Cuando no era vampiro
He visto estos días las fotos de la noticia de la imputación de Montoro. No es el mismo hombre que conocí en Murcia
Todavía no había acabado el primer lustro de los años 90 cuando conocí en la antigua sede regional del PP murciano de la calle Montijo ... a un chico joven, pizpireto, muy agradable, pelo rizado negro y estética de barba sombreada y cuidada de una semana, en realidad es siempre de dos, que, por ser un look muy infrecuente entonces -era época de bigotones, de esos que cubrían hasta los incisivos-, le daba una especie de apostura rockera. Se llamaba, lo recuerdo bien, Cristóbal Montoro.
Dijo, sin darle importancia, ser diputado raso en el Congreso. No iba de sabihondo, no miraba a nadie por encima del hombro, no daba la mano de lado y sin mirar, como ya hacía su colega el nobiliario Rodrigo Rato, no parecía el típico hombre que fuese a implantar andando los milenios un régimen de terror fiscal en el país.
Tras pegarnos una buena tunda de risotadas cómplices no eché en falta tampoco mi billetera, que es lo que escribí un par de años más tarde del ministro Josep Piqué, lo cual me valió una llamada cabreada del mismo, por haber escrito que como buen catalán del «negoci» había pasado por mi lado tras una conferencia económica en Cajamurcia y me había desaparecido las telarañas de mi cartera, con su araña. Me llevé la mejor impresión de aquel Cristóbal, desde luego alguien de una inteligencia muy viva puesta al servicio de un encanto personal, un «charme» incuestionable (charmante, dirían algunos).
He visto estos días las fotos que ilustraban la noticia de la imputación de Cristóbal Montoro por una ristra de presuntos delitos, en sus años como ministro plenipotenciario de Hacienda. No es el mismo hombre. Cómo la vida, a veces sin querer y otras voluntariamente, retuerce los espíritus como sarmientos y les da formas monstruosas como los árboles batidos por un viento constante. Lo llaman «el murciélago» o «el vampiro» y ciertamente se da un aire. Él supongo que quiso parecerse físicamente, para causar miedo en todos, al gran primer ministro italiano Giulio Andreotti, al que llamaban «Belcebú» o «La eternidad», a quien también le observaba el periodista Montanelli unas orejas desplegadas de murciélago, más grandes cuantos más cientos de años cumplía en el Poder. Pero a Montoro la cosa le quedó de más bajo vuelo. Nocturno.
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