¿Estaría bueno aquel murciélago?

Hay en todo esto algo terrible, y es que pasaré la vida aprendiendo y, cuando sepa algo, me moriré, si no me mata antes un camión o algo peor

Sábado, 3 de julio 2021, 02:04

Hay preguntas que nunca tendrán respuesta por muy necesaria que esta sea. Por ejemplo, no sabemos quién es el (o la) que inventó el sistema ... de encapsulado de los cedés, tampoco en qué círculo del infierno está, caso de haber fallecido. No sabremos nunca en qué punto exacto del mar están las llaves, ni quién es él, ni en qué lugar se enamoró de ti... somos un mar de dudas e incertidumbres tan grandes como la más inquietante: ¿contra qué enemigos defenderá Toni Cantó el español?

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A mis preguntas se suman las de mis hijos. Son tan complicadas que les suelo responder que parecen las que me hicieron en selectividad. Entonces me preguntan qué es la selectividad, y es que soy más viejo que el techo del Malecón.

Dudamos, nos cuestionamos cosas y, cuanto más sabemos, más grande parece el agujero de nuestro desconocimiento, y no aparece nunca el niño que le explicó a san Agustín que entender el dogma de la Trinidad era como meter en un agujero toda el agua del mar. Hay en todo esto algo terrible, y es que pasaré la vida aprendiendo y, cuando sepa algo, me moriré, si no me mata antes un camión o algo peor. Tanto estudiar y no recuerdo ni la tercera parte de lo estudiado, tanto leer para que, pasados unos meses, de los libros quede en mi pobre cabeza, mucho más pequeña que el agujero del santo, solo el esqueleto. La duda metódica cartesiana está muy bien sobre el papel, pero no tiene en cuenta nuestros devaneos con el conocimiento, la forma en que cambiamos de intereses y aficiones o lo rápido que se disuelven los conocimientos en nuestro cerebro.

Todo esto surge porque veo todos los días a Mari Carmen, la directora del colegio María Maroto, donde van mis hijos. Los pone en fila a distancia Covid y los hace pasar uno a uno saludándolos por su nombre. Una clase tras otra, saluda nominalmente a no menos de 500 críos. Hace unos días le pregunté cuánto duraba en su memoria el nombre de los niños y me dijo que casi siempre permanecen, que se los cruza por la calle mucho después y lo sigue recordando. Es impresionante ese don que no es un don sino cariño, amor verdadero por su trabajo pero, sobre todo, por los niños.

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Al día siguiente José Maldonado y yo comemos en Cartagena y no recordamos el nombre de un artista. Pasan las horas y no nos sale. Ha pasado una semana y no me ha llamado para decirme que lo ha recordado. Yo tampoco a él, así que hemos perdido un dato más. Tal vez dentro de un año, a las tres de la madrugada, uno llame al otro gritando ¡Roger McMillan! O como quiera que se llame el desgraciado ese que nos está dejando en evidencia.

La incertidumbre lleva aparejados miedos muy incómodos. De pequeños pensábamos que se iban a ir de mayores pero no ha sido así. Es extraño, pero sigue habiendo gente que nos los quita. De pequeños son los padres, de mayores son otros. A mí me reduce las incertidumbres Obdulia, mi asesora fiscal. Su campo de trabajo es para mí como un arcano, una ciencia de escogidos que entienden las cosas mistéricas de los números. Normalmente la llamo con un problema imposible que a ella le dura un suspiro. Hay gente que resuelve incógnitas. Obdulia es una de ellas.

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No me acompleja saber tan pocas cosas. Tal vez valgamos más por lo que nos queda por aprender que por lo que sabemos. Qué cosa tan aburrida, creer saberlo todo. ¿Quién querría vivir con alguien que tiene la respuesta a todo, que a la mínima te da una chapa o te describe el reparto de la peli que vais a ver? No tengo ningún amigo así, suelo huir de ese perfil porque me parece muy pobre creer saber mucho y, sobre todo, intentar demostrarlo siempre. Será porque sé muy poco, quien sabe, tal vez por eso no hago otra cosa en mi vida que aprender y no quiero que se acaben las cosas por descubrir. Quisiera estar siempre aprendiendo y equivocándome porque a base de errores he ido perfeccionando algunas cosas. Por ejemplo, abro cerraduras como un profesional debido a mis frecuentes pérdidas de llaves. Mis fallos son lo mejor de mí, si lo pienso bien. Hace poco he tenido que hacer mi currículum. No lo actualizaba desde 2002, ha sido horrible. Cuando lo leí pensé: «No contrataría a un tipo que haya hecho tantas cosas».

De hecho creo que lo mejor de mi historial es lo que no he puesto: mis fracasos. Es ahí donde de verdad he aprendido, no en los logros. Los logros enseñan poquito y a la semana se te han olvidado (si los has podido celebrar, que muchas veces ni eso) pero los fracasos forjan a la persona. Ningún éxito me ha enseñado a abrir una cerradura sin llave. Si tuviese que contratar a alguien me encantaría que viniese con su historial de fracasos. Ahí sabría ver a la persona, mucho más que en sus títulos. Tal vez ese sea el criterio de la presidenta de la Comunidad de Madrid para darle el estrambótico cargo de director de la Oficina del Español a Toni Cantó.

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No habrá encontrado nadie con una colección de fracasos mayor. Ese es el nivel de la política española: Toni Cantó.

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