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Desesperanza ambiental: gérmenes y lagunas

Domingo, 7 de junio 2020, 00:27

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Varias lecciones han emergido en tiempos recientes sobre la conexión entre salud, economía y medio ambiente. Para un ecólogo una parte importante del denominador común es el cambio global. Efectivamente, en el origen de estos problemas está el cambio global, las diferentes formas en las que estamos presionando excesivamente a la naturaleza y nuestro medio ambiente y sus numerosos sinergismos insidiosos. La aparición de enfermedades nuevas, como nuestra archiconocida Covid-19, parece haber sido facilitada por una conexión cada vez más intensa y degradativa entre las comunidades humanas y la fauna silvestre, mediada en ocasiones por nuestro ganado, en un proceso insostenible de perturbación masiva de nuestra naturaleza. Una elevada biodiversidad bien conservada sería un macroindicador excelente de salud ecosistémica y también de salud humana. La rápida propagación de las pandemias es a su vez fruto de velocidades muy altas en el transporte humano y de mercancías, propias de la globalización y basadas en un coste energético falseado en términos ambientales por no recoger su factura climática, lo que hace muy difícil, imposible diría yo, la respuesta temprana. Las barreras biogeográficas son más permeables que nunca y la dinámica exponencial de estas enfermedades exigiría la disponibilidad de algún retardo, de alguna resistencia espacial, para tener una opción de respuesta preventiva. En China, o en cualquier otro sitio, alguien convive con animales silvestres estresados, con alta carga viral y aquí enfermamos casi de inmediato. La enorme factura social y económica de esta pandemia debería dotarnos de razones suficientes para romper estos bucles perversos asociados al colapso de los equilibrios y las barreras ambientales.

La pandemia ha ocultado mediáticamente al cambio climático, otra expresión del cambio global. La Covid-19 está siendo un ensayo cercano de lo que puede ser nuestro día a día en las nuevas condiciones climáticas, con una España dominada por noches tropicales asfixiantes y eventos climáticos extremos de todo tipo, olas de calor, sequías severas y prolongadas e inundaciones generalizadas. Sus efectos sociales, económicos y ambientales van a ser muchos y complejos, con conexiones inesperadas. La coincidencia de los eventos de lluvias torrenciales, la sobreexplotación agraria del Campo de Cartagena y el estado degradativo del Mar Menor, puede ser un ejemplo de estas conexiones insidiosas. Cambios locales y cambios globales actuando en conjunto.

Sectores influyentes de la sociedad murciana y especialmente sus poderes públicos alientan desde hace tres décadas la expansión ilimitada de las actividad agraria industrial en el Campo de Cartagena, hacen oídos sordos a los avisos de científicos y ambientalistas, y perturban hasta el extremo los ciclos locales del nitrógeno y el fósforo, contaminando los acuíferos más superficiales y generando un proceso de eutrofización en la laguna del Mar Menor hasta su colapso ambiental y su colapso socioeconómico derivado. En paralelo, eventos climáticos extremos más intensos y frecuentes (las lluvias torrenciales) y un territorio receptor cada vez más vulnerable por su total artificialización (agraria y urbana) han facilitado la simultaneidad de inundaciones catastróficas locales y pulsos contaminantes para una laguna ya previamente debilitada y enferma, que realimenta así una y otra vez su estado eutrófico.

El Mar Menor era capaz antes del colapso de absorber con tres mecanismos básicos de resiliencia unas 5.000 toneladas anuales de nitratos, manteniendo las praderas submarinas y el agua clara. Ahora, dañados profundamente estos mecanismos, con una entrada de nutrientes menor (en torno a la mitad) se mantienen las aguas verdes, turbias, con episodios de anoxia. ¡Qué estupidez hicimos no atacando de forma temprana el problema del Mar Menor! Antes hubiera sido seguro, sencillo y barato, ahora es incierto, complejo y muy caro. Lección: necesitamos más medio ambiente y unos poderes públicos con más inteligencia y sensibilidad ambiental.

Pero, ¿qué respuesta general observamos en nuestra clase política?, ¿aprenden de estas señales obvias? Un no rotundo y desesperante, especialmente en el ámbito regional. La hoja de ruta del Gobierno regional parece empeñada en el desmantelamiento estructural del escenario normativo y de la función pública en medio ambiente. Vamos en sentido contrario. Los múltiples problemas ambientales y sus intensas deseconomías, que sufrimos la sociedad murciana, son reflejo de una minusvaloración estructural y profunda de la administración ambiental. No podemos responder a esto debilitando aún más nuestra función pública y el marco normativo ambiental, es suicida, cortoplacista y contrario al interés general. Otra estupidez que la pagaremos todos, nosotros y los ecosistemas. Sembramos nuevos colapsos ambientales y socioeconómicos para un futuro inmediato. Basta ya. Mostremos por una vez cierta inteligencia y sensibilidad y apostemos por un medio ambiente robusto y protegido. Un medio ambiente sano es condición ineludible para una sociedad sana y sostenible.

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