La doble vuelta
APUNTES DESDE LA BASTILLA ·
En una doble vuelta, Iglesias nunca hubiese sido vicepresidente y Abascal no frotaría el calendario electoral con deseoA todo español le gustaría ser un poco francés alguna vez en la vida. En los años heroicos, los más promiscuos del lugar para no ... tener que cruzar la frontera y ver cine erótico sin exiliarse en cuerpo y alma. En la juventud, que también se cura, para emular a Cohn-Bendit y sus amigos burgueses revolucionarios, pavée en mano y pancarta sesentayochista. Los más conservadores, para ver a un general con galones presidiendo un país sin necesidad de dar golpes de Estado. Siempre hay una Francia para cada una de las frustraciones españolas. La mía es el sistema electoral y el precio de los libros. Ambas ennoblecen el sistema democrático de una nación, pero vaya usted a saber a quién interesa mantener los libros por las nubes y la democracia secuestrada por quienes –¡oh sorpresa!– quieren acabar con España.
Encontramos esta semana la noticia histórica de que el CNI ha espiado a unos delincuentes que se dieron a la fuga. Caray, visto cómo se han desenvuelto los acontecimiento en estos últimos cinco años, lo especial hubiese sido que el Gobierno de España les hubiese pagado las costas del exilio a Puigdemont y un abono de cine belga, a falta de sesiones francesas. Como contrapartida, los grupos independentistas del Congreso andan alborotados. Se rasgan las vestiduras y cariacontecidos expresan su malestar por la falta de democracia que aún vive nuestra querida España. Rufián parecía Caifás cuando Jesús le dijo que su Reino no era de este mundo. Se abrió la camisa ideológica con grandes estruendos. Para hacerse perdonar, Sánchez ha incluido a ERC, Bildu y la CUP, lo mejor de cada casa, en la Comisión de Secretos de Estado, previo cambio legislativo exprés, más urgente que reducir el precio de la gasolina o de la luz.
Eso se llama chantaje y sucede cuando el Gobierno de una nación es débil o el presidente que lo encabeza no tiene escrúpulos. En España coinciden ambos términos. Más bien se necesitan. El líder de la nación perfectamente votado y con sus 120 diputados (un tercio de los votos totales) no duda en gobernar sobre un campo de batalla extenuado. El independentismo le ha dado su paraíso terrenal, su Moncloa Elísea, sus fotos internacionales, su viaje a Kiev con chaleco antibalas y su cena de Ramadán, a cambio de entregar las instituciones del Estado precisamente a los enemigos de dicho Estado. Sánchez ha confabulado una historia de humillaciones a la nación por la simple acción de resistir un día más en Moncloa. Cambió al abogado del Estado en pleno proceso judicial contra los independentistas. Sustituyó al fiscal general del Estado. Quiso quitarse de en medio a la cúpula judicial. Les ha dado un indulto sin arrepentimiento de por medio. Ha regado de dinero sus arcas. Esta operación se repite simétricamente en el País Vasco, hasta llegar a la ignominia de ceder prisiones y excarcelar a presos de ETA.
Muchos analistas sesudos se despertaban el lunes observando los resultados electorales en Francia y afirmaban, en un alarde de responsabilidad y melancolía, que en el país vecino sí habían parado a la extrema derecha. No como en Castilla y León, claro. Ni como en Murcia o Madrid. Estos sapienciales relatores de la realidad no añoran que nuestro Macron (perdonad el exceso) no se siente con políticos de dudosa trayectoria (también melancólicos del terrorismo) o que ponga el Estado a los pies del mercadeo constante. Para nada. Aquí solo cuenta Vox y sus cabezas verdes de hidra. Consiguen la fórmula contraria a la pretendida. Dudo mucho de que el partido de Abascal sea más perjudicial para los intereses de España y Murcia que los caprichos de ERC o de Bildu. Pero como yo me perdí la revolución estudiantil, a saber cómo de errado tengo el tiro.
La solución para detener estos chantajes al Estado se llama segunda vuelta a la francesa. Partidos políticos presentándose en igualdad de condiciones, sin que el voto de Gerona sea más influyente que el de Cartagena. Dos partidos pasan el balotaje, los más votados. Y aquí viene realmente lo higiénico del sistema galo. Durante las dos semanas de campaña electoral para elegir al presidente, los partidos deben descubrir sus cartas y recabar sus apoyos. En España, Sánchez se pasó la campaña prometiendo que no pactaría con Iglesias, ni con ERC ni con Bildu. Bastó un día de espanto y tres años de silencio. Con la doble vuelta el candidato desvela sus cartas y el resto de partidos se posicionan. El ciudadano vota sabiendo a qué atenerse. El Gobierno emanado de las urnas no depende de un Rufián de turno ni de la pestilencia bilduita. Y también sirve de cortafuegos contra los populismos. En una doble vuelta, Iglesias nunca hubiese sido vicepresidente y Abascal no frotaría el calendario electoral con deseo. A esto habría que sumarle unas elecciones legislativas acto seguido, esa 'tercera vuelta' que llaman los franceses. Pero me temo que no hay voluntad de reformar la Constitución. Una vez más, el español se conformará con añorar de Francia el porno.
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