les mandaron nada menos que el Ejército. Algo tendría que ver la ministra del ramo, que es comandanta muy echada palante. Así es que, tras tomar la posición, se atacó en primer lugar a los que juegan. Formó delante de ellos un pelotón 'ad hoc' y (a los acordes de una briosa marcha militar) les clavaron la de Pfizer. Después de tocarles fajina, para que no se produjeran desmayos por el susto vacunal, macharon todos juntos (¡un, dos; un dos; un, dos!) caminito del rancho.

Posteriormente inyectaron a todos los que rumban alrededor de los guripas, desde Luis Enrique hasta otros (dicen que unos cuarenta) que completan el elenco de la Roja. Para el partido del lunes, la vacuna no les aprovecha. Solo será eficaz, por tardar demasiado, cuando estén metidos en la final. (El balón no lo pincharon. Menos mal).