Con motivo de esta pandemia del coronavirus, la fe en Dios también juega un papel importante, por la búsqueda de sentido, incluso, de explicación más ... allá de la explicación científica. Lo digo porque he escuchado algunas explicaciones y posibilidades de solución más allá de la ciencia, de nuestros comportamientos y que creo que necesitaría una reflexión y, como cualquier reflexión es personal, se puede compartir o no.
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He oído en varias ocasiones que esta pandemia es «un castigo de Dios por lo malos que somos y por nuestros pecados», y lo relacionan con el hecho de que en España, en concreto, haya un gobierno de izquierdas, echando pestes del presidente Pedro Sánchez y haciendo incidencia de que está Podemos, señalando al coletas, Pablo Iglesias, como el demonio encarnado. También relacionan este castigo con la secularización, con la eutanasia y, en general, con todo aquello relacionado con la moral sexual. Es un Dios castigador ¿de derechas? ¿Del nacionalcatolicismo? Cuando me dicen esto, a veces les pregunto, no siempre, si Dios no castiga por las guerras, por el hambre, por la violencia machista, por el racismo, la xenofobia, por los desahucios, por las condiciones laborales injustas, por el trato indigno con los refugiados y refugiadas, en definitiva, por tanta inhumanidad y por nuestras complicidades. Ante esto, no tienen respuestas, no lo asocian a los evangelios, al sufrimiento humano sin posicionamientos políticos ni nacionalidades, ni al bien común ni a la dignidad humana.
También se oye la petición de una intervención divina que haga desaparecer esta pandemia para que, de una manera prodigiosa y milagrosa, se acabe. Pedimos protección a ese Dios Todopoderoso, a nuestros santos y santas para que muevan los hilos de la naturaleza para terminar esta situación tan dolorosa, angustiosa y llena de incertidumbres. Ante esto, habría que preguntarse por qué Dios no evita las guerras, no evitó el holocausto judío, ni la terrible represión de dictadores como Franco, Mussolini, Stalin... ¿Por qué Dios va a solucionar un sufrimiento y va a ser indiferente ante otro sufrimiento?
La relación de la fe en el Dios de Jesús y el sufrimiento humano está llena de interrogantes y, personalmente, no quiero caer en esa tentación de responder a cualquier cuestión que no sabemos con un mínimo de certeza con la expresión de que 'es voluntad de Dios', porque sería creer en un Dios cruel y caprichoso y creo que ese Dios no existe. Creo que hay que vincular la maldad del ser humano y de la propia naturaleza a la libertad de ambos, dejando un amplio espacio al misterio de la vida. Las leyes que establecemos en la sociedad y las leyes de la naturaleza gozan de libertad, para lo bueno y lo malo, y están interrelacionadas; lo experimentamos con el cambio climático y con la globalización, de tal manera que la Covid-19 surgió en China, en Wuhan, y ahora está en todos los países.
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Creo que la fe nos aporta ese deseo profundo de aliviar el sufrimiento humano, de crear condiciones de vida, de poner nuestro grano de arena para que ese mundo, en todos sus ámbitos, sea expresión de libertad, justicia, reconciliación, fraternidad y conservación del medioambiente. Cuando deseamos que se terminen las guerras, el hambre, esta pandemia u otra, lo que queremos es poner nuestro compromiso al servicio del ser humano (Jueves Santo), sabiendo que este servicio va a suponer estar en conflicto con los poderosos de este mundo y que nos van a hacer sufrir (Viernes Santo), pero, sabiendo que la última palabra no la va a tener ni Donald Trump, ni Putin, ni Xi Jinping, sino el Dios de la vida, sin olvidar que nuestros deseos más profundos no los conseguiremos aquí plenamente.
Nuestra fe en el Dios de Jesús nos lleva a celebrar, orar, a anunciar y a comprometernos en ese mundo donde los verbos amar y compartir van de la mano para crear un mundo de comunión, de encuentro y de creación. Nuestra fe lleva a estar juntos a otras personas con credos diferentes, ya sean religiosos, políticos, filosóficos..., porque la humanidad nos une. Como esa humanidad nos une, queremos poner nuestro compromiso para controlar esta pandemia y, cuando termine esta situación, poner toda nuestra vida a replantear esta sociedad, para globalizar la vida, una vida en dignidad, una vida desde el respeto a los derechos humanos; y, para eso, habrá que cambiar muchas estructuras socioeconómicas y políticas. No repitamos de nuevo estructuras de codicia, ambición y violencia; seamos esperanza de esa humanidad nueva regada de sufrimiento y de amor.
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