¿Es bueno que nos extingamos antes de Navidad?
No salvo el mundo, no doy alimento a nadie, pero propicio la belleza. No es poco
Escribo en la habitación un hotel en Málaga a las 7.42 de la mañana. Desde el balcón puedo ver a los niños, con sus ... mochilas, andar camino del colegio. El amanecer irrumpe suavemente como un armagedón detrás del castillo de Gibralfaro como una bomba naranja y todo parece estar en orden. El mundo funciona y es bello desde la melancolía hotelera del desarraigo fugaz. Una hora después estoy trabajando montando una exposición. Hablo con mi equipo, hablo por teléfono, hablo por correo y hablo por WhatsApp. Cuando paramos a tomar un café hablo también por Facebook. Hablo, hablo y hablo pero no termino de conseguir acabar nada, el estrés laboral es un continuum, algo que nunca dará tregua y hay que entenderlo así para no sufrir la frustración que ha crecido en nosotros, como si fuese un alien en las tripas, insertado por el capitalismo y el vacío espiritual contemporáneo.
En el caminar diario no hay forma de evadirse de lo que hemos llamado realidad, que no es otra cosa que lo que hacen los demás. Carolina me llama, han puesto la segunda dosis de la vacuna a Hugo y me dice que había una cola enorme de gente de entre 20 y 40. No se vacunaron entonces para que no les metiera el chip Bill Gates pero ahora la necesitan para poder entrar en los bares. Algunos tienen lo justo para no darse con las puertas. Me habla mientras mi equipo alza, como un estandarte de esperanza, una obra maestra que encuentra su acomodo en una pared gris. Todos quedamos un poco sobrecogidos por la grandeza rampante del arte. Entonces pienso que están, conviviendo en el mismo tiempo, los del chip y los que hacen grandes cosas y que no hay que quejarse, sino hacer grandes cosas porque, o las hacemos nosotros, o todo será gente que escucha las peroratas de Miguel Bosé. El arte, como de costumbre, me salva en una mañana en la que un chico sigue desaparecido en Badajoz, en el que una basura andante ha apuñalado a su exmujer cuando iba a recoger a sus hijas, en la que lo despreciable es tónica general.
Seguimos colgando cuadros, poniendo cartelas y me da por pensar que lo que hago no tiene una función en el mundo, quiero decir algo real. Hay personas ahí fuera salvando gente en África, ayudando a otros a aprender a leer, otros defienden a ciudadanos en juicios, incluso hay quien investiga medicinas. Yo busco mi lugar sin terminar de identificarlo.
Una empresa de Florentino Pérez desvía el cauce de un río en Guatemala dejando a las comunidades indígenas en situación crítica. Cuando se conoce mucho el mundo alrededor se puede desear la extinción. Todos hemos caído en algún momento en eso de 'Señor, baja y carga' porque el absurdo que nos rodea es demasiado cruel. En una página de Facebook en la que dicen que buscan humor sin límites como forma de libertad hacen chistes con la parrilla de salida de la F1 y los niños asesinados y quemados por Bretón. Otro cuelga la ecografía de una chica negra y en la pantalla aparece un gorila. Bajo esa falsa libertad una serie de orangutanes se muestran como son, malas bestias y poco más, pero no está mal porque solo hablan, no hacen. La calle está llena de gente que luce su crueldad, de mierdas que pegan a las mujeres, de inútiles intelectuales que parasitan la administración en cargos políticos, de funcionarios profesionales de la baja laboral, de gente mala e improductiva.
Sin embargo, como Mulder en 'Expediente X', necesito creer.
Seguimos colgando cuadros y la sala cuenta ya una historia de vida y muerte, de belleza y horror. Los chicos siguen al milímetro lo descrito en un plano pero no funciona. Entonces cambiamos el cuadro del centro de la sala y el eje se desplaza. Cambia todo y el relato se completa, la historia está cerrada y todo el mundo podría leerla. El arte actúa sobre nuestro ánimo y el mundo me parece menos horrible.
Nada va a dejar de ocurrir, no van a desaparecer los abusos sexuales, ni la violencia ni la corrupción pero alguien, cuando entre en estas salas, tendrá un descanso. Esa es mi función en la vida, ahora lo entiendo. Doy descanso a través de la belleza, soy algo así como un albañil de las cosas grandes que hay en el espíritu. Voy construyendo paredes contra la desesperanza y el dolor. No salvo el mundo, no doy alimento a nadie pero propicio la belleza. No es poco.
Entonces el mundo me parece menos feo. Salgo a las calles de Málaga ya de noche y hay una feria en el paseo. Me acuerdo de mis hijos, que están lejos, y veo que, cuando era más joven, el viaje era lo primero, la experiencia enriquecedora y hedonista. Mientras llego al hotel pienso que cambiaría todo por estar con mis hijos en mi casa. Ya no quiero que se acabe el mundo antes de Navidad, de hecho solo quiero que llegue la Navidad y estar con ellos comiendo demasiado y permitiéndoles demasiada máquina, viendo películas y sacando al gato del árbol destrozado.
Tal vez no sea bueno que nos extingamos antes de Navidad. Ni después tampoco. La vida merece ser vivida por nosotros.
Feliz Navidad si no nos vemos antes.
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