Hay que dar caña
El político español no se siente ni es representante de sus votantes sino, exclusivamente, representante de su partido
Los políticos se toman igual de mal que los cronistas o columnistas el que les digan por la calle eso de «te veo flojo, tienes ... que dar más caña». Es un clásico carpetovetónico desde mucho antes del famoso «dales caña, Arfonzo», en aquel mitin sevillano del PSOE de los últimos años 80. A mí me han dicho muchas veces en la vida eso de tienes que dar más caña, Juan Antonio. Esa gente que se siente obligada a ordenarme caña siempre cree que me llamo Juan Antonio o «Juanan», es inútil que les muestre el DNI. «Me llamo José Antonio». «Pues tienes que dar más caña en la tele, donde siempre te veo». «No salgo en la tele». «Por no dar caña no te sacan, ¿ves, Juan Antonio?».
Todos esos acomodados a los que lo más excitante que les ocurre en la vida es lavar el coche los domingos son los que siempre aconsejan a los demás, desde su parcelita con seguridad privada, que le pegues fuego a todo. Promueven una especie de violencia burguesa subrogada: la gente instalada te emplaza a hacer la revolución, pero hacen el honor de que te estrelles tú contra el mundo. Cuando en efecto te has estrellado, miras alrededor a ver si, al menos, los mismos que querían caña te aplauden: han desaparecido todos. Pero hay diferencias muy notables en que la gente mande dar más caña a mí o que se lo mande a un político. Ya sabemos que el político español responde al pulso de la calle exactamente igual que un columnista: nada en absoluto. El político español no se siente ni es representante de sus votantes sino, exclusivamente, representante de su partido, como el articulista tampoco se debe a los lectores jamás sino a sí mismo. Pero el político no se juega nada si da o no caña, si hace caso a la ira del español sentado, o no. Lo máximo que le puede pasar cuando fracasa es pasar por una puerta giratoria en dirección a algún puesto vitalicio excepcionalmente remunerado, mucho mejor pagado incluso que el cargo anterior. Cuando el político fracasa es cuando tiene más éxito en la vida: le pagarán mucho más en algún consejo de administración por no hacer nada que cuando tenía que hacer algo en política. Por contra, el columnista se lo juega todo, siempre está la amenaza de terminar debajo del puente, con la ausencia del que le conmina a jugársela, al que tampoco le pasa nada nunca.
Es lo que me cabrea de los que dan por la calle órdenes gratis. Dad caña vosotros.
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