Cristo murió y resucitó en las sedas de Lorca
APUNTES DESDE LA BASTILLA ·
En las puntadas de seda va impreso el arte que dejar a las siguientes generaciones, porque es el bordado lo que hace de Lorca un lugar escogido en el mundoResultaría soberbio afirmar que Cristo habita las calles de Lorca durante una semana. Lo hace a través de la seda, el material con el que ... se encuentran los caminos de la fe en la ciudad del Guadalentín. Lorca aspira a ser Jerusalén, y por eso el Óvalo se convierte en la Puerta de Damasco, o el Calvario florece como el Getsemaní. Aquí, la vía Dolorosa adquiere tonalidades azules, esquina del Reino con la mundanidad. Ustedes comprenderán que hablar del arte del bordado para un lorquino supone tal ejercicio de sugestión que cuando el lector se acerca al Evangelio y busca entre sus versículos el clavo, la herida y el llanto imagina una forma de tejer la vida en sedas, porque durante siglos, en Lorca la Biblia se ha hecho calle.
Se hace calle, y no es una metáfora. Lorca no se conformó con escuchar la Biblia de la voz del cura, que en su púlpito recitaba en latín una historia incomprensible. El pueblo materializó esas narraciones, las vistió de sentimientos terrenales y las invocó puntualmente cada año durante una semana. En la plaza pública, Nerón paseó la arrogancia del mundo, las barbas sabias de Nabucodonosor azuzaron la noche de los tiempos y el pueblo hebreo inundó de palmas la ciudad hasta desbordar el Templo. Todo este simulacro se repite cada año hasta llegar el día de hoy. Es el anuncio de la primavera lorquina. La profecía de que vuelve la vida, de que la muerte se vence a través de la renovación. En marzo, en abril, esta pequeña ciudad del suroeste español aspira a reunir la tradición occidental en un desfile por sus calles. El Libro, la memoria y la historia se aúnan en las formas de una popularidad orgullosa. Aquí, el teatro pudo con el peso de la letra escrita.
En Lorca, la Semana Santa es femenina. En la intimidad de las mujeres reunidas nació la particularidad más sobresaliente de nuestra pasión. El lenguaje de las sedas y el oro se hizo carne en un salón familiar, con las bobinas trazando formas coloridas en el lienzo, entre promesas matrimoniales y confidencias. La mujer bordaba un profeta, una cruz vacía sostenida por los ángeles o un campo de rosas enmarcando una plegaria en el Getsemaní. Y ese es el mensaje que Lorca lanza a la posteridad. En las puntadas de seda va impreso el arte que dejar a las siguientes generaciones, porque es el bordado lo que hace de Lorca un lugar escogido en el mundo. Cuando García Lorca escribió «hilo y aguja para las hembras» en el año 36, en esta ciudad ya se habían bordado obras como el rostro de San Pedro que anuncia desde lejos a la Amargura o la Santa Faz que despide a la Dolorosa en su manto.
Solo a través del bordado puede Lorca seguir siendo un lugar único en el arte. De todas las particulares de nuestra Semana Santa, el bordado es la que asegura la permanencia en el tiempo, la originalidad frente a otros fervores. Resulta difícil igualar el recogimiento de Sevilla cuando los Cristos y Vírgenes toman las calles en la Madrugá del Viernes Santo; o imitar la espontaneidad de los Salzillos, cuando la madera cree igualar a la carne por el centro de Murcia. Pero la seda aparece en Lorca como una muestra tangible de aspiración a lo eterno. Fueron mujeres humildes las que plasmaron el entierro de Jesús sobre un ángel o el reflejo de una Virgen que se perdió para siempre en la guerra. Su obra es lo único que ha sido salvado del olvido, que arrasa con todo como una borrasca. Lo que ha quedado de esos días ha sido lo que las mujeres de entonces bordaron, y he ahí la genialidad de la Semana Santa de Lorca. La memoria vuelve a ser lo único con lo que cuenta el ser humano para entender su presente.
Precisamente Lorca encuentra su pasión por el camino de la seda y el oro. Muchas ciudades han intentado ser Roma o Jerusalén durante un instante, pero ninguna se ha acercado tanto como lo ha hecho el artefacto salido de las manos de las bordadoras lorquinas. Se confunden aquellos que piensan que es el caballo el que hace de la Semana Santa de Lorca un lugar especial en el mundo. El polvo de las cuadrigas se desvanece a los días y lo único que queda es el bordado, ese arte de llevar al hilo una historia sagrada. De ahí la importancia radical de protegerlo, de exigir a las cofradías que busquen la perfección, de que no se conformen con la cantidad. Bordar en Lorca entraña una responsabilidad mayúscula, porque es el camino por el que el pueblo accede a la historia bíblica, a la Roma que creó la civilización occidental. Si el lenguaje nuestro es el de bordar, hagámoslo con el máximo respeto y belleza posibles. Confiemos esta responsabilidad solo a artistas capacitados para ello. Será la prueba de que Cristo murió y resucitó en Lorca.
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