El de la foto no soy yo
Aquella señora me explicó mi problema y el de muchos de nosotros: nos pensamos más jóvenes de lo que somos, más guapos, más listos y más altos
He dejado las redes sociales porque no soporto lo que dicen muchas personas que quiero. Supongo que habrá quien opine lo mismo de mí, quien ... no soporte lo que escribo. La tecnología está sacándonos opiniones que nos sorprenden a nosotros mismos. Hay algo maléfico, una especie de demonio, como el que impulsó a un actor rico a abofetear a otro actor rico en un espectáculo, que nos hace ser como somos en el fondo, y no como nos vemos o queremos que nos vean. Escribimos sin pensar quién lee eso. De alguna forma nos hemos convertido en la pornografía que llena la red con nuestra desnudez y la obscenidad de nuestra franqueza pensando que era amor, pero no, en la historia que dirige Zuckerberg nunca se casan al final. Nuestros perfiles en redes son un autorretrato que habla de nuestra capacidad o incapacidad de gestionar la imagen que lanzamos al universo, Facebook no tiene la culpa de que a veces no nos reconozcamos.
El lunes fui con Carolina y los niños a sacar y renovar pasaportes. Llevé una foto que encontré en un cajón y, al mirarla, pensé que sería de hace un año o dos y que valdría. Ya en comisaría empezaron a tomar huellas. Cuando llegó mi turno la funcionaria me miró y dijo: «¿No le parece que esta foto es un poco antigua?». Y yo respondí que no, que debía de tener unos meses. Cuando Carolina dijo que los papeles eran para viajar a Estados Unidos, ella abrió los ojos horrorizada y me volvió a preguntar si estaba seguro de querer usar esa foto y le dije que sí, pensando que me había cogido manía. Ya en mi despacho empecé a pensar en lo que aquella señora me había dicho. Entonces tomé una de las fotos sobrantes, fui al espejo del baño y la sobrepuse a mi imagen reflejada. El de la foto era una persona joven y yo ya no lo era. Busqué la matriz de donde las había recortado y encontré la fecha: 2013. Aquella foto tenía nueve años y yo ya me veía esposado por entrar en EE UU con un pasaporte falso. Eran las 13.45 y llegué molestando al laboratorio donde me habían hecho las fotos en 2013. En un suspiro me hizo otras en las que un señor con el pelo blanco mal peinado me miraba forzando una media sonrisa y me decía: «Tranquilo, que te van a dejar pasar de Ellis Island». Fui corriendo a comisaría y le dije a la señora que quería volver a hacerme el pasaporte. Allí no entendían, y yo, muy enfadado, no entendía qué era lo que no entendían, y lo que no entendían es cómo yo podía ser tan idiota.
Aquella señora, Charo, me explicó desde la experiencia mi problema y el de muchos de nosotros: nos pensamos más jóvenes de lo que somos, más guapos, más listos y más altos. Charo no solo me dio el documento, me dijo que mi situación era común y que, como todos los demás, estaba mejor en la foto nueva, con unas arrugas en la frente que no sabía que tengo. Inmediatamente pensé en la foto que había encima de esta columna periodística, en la que salía casi de primera comunión, y decidí cambiarla por la del pasaporte, con pelo blanco y arrugas.
Algunos nativos americanos pensaban que, si los fotografiaban, su alma quedaba encerrada en los retratos
A veces una foto vieja nos pone delante de lo que somos hoy. Acaba de pasar con la de Guernica. Zelenski hizo la previsible comparación y muchos, desde los extremos de las alas del avión, se retrataron olvidando que aquella ciudad desarmada fue bombardeada por la aviación nazi que apoyaba a Franco en la más asquerosa de las guerras, la nuestra.
Leo en un sillón que compartimos mi gata 'Raspi' y yo con la 'tablet' apagada en la mesa. Aún sin encender, noto el ruido de cristales rotos de las redes y pienso que es agotador y que no voy a volver nunca, pero sé que es cosa de tiempo porque echo de menos a muchos que son ya amigos y, por qué no, también las peleas, aunque sea solo un poquito. En mi nuevo exilio digital analizo mis errores y entiendo que no solo están en las palabras y el tiempo perdido en discusiones, también he ido usando mi propia imagen como mensaje. Es algo que explicó muy bien Joan Fontcuberta. Lo que antes fue un tesoro encerrado en álbumes privados de recuerdos familiares ahora es el mensaje con el que pretendí construir una imagen para habitar este mundo nuevo que Byung-Chul Han ha definido con un concepto aterrador, el de infocracia, que ha sustituido a la democracia. En ese río de manipulaciones, informaciones, rostros y mensajes que se pierden como lágrimas en la lluvia viajan mis fotos, acariciadas por los amigos y manoseadas por los que no lo son.
Creo que todos miramos fotos todo el tiempo sin aprehenderlas ya. Algunos nativos americanos pensaban que, si los fotografiaban, su alma quedaba encerrada en los retratos, a los que atribuían un enorme poder. Pienso como ellos. El alma queda en cada foto que nos hacemos y viaja por el universo digital ya fuera de nuestro control. Su temor no es que quedase encerrada, es que su alma estaba en poder de otras personas. Vieron el futuro, es exactamente lo que ha ocurrido.
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