Analfabetismo sanitario
Desgraciadamente, poco a poco vuelve a erigirse la alargada sombra de los sectarios y analfabetos antivacunas
Estamos viviendo semanas muy difíciles. A los que nos tocó sufrir en nuestras carnes los horrores de la pandemia ya hace tiempo que los pelos ... no dejan de estar de punta. Términos como 'brote', 'incidencia' o 'rebrote' nos trasladan a días de mucho dolor y de muerte.
Algunos me tacharán de exagerado, incluso tremendista, pero la cosa no es para menos, queridos lectores. A la elevadísima y gradual incidencia de casos de gripe y de covid, acompañada de progresivas tasas de ocupación hospitalaria, hay que añadir otras cifras que a todas luces empiezan a resultar inversamente proporcionales, las de las personas vacunadas.
Desde que comenzó la campaña vacunal, hace ya varias semanas, suelo preguntar cada día a muchas personas mayores si se han vacunado. Las respuestas negativas cada vez más numerosas me preocupan mucho, casi tanto como los argumentos esgrimidos. Por lo visto, en muchas ocasiones son los propios hijos los que han aconsejado a sus padres ancianos no vacunarse; en otros casos a los mayores nos les ha llegado bien la información sanitaria. En el mejor de los casos les han dicho que se esperen a ver qué pasa con esto de la gripe o la covid. ¿Esperarse a qué, a cuándo? Desgraciadamente, progresivamente vuelve a erigirse la alargada sombra de los sectarios y analfabetos antivacunas. Además, hay que añadir el aumento gradual del número de nuevos pseudocientíficos callejeros, charlatanes de medio pelo, esos que beben de fuentes tan poco fidedignas como las redes sociales o las tertulias cutres de las sobremesas televisivas.
No se entiende que haya personas que, habiendo vacunado a sus hijos sin necesidad de preguntar si la vacuna era atenuada, inactivada, o si estaba basada en tecnología genómica a partir del ARN, ahora debatan en la cola de la caja del supermercado si esta vacuna es mejor que aquella o qué cepa deberían haber incluido en la ultima preparación farmacéutica, antes de pedir, otra vez, pruebas de que las vacunas con seguras para sus padres ancianos. ¿Quién merece menos atención entonces, los niños o los ancianos? ¿Quieren más a sus hijos que a sus padres, o menos?
El asunto es que esto no es solo cuestión de imponer mascarillas, tal y como quiere hacer el Gobierno de España. La cuestión va más allá y al mismo tiempo viene de muy atrás. De la pandemia aprendimos que la falta de educación para la salud destinada a la población, en general, y sobre los beneficios de las vacunas o la prevención de contagios en particular, llevó al Gobierno nacional a imponer decretos ley para hacer cumplir con unas mínimas normas de protección de las personas. Desgraciadamente, la oportunidad no fue mínimamente aprovechada. Lo que el Gobierno pensó que se debía aprender es que, a falta de educación, siempre tendremos como alternativa la imposición. Nada más lejos de la verdadera lección, y que no era otra que a falta de educación para la salud la única solución es que hay que educar más, mejor y de otra manera.
No es que las mascarillas sean buenas o malas, no es ese el debate. Ahora hay que llevarlas, dentro y fuera de los centros sanitarios, por solidaridad con el resto para intentar frenar la propagación de varios virus y con ellos la amenaza de muerte para muchas personas, las inmunodeprimidas, como los ancianos, los enfermos de cáncer, o los que tienen alteraciones autoinmunes, entre otros. Pero es que además debemos fijar la atención en nuestras costumbres cotidianas, como evitar juntarnos muchos y en poco espacio para todo, en la cola del supermercado o delante del mostrador de la tienda. Y como sabemos que los humanos somos imperfectos, no deberíamos dejar nuestra suerte solo en manos de nuestros hábitos cotidianos. Debemos asumir de una vez que las vacunas son el único medicamento para protegernos de determinadas infecciones, como la gripe, la neumonía o la covid. Todavía tenemos tiempo de amortiguar el impacto de esta epidemia sin imposiciones. De no hacerlo bien, solo nos quedará quejarnos del Gobierno de España al estilo de Unamuno, diciendo aquello de «venceréis, pero nunca convenceréis». La cuestión es que mientras unos u otros intentan defender sus propias razones, muchas personas mayores morirán por culpa del analfabetismo sanitario de todos aquellos que debemos protegerlos, sanitarios, autoridades y familiares. Educar en salud sigue siendo la asignatura pendiente.
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