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Si esto se hunde, quiero estar contigo

La vida ya es bastante dolorosa como para hacer presente el dolor en cada paso, en cada conversación, en cada rato familiar

Sábado, 12 de diciembre 2020, 01:24

José Medina Galeote se plantó en nuestro despacho con un limón en la mano. Es un limón verde, pequeñito como una lima y de una forma regular. Lo tengo delante mientras escribo. Lo miramos con sorpresa y él nos contó. En Málaga, antes del confinamiento, la Fundación Unicaja inauguró una exposición sobre los hermanos Machado en el Palacio Episcopal, la vi este verano. Era muy emocionante, estaban todos los papeles y las cosas de los dos hermanos, y José y yo fuimos a buscar el papelito que Antonio llevaba en el bolsillo cuando murió en Colliure, lejos de su casa. En aquel papelito arrugado que encontraron en su gabán raído ponía «Estos días azules y este sol de la infancia...». Era febrero del 39, en España acababa un infierno y empezaba otro.

En esa exposición, que la pandemia ha traído hasta hoy, había un limonero que José y sus compañeros plantaron cuando se inauguró su itinerancia en Sevilla hace un año. Era una maceta con una mata de 20 centímetros. La expo fue a Madrid, y en el camión viajaba la maceta. Luego fue a Málaga, se inauguró y se mantuvo cerrada en los meses negros del confinamiento. No dejaron de regar la plantita y hoy es un limonero de un metro y medio. Antes de viajar con un salvoconducto para inaugurar su exposición en Murcia, Medina Galeote cogió un limoncito, como si fuese del limonero del huerto claro donde maduraba, es la infancia de Machado en el viaje a través del tiempo y el espacio, borrando todo lo que hubiese entre un limonero y otro, borrando la memoria del dolor entre épocas.

Y ahora está conmigo el limoncito suave y limpio, verde como el futuro.

¿Recuerdas 'Poltergeist'? La casa se plegaba al final sobre sí misma después de haberse retorcido la tierra como en un vórtice infernal. Hace poco la vimos Carolina y yo con Hugo y Martina y todo el tiempo pensaba que estábamos viviendo aquello en la vida real. Todo se va a la mierda y el ánimo de la gente es feroz. El mal humor es como el río de mocos malvado de 'Cazafantasmas II' y el cielo sombrío como en 'El señor de los Anillos' tantas veces. Pero todo esto no es una película. La gente está sufriendo, algunos mueren, muchos pasan necesidad. La vida ha vuelto en España a la casilla de salida y el horror hace que las cotas de sufrimiento encaminen la vida a los años que quisimos olvidar. Un amigo psicólogo me cuenta que hay miles que se están dando por vencidos.

Es imposible no sufrir con los demás, hay que ser de otra especie para que no te duela el dolor de los tuyos. Cuenta Canetti que los bosquimanos pueden sentir la herida del otro cuando se aproxima. Siento, mientras escribo, millones de heridas.

Ayer murió Richard Corben, un coloso del cómic, el tipo que pintaba las tetas enormes que despertaron mi pubertad, un genio que nunca he dejado de leer y cuyas historias de terror nunca han dejado de asustarme. Eso fue por la noche, por la mañana había muerto Paolo Rossi, el tipo que mató a la Alemania del Mundial del 82, otro de los mitos de mi infancia, una infancia que se hunde cada vez más en la historia. Todo era triste cuando llegué a casa y tronaba el telediario en mi cocina, la cocina de un hombre cada vez más viejo y maniático al que le empiezan a doler las articulaciones. Entonces fui al salón y los críos leían. Hugo 'Mafalda' y Martina 'The Spirit', el cómic de Will Eisner, mi cómic favorito. Yo llevaba el limón en la mano. Sin darme cuenta lo había apretado por el camino hasta que una pequeña grieta dejaba salir una gota. Había roto el limón sin darme cuenta, por el descontrolado estrés en mis músculos. La vida me había hecho apretar el limón de Machado hasta casi romperlo. En ese momento nada me importaba más que el limoncito. Lo llevé a la cocina y lo dejé allí.

«Estos días azules y este sol de la infancia...», pensé, y entendí que estaba gozando la tragedia, estaba disfrutando de una forma secreta y masoquista los telediarios apocalípticos, el drama cotidiano sublimado y el dolor que aún no me ha llegado.

Y empezó a darme todo un poco igual. No puedo sufrir más de lo que me corresponde, no lo hizo Machado, si así hubiese sido no se habría arrastrado hasta el sur de Francia para sobrevivir a todo y seguir luchando. La vida ya es bastante dolorosa como para hacer presente el dolor en cada paso, en cada conversación, en cada rato familiar.

Puede parecer egoísta, pero no voy a sufrir más. «Seguiremos luchando en las calles con nuestros niños en los pies», como cantaban los Who, pero viviremos sin añadir a la vida un ápice de dolor, aceptaremos el que nos corresponde sin convertir el dolor en el relato central de unas vidas que merecen ser vividas con una alegría que hoy se ve como egoísta. Me da igual, voy a intentar ser feliz y que los míos lo sean, intentaré aceptar los golpes sin regodearme en mi dolor y ayudaré en lo que pueda.

Y si todo se va a la mierda, espero que me pille abrazado a ti.

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