Javier Marías
NADA ES LO QUE PARECE ·
Nadie podrá negarle que fue un novelista original que no le debía nada a nadie, hecho a sí mismoSiempre estuvo al margen de todas las modas. Cuando, allá por los años ochenta, tocaba escribir sobre las consecuencias de la Guerra Civil española, como ... lo hicieron algunos de sus contemporáneos más selectos, como Muñoz Molina o Julio Llamazares, él se fue por la tangente legándonos obras de un claro estilo anglosajón, ambientadas en ciudades inglesas o norteamericanas, que parecían traducciones de novelas desconocidas. Por esa y otras oscuras razones, Javier Marías ha sido tan querido como odiado en los círculos –o circos, según se mire– literarios de nuestro país, como ya ocurrió, en distintas épocas, con Valle-Inclán o Juan Benet, al que tanto admiraba.
Fue, y no puso demasiado empeño en ocultarlo, un niño precoz; el típico chico guapo de familia bien, hijo de un represaliado del franquismo, como Julián Marías, discípulo de Ortega y Gasset, con una educación exquisita, con estancias en el extranjero en una época en la que era difícil conseguir un pasaporte, con una buena biblioteca en casa y muchas revistas y editoriales pululando a su alrededor dispuestas a publicarle lo que hiciera falta. Pero, al margen de todo ello, nadie podrá negarle que fue un novelista original que no le debía nada a nadie, hecho a sí mismo.
En cuanto al estilo, son bien conocidas sus malas relaciones con la sintaxis. Nunca fue el escritor favorito de los llamados puristas. Como tampoco lo fueron Pío Baroja ni Juan Marsé. O el mismísimo Galdós, tan vilipendiado por los chicos del 98. En Javier Marías hubo siempre un escaso interés –podría entenderse, incluso, como deliberado– por evitar las repeticiones, como si sintiera alergia por los diccionarios de sinónimos, tan útiles sobre la mesa de trabajo cuando se elabora cualquier texto.
Se explica así, en parte, que sus novelas hayan sido tan bien acogidas en el extranjero. En países como Alemania, Francia, Suiza o Gran Bretaña, porque el traductor de las mismas pudo lograr, a base de constancia, suplir tales carencias, respetando lo esencial del mensaje, la almendra de la narración.
¿En dónde reside, pues, el valor de sus libros, sobre los que tanto han hablado los críticos y sobre los que tantos trabajos de carácter científico se han llevado a cabo, al margen de su éxito entre los lectores de medio mundo? Con Marías se adelgaza la trama, que es justo lo contrario de lo que sucede en la construcción de las obras de su buen amigo Pérez-Reverte, con el que, desde hace décadas, siempre ha formado una extraña pareja: el uno, 'dumasiano' hasta la médula; el otro, un discípulo aventajado de Sterne y de Joyce. Pero el autor de 'Corazón tan blanco' explora en los territorios oscuros del alma y ahonda, como muy pocos, en la psicología de los personajes. Y eso vale su precio en oro.
Javier Marías no ha sido un escritor cualquiera del buen nutrido panorama literario español en el apartado de narrativa. Y no es ninguna broma el que tantas veces se haya hablado de sus más que serias posibilidades de conseguir el Premio Nobel de Literatura. Sus novelas no tienen fronteras y siempre han sido muy bien recibidas en las más diversas culturas porque el destino y la razón de vivir de los seres humanos, sobre lo que reflexiona constantemente, no entiende de razas ni de geografías.
Marías, además, por si todo ello fuera poco, ha sido uno de esos raros escritores –junto con Vargas Llosa, Antonio Soler y Rafael Chirbes– que ha conseguido, en un par de ocasiones, el siempre codiciado y prestigioso Premio de la Crítica. Un dato más para los escépticos de su enorme talento como escritor que, cubierto de laureles y de una buena fama, ocupa ya uno de los lugares más destacados en ese restringido parnaso literario que expulsa con una patada en el culo a los idiotas y abraza a los mejores.
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