México me parece un país extraordinario. Lo he visitado en varias ocasiones, generalmente por motivos de trabajo, y me he encontrado con un personal padre, ... como ellos llaman a lo mejor de lo mejor. Pena que esté tan cerca de los Estados Unidos. Las comparaciones siempre son odiosas, y es inevitable que entre las dos naciones separadas apenas por una raya suceda una cierta rivalidad. El caso es que medirse con el país más rico del mundo es condenarse a ser estimado como menor. El salario medio de los ciudadanos de ambos países es notoriamente desigual. Lo que no impide que el mexicano sea persona noble, inteligente, capacitado para los más duros trabajos y, sobre todo, respetuoso. Si estás allí por asuntos relacionados con las artes, ya sabes, maestro por aquí, maestro por allá. Tampoco es raro encontrarte con españoles trabajando allá, como con mexicanos trabajando en Estados Unidos. El concepto de inmigración es siempre enriquecedor. Como debería ser en todos los lugares del mundo.
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Eso no quiere decir que también en México haya tontucios, como en todas partes. Principalmente, en los puestos más representativos de la alta política. Ya saben a lo que me refiero. A la estúpida decisión de la nueva presidenta del país, pidiendo que España pida perdón por haber desembarcado allí nuestros antecesores hace más de cinco siglos, por llevarles la cultura hispana, la cual, mezclada con la autóctona, ha dado figuras como Sor Juan Inés de la Cruz, Juan Ruiz de Alarcón; Octavio Paz o Elena Guarro, mucho tiempo después, todos ellos escritores de primerísima fila. Decía mi buen amigo el argentino Juan Carlos Gené que en las mezclas están las mejores cosas. En 1992, cuando se preparó el Quinto Centenario de lo que hasta entonces se llamaba el Descubrimiento de América, la gente de la cultura de uno y otro lado del Atlántico optó por utilizar el término 'Encuentro', en vez del citado Descubrimiento. Todos, los de acá y los de allá, dieron, en el campo de las artes y de las letras, el mejor ejemplo de cohabitación y de respeto por las identidades.
Una de las cosas que más nos une con México es la música. México es ejemplo vivo de mestizaje entre su cultura nativa y la que llevaron los españoles. Aunque destaquen, por populares, los mariachis, en sus múltiples vertientes (polkas y valses, marimbas, rancheras, despedidas, etc.), los 'corridos' aparecen, en mi opinión no muy ducha en esta materia, como el vehículo perfecto para hablar de tragedias, versos, coplas y mañanitas. Son famosas las que «cantara el rey David, a las muchachas bonitas, te las cantamos a ti», en los días de las onomásticas. Aparte de esto, no podemos olvidar las miniorquestas formadas por tríos, entre los que son de inevitable referencia Los Panchos, grupo con múltiples generaciones, que popularizaron famosos boleros. O Armando Manzanero, con el que aprendimos «a ver la luz del otro lado de la luna», o que «una tarde vi llover». Y qué decir del gran Agustín Lara, el flaco, cuya fama conquistó Hollywood, pero que se hizo madrileño al decir que «en México se piensa mucho en ti», refiriéndose, claro está, a la capital de España.
Como en la música popular, en otras ramas del arte las conexiones entre España y México, o México y España, son infinitas. Recordemos como gran ejemplo de ayuda social los 30.000 españoles exiliados de la guerra civil que llegaron al país americano, acogidos gracias a Lázaro Cárdenas, un presidente azteca que ni se le pasó por la cabeza eso de remover la historia por coyunturas políticas.
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¡Mira que hemos oído tonterías en los últimos tiempos, pero como esa, pocas! También la gente de izquierdas dice bobadas. Como que la ínclita Patricia Sheinbaum solicite al Rey de España que pida perdón por haber llegado nuestros retatarabuelos a sus costas. Sigue así la huella del discutido López Obrador. ¿Por qué no hacen lo mismo los ingleses con Estados Unidos, los portugueses con Brasil, los belgas con el Congo, los franceses con la Martinica, Guadalupe o Guayana, los holandeses con buena parte de Ultramar incluyendo sus Antillas, etc., etc.? En vez de eso, bien que el presidente saliente podía haber pedido perdón por no cumplir su promesa electoral de poner coto a los feminicidios que se producen allí cada año, y por no haber investigado la terrible desaparición de niñas y niños (se estiman unos catorce diarios). De nuevo las bravuconadas tapan la mala gestión.
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