Mirar la lluvia caer
No nos gustan las cosas que tenemos, sino las que no tenemos
Nos gusta la lluvia, como a los finlandeses les gusta el sol. Es normal, no nos gustan las cosas que tenemos, sino las que no ... tenemos. Ya lo decía Marilyn: «Ser una estrella de cine no ha sido tan agradable como soñar con serlo». Es así, siempre añoramos aquello de lo que carecemos. Por eso echamos de menos a los políticos de carne y hueso, los que parecen personas y no actores, porque de esos no tenemos. Como no los hay, porque nunca abandonan su actitud 'oficial', lo mejor esta campaña, mientras ellos prometen, prometen y siguen prometiendo, es mirar la lluvia de estos días, que nos gusta más y resulta más poético: siempre habrá más verdad en los regatos del agua pinceleando en el cristal de la ventana que en un mitin de campaña.
En todo caso, dejémoslo estar no vaya a ser que se confirme la sospecha que tengo desde hace ya algún tiempo. Y es que los políticos no son en verdad tan bichos raros como parecen y basta con mirarlos un poco más de cerca para comprobar que somos nosotros, pero con corbata y un auditorio que los escucha. Quizá no han salido de nuestras casas, pero sí de nuestras calles, nuestras plazas y nuestros barrios. Vamos, que no vienen de otro planeta. Puede que tengan más apego por el poder, pero no son extraterrestres, somos nosotros con más cariño por el aplauso, poco más. Ya se lo dice Puebla a Manuel Madrid: «No podemos criticar lo que hacemos nosotros igual, pero a menor escala».
Así que dejemos los días correr y veamos la lluvia caer, el agua corporeizándose en la ventana, que nos gusta más y, como he dicho, es más poético. Siempre será mejor también que asistir a un estadio, por lo que vemos. Sobre todo si es Mestalla y, sobre todo, si en el campo está Vinicius y en la grada los de siempre. Está claro que a la gentuza le sienta bien la multitud. El racismo, enmadejado en la muchedumbre, se disimula más, aunque también se nota. Que se lo digan al futbolista. La cosa es sencilla: muchos no toleran su samba y le gritan, pero unos pocos no toleran su color y aprovechan para insultarlo, no por su samba, sino por ser negro: el baile y los aspavientos son solo el pretexto. No es solo un insulto puntual motivado por un cabreo, como tantos en el fútbol, es un desprecio de más recorrido. Estoy seguro de que no termina cuando el balón se detiene y el partido acaba: estos el racismo se lo llevan puesto.
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