¡Ea, ea, Moncloa se cabrea!

La verdad es que, bien mirado, las comunidades se mosquearon por demás. El estado de alarma era una necesidad más que evidente. Y quizás desde las periferias se hizo más política de la cuenta sobre este particular. La prueba es que, ahora, cuando Moncloa dice a Provincias: «¡Hala, chicos! Para que no digáis que soy autoritaria, florecido mayo retiro 'mi' alarma. Y cada región ponga la 'suya'». Provincias responde: «¡Pero pijo! Esto debe hacerlo Moncloa, que para eso está». Y con este flete navegamos.

Entonces la masa insurrecta, que está siempre al acecho, aprovecha enloquecida el resquicio, llega y se tira de cabeza a la piscina del fiestorro. Y ya la tenemos liada, con todo dios escandalizado (incluidos los bañistas mencionados, que van de cínicos). Los sanitarios, pobrecicos míos, se sienten defraudados, porque es que ya no pueden más. La cuestión es que, por pitos o por flautas, la gente de bien teme, no sin visos de razón, que se nos eche encima una cuarta ola (imposible de salvar incluso para el mejor de los surfistas) y se vayan al garete todas las esperanzas puestas en el verano: para tener buen turismo y para que, por ende, se espabile una miaja la vapuleada economía.

–¿Ha dicho 'por ende'?

Evidentemente. Puesto que, entre estos y aquellos han liado una que no hay 'por ende' cogerla. ¿O es que no he hablado bien?

–Lo decía por lo escolimado que se pone usted a veces con el lenguaje.