Cuando muere la alarma resucita el botellón
LA ZARABANDA ·
Pero eso da igual: ¿qué importancia tienen tres millones de muertos?Son tantos los muertos de la Covid que, por paradoja, más parece que no hubiera ninguno. Cuando en cualquier suceso que nos traen los medios ... se producen dos víctimas mortales, experimentamos una sensación de lástima. Un caso de violencia de género, en el que muere una sola persona (casi siempre la mujer), nos conmueve. Tres millones de fallecidos por el coronavirus apenas importan. Solo son números.
Esto no lo digo yo de mi cosecha, aunque también, sino que viene avalado por estudiosos que son mucho más perspicaces. «Los muertos –nos dicen– si son muchos importan menos». Sin embargo, deberíamos entender que 'cuando los demás han dejado de existir para nosotros, nosotros dejamos de existir a nuestra vez para nosotros mismos'.
Pero, en fin, dejemos a un lado las filosofías. Hay un hecho incuestionable. El número de víctimas durante la pandemia alcanza ya proporciones millonarias. Como si hubiera tenido lugar una guerra mundial. ¿Y en qué medida ha repercutido eso en quienes seguimos resistiendo en este planeta? No hace falta buscar muchas explicaciones. Basta mirar la tele y ver fiestorros y botellones a go-gó, a los que tiene que acudir la policía para poner un poco de orden.
¿Por qué ocurre esto que, si se contempla con algo de humanidad, produce inquietud en mucha gente? Quienes echan los pies por alto, ¿suponen que con ellos no va el problema? Quizás piensen que, por jóvenes o supermanes, se salvarán de la quema. Incluso si así fuera, ¿cómo es que no les importa hacer daño a los demás contagiándolos? Las mascarillas (aunque hay montones de ellas que no sirven de nada) aprovechan para que quien las usa no se infecte, pero también para no infectar los demás. Un contagiado sin protección es como una escopeta disparando virus a todo el que se pone por delante. Es lamentable que, a estas alturas de la película, haya necesidad de decir estas cosas.
Para entender la gravedad del problema no hace falta referirse a la cifra espantosa de los tres millones. Bastaría con escuchar a los que están a nuestro alrededor y han perdido a un familiar o allegado. Pero eso requiere, ¡ay!, tener siquiera una miaja de capacidad afectiva.
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