Campañas negativas
Se trata de convertir al adversario en una figura odiosa, digno de todo desprecio, y al que hay que retirar cuanto antes de la vida política
En todas las campañas electorales, el objetivo de cada partido es llenar las urnas con papeletas de sus siglas. Pero, para lograrlo, tienen que convencer ... a los ciudadanos para que les voten. A veces, para los indecisos, para los que pasan, para los que dicen que la política no va con ellos, primero hay que convencerles para que voten, para que se tomen la molestia de acudir al colegio electoral y depositar la papeleta en las urnas. Sin embargo, afortunadamente, la mayoría de los ciudadanos han asumido su deber de votar. Y a estos es a los que hay que convencer. ¿Y cómo hacerlo? ¿Qué medio emplear para lograr el voto de los ciudadanos? Más aún: ¿son lícitos todos los medios? ¿O no importa si son lícitos, o no, sino que simplemente basta con que sean eficaces?
Básicamente, hay dos estrategias electorales. Las campañas pueden ser positivas o negativas. En las positivas, el partido político se presenta a la sociedad expresando lo que él ha hecho, lo que ha dejado de hacer, y lo que se propone hacer en el futuro con el apoyo electoral necesario. Son propuestas en positivo. No se trata, desde luego, de una estrategia simple ni candorosa. Por el contrario, en estas campañas positivas se suele no decir aquello en lo que el partido ha fallado, ni tampoco se suelen mencionar aquellos hechos en que el partido estuvo implicado y que pudieran perjudicarle. Tampoco se suele hacer referencia a posibles decisiones de futuro. No se dice con quién pactaría el partido en el caso de que no tuviese mayoría suficiente para gobernar. Todos dirán que aspiran a gobernar en solitario, sin contar con el apoyo de otras formaciones políticas. Los partidos saben que, si dicen con quién van a pactar en el futuro, ello les puede restar votos. Incluso en estas campañas positivas se eluden referencias a algunos asuntos en donde se pueden haber cometido errores políticos; o sobre cómo se va a financiar todo lo que se promete; o sobre qué ocurrió en un determinado caso de corrupción que afloró en años anteriores. Pero, en fin, con todas sus carencias, con todas sus omisiones, las campañas electorales positivas suelen ser lo normal, lo que la gente espera de las formaciones políticas que les solicitan su confianza. Con la campaña positiva, la gente puede votar con la cabeza, porque, entre unos y otros, le ofrecen suficientes elementos de juicio para adoptar una decisión razonada. Esto era, además, a lo que nos habíamos acostumbrado a lo largo de la historia de nuestra democracia.
Sin embargo, últimamente se está intentando presentar como algo normal y natural la llamada 'campaña negativa'. Consiste dicha estrategia en que el partido que la practica se dedica sobre todo a identificar a un adversario. Y, una vez identificado, lo vitupera, lo insulta, lo menosprecia y lo demoniza hasta la saciedad; le atribuye todos los males y defectos, todas las irregularidades políticas imaginables; y lo considera culpable de cualquier problema que pueda originarse en la sociedad. Y toda esta sarta de disparates se efectúa con desfachatez, con descaro y con reiteración persistente. Se trata de convertir al adversario en una figura odiosa, digno de todo desprecio, y al que hay que retirar cuanto antes de la vida política. Con esta continuada serie de reproches y mendacidades, que no se molestan en razonar ni en justificar, lo que se pretende es que llegue a ser tan odioso el adversario político que los votantes habituales del propio partido, los acérrimos de toda la vida, sientan por él un absoluto rechazo. Pero se persigue, además, que los votantes del partido del adversario lleguen a tener dudas, y entonces se les pide también el voto a estos supuestos desengañados.
Campañas negativas ha habido siempre, pero no tan generales y tan reiteradas como ahora. Cuando Felipe González era presidente del Gobierno, desde las filas socialistas se decía que, si Alianza Popular ganaba las elecciones, quitaría las pensiones a los jubilados. Esto era campaña negativa. El «márchese señor González» de Aznar, también era campaña negativa; y echarle todas las culpas a «Zapatero, Zapatero» también era campaña negativa. Se trataba de supuestos concretos y aislados. Pero este modo de actuar se ha generalizado. Hay dirigentes que parece que no pueden alcanzar su liderazgo si no es menospreciando al adversario. Cuando la presidenta de la Comunidad de Madrid habla de acabar con Sánchez, está incurriendo en una campaña negativa; o cuando Feijóo dice que hay que derogar el 'sanchismo' también está incurriendo en una campaña negativa.
El neoyorquino Arthur Finkelstein, fallecido en 2017, fue un asesor político que perfeccionó al máximo las técnicas de las campañas negativas. Asesoró a Reagan y a Netanyahu, entre otros. Ahora, parece que le han salido muchos discípulos en España.
Las campañas negativas son muy eficaces. Lo vamos a comprobar este mismo domingo. Ahora bien, dejan el campo de la sociedad sembrado de minas de odio. Por eso, cabe preguntarse si son lícitas o no.
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