Bob Geldof en Murcia

Cuenta cómo a sus 21 años, en 1973, se encontraba en una espiral de drogas y alcohol que le hizo abandonar Irlanda y recalar aquí con su guitarra

Sábado, 2 de julio 2022, 01:00

El 13 de julio de 1985 tal vez sea el día más feliz de la historia de la humanidad. Era el principio del momento álgido, ... en los estertores de la Guerra Fría, de una evolución que nos llevó a unos índices de paz y bienestar inéditos en los milenios anteriores. Si no fue ese fue uno de aquellos, después la vida ha sido siempre más difícil. Aquel día el foco estaba en Wembley y en el John F. Kennedy de Filadelfia simultáneamente. Yo lo vi, todos lo vimos. El planeta presenció una retransmisión que probablemente esté en tu memoria. Aquella tarde vimos a Freddie Mercury cantando 'Bohemian rapsody' en el punto cenital de sus breves vida y carrera. Asistimos en directo a la historia de la música. Yo era un crío y estaba volcado con Live Aid. Aquella Navidad me harté de escuchar 'Do they know Christmas?' con Boy George arrancando el himno de aquel tiempo de Bono, Sting, Simon Le Bon, Paul Weller... ciencia ficción. Pero el estupor fue 'We are the world' con Lionel Richie y Stevie Wonder encabezando un himno solidario epocal. Un elenco de superestrellas cantaba por África. Tina Turner llegaba potente y entonces, con su guante de diamantes, Michael Jackson lanzaba el estribillo. 'We are the world, we are the children'. Es emocionante el recuerdo de aquella Navidad. Bruce Springsteen rascaba su garganta frente al micrófono y mi infancia se iba disolviendo en la adolescencia. Escribo esto junto a mi hijo Hugo, que hoy se encuentra en el mismo camino. La vida es fascinante.

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Frente a todo aquello un irlandés flaco, despeinado y desgarbado, Sir Bob Geldof, abriendo el concierto de Wembley. El hombre más famoso del mundo en 1985.

Era ya famoso por el 'I don't like Mondays' con Boomtown Rats, también por protagonizar 'The Wall', la peli sobre el disco de Pink Floyd. De aquel vinilo salió el concierto con el que se conmemoró en 1990 la caída del Muro de Berlín. Bob Geldof parecía estar en todos los buenos momentos de la historia con alguna excepción, y para él esa excepción resultó ser Murcia.

Me lo contó alguien cuando era un crío, aquello era mitología underground murciana. Julián Calvo contó una anécdota de michirones en Plásticos y Decibelios, pero faltaba todo el relato. Y lo busqué. En 1986, en pleno subidón, Geldof publicó 'Is that it?', su autobiografía. Hoy está descatalogada, pero es relativamente sencillo conseguirla en sitios ingleses de libro viejo. Es puro disfrute, un buen libro en el que el protagonista cuenta cómo a sus 21 años, en 1973, se encontraba en una espiral de drogas y alcohol que le hizo abandonar su Irlanda natal en la época del IRA y recalar, contra todo pronóstico, en Murcia con su guitarra para ejercer como profesor de inglés, siguiendo los pasos de su hermana, que daba clase en Madrid. «Era un raquítico tren rural difícilmente catalogable de expreso» el que lo trajo a «la pequeña ciudad provincial de Murcia» con su amigo Finnegan, que ocuparía la segunda plaza en la escuela de idiomas Tutelingue School (no he indagado si es el verdadero nombre, no es oportuno) y se alojaron en una pensión junto a la Plaza de Toros. La directora de la academia, a la que llama Señora Monaga, hablaba una cómica mezcla de idiomas, todos mal, y Geldof deja claro en su descripción que satirizará su centro de trabajo murciano en el que nadie, según él, hablaba bien el idioma que enseñaba. Cuenta que se aplicó pero que «su corazón no estaba en ello» aunque los niños, que resultaron ser mejores alumnos que los mayores, acabaron hablando inglés con acento dublinés. Y fumando en clase.

Aparte de algún altercado tabernario, transitó los días en la sensación de que «Murcia, aburrido viejo lugar como era, sin duda me estaba haciendo bien», pero no había más drogas que el vino local, no había más música que la que tocaban Finnegan y él, y las chicas eran unas estrechas propias de una sociedad rural. Era la España de Franco. Lo cachearon con frecuencia guardias civiles con tricornio y metralleta. Solo se acostó con una chica, hija muy fea de un millonario americano.

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Encontraba el desierto que rodeaba la ciudad de un confortable aislamiento en el que recuperó la autoestima, pero que se le quedó pequeño pronto más allá de los baños de Fortuna o los botelleos con Jumilla en el «maloliente» río Segura. En medio de esta desmotivación de la futura estrella de rock, un alumno le regala gusanos de seda y él queda fascinado con el proceso y el resultado final en el que la mariposa acaba devorada por hormigas. Entonces decidió marchar. Tras una pelea con la señora Moraga, abandonó para siempre nuestra ciudad sin cobrar su sueldo. Y se fue a Dublín a ser gran filántropo, caballero del imperio británico, inductor al suicidio de Michael Hutchence (cantante de INX), del de Paula Yates (pareja de Hutchence y entonces ex de Geldof) según la prensa británica y hoy tiburón de los negocios. Una vida, muchas vidas.

A principios de los 90 Iggy Pop actuó en Límite, en Santomera, yo lo conocí aquella noche. Desde entonces Murcia se fue convirtiendo en otra cosa distinta al aburrido sitio de los 70. El sábado pasado tocó aquí Madness. Entre los miles de espectadores debía estar alguno de los niños que aprendió inglés con Geldof en Tutelingue.

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