Ricardo de la Cierva decía que durante la Guerra Civil española no había tantos falangistas ni tantos comunistas. Pero sí gran cantidad de anticomunistas y ... antifalangistas. Con lo cual, el historiador destacaba que el rechazo y el odio al enemigo es un factor de cohesión de grupos sociales mucho más poderoso que los sentimientos positivos o las afinidades ideológicas. Hace siglos, ya el viejo Herodoto había indicado que la mejor forma de cohesionar a un pueblo era señalarle un enemigo exterior al que temer y al que odiar.
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En una democracia es muy importante el nivel de fidelización del electorado con respecto a un partido. A mayor fidelidad, más garantía de éxito. Esta fidelidad puede conseguirse mediante el convencimiento, apelando a la razón y a la inteligencia del electorado. Se trataría de conseguir un voto racional, inteligente, convencido. La experiencia, sin embargo, en las grandes democracias, ha demostrado que es mucho más eficaz para cohesionar al electorado apelar a la emoción, a los sentimientos. Se trataría de conseguir un voto emocional, que no se plantea dudas, ni razonamientos, y que se deja llevar por el impulso de sus sentimientos. Sobre el voto racional, el emocional tiene sus ventajas: el votante emocional es mucho más firme. No le hacen dudar ni las virtudes ni los aciertos manifiestos del adversario, ni tampoco las conductas irregulares o los errores de los de su partido.
Hay dos formas de buscar el voto emocional: apelando a sentimientos positivos o generando sentimientos negativos. No es lo mismo fomentar el amor a España que inculcar odio a los supuestos enemigos de España. Se ha demostrado empíricamente que las campañas negativas son más eficaces que las positivas. Y, de este modo, las tentaciones que sufren los asesores políticos son a veces irresistibles.
Desde Aznar, la derecha política española ha buscado el voto emocional mediante campañas negativas. El equipo de Aznar acuñó la expresión del 'felipismo'; y el 'márchese señor González'. La campaña mediática fue tremenda. Según reconocería años después Luis María Ansón, los que participaron en la conjura para que Aznar llegara al poder sobrepasaron imprudentemente muchos límites, hasta poner en grave riesgo el prestigio de las instituciones. Después vino el 'zapaterismo', el 'Zapatero, Zapatero', al que no se le reconocía ningún mérito, y al que se le culpaba de todos los males. Y ahora estamos con el 'sanchismo'. Cuando Díaz Ayuso dice «o Sánchez o España», o Feijóo propone «derogar el 'sanchismo'», están convirtiendo a Pedro Sánchez en un peligroso enemigo de España, y sembrando un odio con el que alcanzar una identidad afectiva, que consolide el voto emocional.
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Ahora bien, la izquierda también ha aprendido este camino. Se trata de movilizar a su electorado por el miedo a Vox, al que rechazan y odian, teniendo al partido de Abascal como una formación extremista y peligrosa para las libertades individuales y los mecanismos de la democracia. Se intenta extender este rechazo y este miedo también al PP, destacando que gobernarán juntos, como ya lo hacen en Castilla y León. El PP teme las consecuencias de esta estrategia. Sabe que a gran parte de su electorado le trae absolutamente sin cuidado que pacte con Vox. Pero que hay unos votos marginales, más al centro, menos fidelizados, que el 23-J pudieran tener dudas. Por eso Feijóo se ha empeñado en retrasar todo lo posible los pactos de gobierno en Extremadura, Murcia y Baleares. Y, después del 23-J, ancha es Castilla. Pero le ha fallado Valencia. Lo que le permite a la izquierda seguir buscando la identidad afectiva de su electorado mediante una apelación al miedo.
La consecuencia de estas campañas emocionales y negativas es la polarización de la sociedad, su radicalización y su crispación. Hemos sembrado malos vientos, y podemos cosechar peores tempestades. Polarización hay en otros países de nuestro entorno. Pero en España es más preocupante, porque quedan cuestiones por resolver que requieren el acuerdo y el consenso de los dos grandes partidos políticos. Me refiero a la cuestión territorial, a la forma de Estado, y a ese pasado irresuelto por el que la sombra de la guerra fratricida aún habita en nosotros.
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Cuando vino a Madrid desde Galicia, Feijóo nos dijo que apostaba por la moderación. Pero pronto cambió de actitud. Y cada día se parece más a Díaz Ayuso. Ahora, no obstante, le preocupa que la polarización se prolongue más allá del 23-J. Por eso le pide al PSOE que, llegado el momento, se abstenga en su investidura. Algo que no hizo el PP en 2019, forzando a Pedro Sánchez a pactar con Podemos. La maniobra le salió bien al PP, por cuanto que ha llevado a Pedro Sánchez a su ruina. Feijóo teme ahora que los socialistas le apliquen la misma medicina.
De todas formas, una vez investido presidente, Feijóo intentará acabar con la crispación. Dirá que España va bien. Pero será muy difícil lograr que la siembra de estos malos vientos de cólera y odio no nos obligue a soportar tempestades de resultados imprevisibles.
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