Dice Almodóvar que no hay peor dictadura para un creador que la autocensura. Por una vez estoy de acuerdo con alguien con quien suelo estar ... muy pocas veces de acuerdo. Alérgico a su divinismo y al rumbo de sus últimas películas, salvo 'Dolor y gloria', por el exceso de drama y la falta de humor que ayude a digerirlo, esta vez no se equivoca. Sí, el vampirismo de lo políticamente correcto es un tema que me interesa por una razón sencilla: si a él le afecta, a los periodistas nos afecta más. Él puede permitirse sacar los pies del tiesto de vez en cuando, nosotros ni eso. Sí, en esto de autocensurarnos, los periodistas estamos en la 'pole position'. Y no sabemos muy bien cuándo empezó, pero sí que ha ido creciendo a la par que las redes sociales, donde abundan 'torquemadas' y togados, hasta terminar jibarizando la profesión. Hoy, más que escribir, escribimos con la respiración contenida. Sometidos a esta dictadura, los textos vienen perdiendo frescura y espontaneidad desde hace tiempo: es decir, cabreamos a menos gente, pero nos dejamos la garra por el camino. Si hasta al mismo Pérez-Reverte, tan lenguaraz y malencarado, le leí una vez que había empezado a autocensurarse, qué podemos esperar los demás, simples mortales.
Además, ¿de verdad cabreamos a menos gente? ¿Sí? No sé ustedes, pero yo tengo la sensación de que, cuanto más nos autocensuramos, más emberrenchinado está el personal. Hoy todo el mundo se mosquea por cualquier minucia. Será que les pasa lo que a Ibrahimovic, recién retirado. Temperamental como pocos, cuando una vez alguien le preguntó, el ya exfutbolista respondió que para jugar bien tenía que estar cabreado.
La podadura constante a la que obliga la autocensura vuelve más difícil el periodismo. Acaba de morir Antonio Gala y se me hace inevitable pensar que muchas de sus apariciones serían hoy censuradas por viperinas o hirientes. En la última entrevista que concedió a Quintero, la maravillosa 'No os molestéis, conozco la salida', habla de «esa gorda» cuando se refiere a la Merkel. Quién puede permitirse algo así hoy en día. Y es que dan ganas de irse a vivir a una playa desierta, como dijo el propio Gala una vez, del que soporto mejor su estupendismo que el de Almodóvar por una razón sencilla: nació con un don, el de la palabra, que usaba mejor que nadie, hasta el punto de que siempre fue mejor orador que novelista. Era un decidor de primera categoría, de esos que hoy no se llevan porque manda una ley no escrita que nos está acogotando a todos, no solo a Almodóvar: la ley del cabreado.
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