Historia protectora
Puede parecer una teoría conspirativa, pero la proliferación de mentiras sobre el pasado está alcanzando a las mentiras a futuro y las 'fake news'
Las madres tienen una doble vertiente de ángel y bruja. Nunca sé cual es la que más nos aporta, si la dulzura y el amor o el conocimiento de las verdades del mundo, que pocas veces son dulces y amorosas. La historia tiene esa doble vertiente en la forma en que yo la entiendo, tal vez porque he hecho de ella algo parecido a una madre.
Los lugares comunes sobre la historia son tantos que alguno debe dar en el clavo, y el más manido es aquel de aprender de los errores pasados para no repetirlos. Esto la hace aparentemente buena en toda su extensión y complejidad pero no es tan sencillo porque el ser humano nunca es sencillo. La unanimidad sobre el pasado llevaría a la sociedad a su perfección y eso no está en el guión de esta especie, caso de existir un destino predeterminado, ni en su naturaleza conflictiva y tendente a la violencia no siempre explicable científicamente. Si todos entendiésemos el siglo XX de la misma forma no existirían las guerras, pero hemos hecho del pasado reciente un nuevo campo de batalla de cifras e ideologías en el que ha aparecido un antiguo componente tan antiguo como la propia historia: la mentira.
Nos hemos acostumbrado a la mentira en política. Solía ser a futuro, del tipo «vamos a crear 800.000 puestos de trabajo» de Alfonso Guerra, que, pasadas las elecciones, se convirtió en «hemos creado 800 o 1.000 puestos de trabajo». Esta mentira del tipo falsa promesa ha ido cediendo terreno a otra más interesante en política: la que cambia el pasado, la que altera la historia. Se podría pensar que la mentira a futuro es más interesante políticamente pero caeríamos en el error de entender los partidos políticos de forma más simple de lo que en realidad son. Un partido político es una empresa que gestiona los recursos públicos hoy, pero que quiere seguir haciéndolo mañana. Toda buena empresa entiende que el futuro está en la investigación, sea del tipo que sea, y, por lo tanto, busca crear un equipo de cerebros, lo que venimos llamando 'Think Tank'. Estos pensadores 'compran' ideas o las crean. No es difícil ver estas tendencias en la coincidencia de discursos de partidos de similar ideología en todo el mundo. Hay manos que mecen las cunas electorales con ideas que no siempre están a favor del hombre, como cuando la opinión de los grupos de poder empresariales cobran su peso en esos grupos de cerebros. El ejemplo evidente es Estados Unidos bajo el mandato Trump y la desprotección de santuarios naturales para potenciar la explotación petrolífera.
De todo esto nos defiende la historia, por lo tanto se ha convertido en un problema para los grupos de poder empresariales. La solución es sencilla: cuestionarla, hacerla dudosa hasta que deje de ser importante en el futuro.
Puede parecer una teoría conspirativa, pero la proliferación de mentiras sobre el pasado está alcanzando a las mentiras a futuro y las 'fake news'. Pensemos un ejemplo recurrente durante los últimos 70 años: el holocausto. Para la extrema derecha, el exterminio de unos 6 millones de judíos es incómodo por sus vínculos con los responsables, de manera que se ha intentado cuestionar. Son muchos los autores que lo negaban hasta que la historia ha ido descargando en la conciencia de la gente su carga inmensamente aterradora. Hoy apenas es relevante el negacionismo, así que hace ya décadas al argumento de la crueldad de la extrema derecha se contrapuso el del comunismo con las atrocidades de Stalin. Fíjense el mecanismo mental: no es que nuestras ideas sean asesinas, es que las otras son peores, así que no hablemos de mi pasado. Este esquema mental es el fracaso de la inteligencia.
Se puede dar un paso más en la destrucción de la historia y es generando una o varias historias paralelas, un caso curioso es el de Pio Moa, que en un panfleto infumable llamado 'Los mitos de la Guerra Civil' llega a plantear que los muertos de 'Guernica' no son culpa de los bombardeos nazis aprobados por Franco, sino de los bomberos de la localidad. Pensamos que las 'fake news' son de nuevo cuño, pero siempre ha existido esta voluntad de falsear realidades de todos los tiempos con fines espurios. Aquí nos vuelve a venir bien Stalin y el borrado de Trotsky en las fotos de la revolución: la mentira es el abuelo de Photoshop. Cualquier persona inteligente descartará por bufos los textos de Moa, pero no siempre queremos ser inteligentes, incluso siéndolos, y con frecuencia las ideologías tienen como enemigo no solo a la historia, también es un problema el libre pensamiento, obviamente.
La ideología es, básicamente, confort. Me dan redactado lo que tengo que pensar, así que me ahorro la espantosa duda y el esfuerzo de construir ideas propias que no siempre irán con la cómoda corriente. El ideal de una ideología es que los que la compren no duden ni de sus ideas ni de su versión de la historia, por lo que algunas pueden llegar a pervertir ambos conceptos con el aterrador fin de prevalecer sobre las otras ideologías.
La defensa de todo esto es el escepticismo. Dudar de lo que se nos cuenta y esforzarnos por trazar líneas de pensamiento propias. Para ello debemos estudiar historia, es la que nos protege de un futuro de mentiras porque todo esto ya ocurrió en otro momento. Ese tópico arriba citado se vuelve cierto cuando entendemos la forma en que surgieron los fascismos y cómo, en los años 30, un continente inteligente se volvió imbécil y asesino. La historia nos salvará.