En estas vacaciones, que hoy acaban para mí, he intentado poner en práctica lo que dice Andrew Smart en 'El arte y la ciencia de ... no hacer nada', donde defiende que el cerebro piensa y se frenetiza cuando creemos que dormita, y sestea cuando nos obligamos a pensar. Conclusión: es nuestro subconsciente el que decide por nosotros y, por tanto, no merece la pena preocuparse mucho por casi nada; al final, solo vamos a hacer lo que ya hemos decidido antes de forma involuntaria.
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Sobre esta teoría, y como las vacaciones son el momento idóneo para aletargar la mente y dejarla en blanco, he decidido desestrujar la mía a ver si Smart está en lo cierto. Y me he dado cuenta de dos cosas: una, que cuando te fuerzas a no pensar, vives más tranquilo, de una forma más acolchada, y nada malo pasa por ello, que el mundo va a seguir su curso, incluso en la acera de enfrente, lo quieras tú o no. Total, el azar, ese dios sin religión al que tanto ama Woody Allen, es el que manda (según la ciencia, dos tercios de los casos de cáncer tienen que ver con el azar, que sería su causa principal), así que dejemos en reposo al nadador que todos llevamos dentro haciéndonos largos en la sesera.
Lo segundo que he descubierto es que tienes más tiempo libre que antes. A mí me ha dado hasta para ver las trece noches de Jesús Quintero con Antonio Gala, donde el escritor, que siempre tuvo mejor pico que pluma, habla de todo y todo con tanta lucidez que, cuando uno ve lo que hay alrededor, dan ganas de comprarse una isla y perderse en ella. Sin ir más lejos, veo a Trump en el escenario donde sufrió el atentado en julio con su gesto jactancioso de machote de callejón, marca de la casa. A su lado, Elon Musk con una gorra y una camiseta donde se lee 'Ocupar Marte'. El hombre más rico del mundo dice que «si no gana Trump, se acabará la democracia», y apuesta por el uso de las armas para defender la libertad de expresión. No es ya lo que dicen, tan falto de luces que para qué pararse en ello, es cómo lo dicen: sus gestos, su pinta, el acompañamiento patrio que los rodea, todo es de una vulgaridad tan extrema que dan ganas de vomitar. Pasar de Gala a esto es como ir, no de cero a cien, sino de cien a cero en un segundo. Como dice el propio Gala: «Soporto mejor al malvado que al vulgar, porque el malvado parece que descansa de vez en cuando; el vulgar no lo hace nunca».
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