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Los preparativos en la Capilla Sixtina vaticana, la cúpula más incomparable bajo la que pueda celebrarse cualquier reunión terrenal en el mundo, dan testimonio de ... la cuenta atrás que echará a andar oficialmente este miércoles, con el inicio del cónclave del Colegio Cardenalicio, para elegir el Papa número 267 de la Historia. La personalidad singular de cada pontífice –en este caso de un Francisco al que afines y detractores identifican como aquel que ensanchó la Iglesia más allá de su perímetro– está subordinada a un ceremonial imbatible en su simbolismo, que aúna espiritualidad y política en una 'fumata blanca' cuya relevancia traspasa los muros del Estado Vaticano para proyectarse al conjunto de la comunidad internacional. Quienes profesan la fe de los reunidos, pero también los que abrazan otras confesiones, se declaran agnósticos o expresan su ateísmo, difícilmente pueden sustraerse al misterio, a la fascinación, de la humana votación para encumbrar al sucesor de San Pedro. Ya solo por eso, por los millones de católicos que aguardan expectantes el desenlace –más de 50, en EE UU– y por el resto de la ciudadanía que lo sigue con interés, Donald Trump debería haberse abstenido de faltarlos al respeto luciendo frívolamente el hábito pontifical.
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