Crímenes de guerra

ALGO QUE DECIR ·

Me pregunto muchas veces si la guerra no es un invento para excusar y defender el homicidio a las claras y, sobre todo, sin cargo de conciencia

Miércoles, 25 de mayo 2022, 01:31

Hay expresiones contradictorias que nacen ya con su pequeña porción de mala uva, porque nadie acuñaría de una forma sincera una fórmula como esta si ... no estuviese seguro de legitimar al resto de los actos bélicos, pues matar en un conflicto obtiene de esta manera una carta de naturaleza casi razonable, justifica el propio crimen y lo aparta del resto de los atropellos e injusticias, como si no supiéramos todos que en la guerra vale cualquier cosa para humillar, socavar y exterminar al enemigo, aunque el enemigo sea tu propio hermano.

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Me pregunto muchas veces si la guerra no es un invento a modo para excusar y defender el homicidio a las claras, sin paliativos y, sobre todo, sin cargo de conciencia, porque el que participa en el combate tiene permiso para ensayar todas las vilezas y llevar a cabo todas las maldades.

El horror y el miedo son las mejores armas de destrucción masiva, por eso el ejército golpista de Franco iba encabezado por la abyecta leyenda de los moros que saqueaban y violaban como un ejercicio común de pillaje y depredación. El pánico inmovilizaba a los pueblos que horas después recibían el fuego de los nacionales casi como un bálsamo.

La guerra debería degradarlo todo de una manera definitiva, porque ella misma es una vergüenza histórica de la humanidad y, en cambio, incluso en la guerra, existe una cierta ética o pretenden que la haya, como si el acto de matar a otro ser humano tuviese que estar también sujeto a leyes y normas morales y no fuera igual matarlo en campo abierto una mañana de primavera destrozado por una mina antipersonas que como consecuencia de un lento y salvaje procedimiento de tortura en una oscura mazmorra de invierno.

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Debo entender, entonces, que si hay crímenes de guerra, habrá también agasajos de guerra, si hay horrores de guerra, habrá caricias de guerra, aunque la guerra sea por definición una maldad absoluta contra nuestro propio prójimo.

Nos hemos educado con películas heroicas y amables de campos de batalla donde no faltaban la épica afable y compasiva, el compañerismo y el amor, y muy pocas veces nos han enseñado la inmundicia, la infamia, la iniquidad y el verdadero rostro del dolor, porque al fin y al cabo el cine es un espectáculo para divertirse y sus argumentos no deben mortificarnos del todo. La verdad suele estar en otra parte y solo quien ha vivido una guerra conoce con exactitud las dimensiones de lo inhumano.

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Uno medita sobre esos crímenes de guerra, que están achacándole a Putin con razón, y sobre tantos otros por los que fueron juzgados militares, políticos y hombres de estado en épocas pasadas y no puede dejar de esbozar una sonrisa dolorida e incrédula, porque se le ocurre que el crimen y la guerra son una misma cosa, y que llegar al convencimiento de que dar muerte a otro hombre en cualquier circunstancia puede tener cierta validez y mostrar algún grado de justicia ya es en sí mismo un crimen en toda regla, un auténtico crimen de guerra. El arte de la guerra incluye una determinada estética que se corresponde con algunas normas de comportamiento, como si matar requiriese de un don concreto y el cinismo humano lo levantara a las esferas del pensamiento y la decencia hasta convertirlo en una suerte de filantropía.

La ética y la ley muchas veces no dejan de ser una coartada de los hombres que necesitan explicarse sus errores y dar crédito a sus crímenes para dormir en paz.

La condición humana es un misterio profundo y oscuro casi siempre impenetrable.

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