Antifascistas en la playa
APUNTES DESDE LA BASTILLA ·
Me resulta peligroso el empeño que adquieren algunos en acordarse de Stalingrado, del ejército rojo y de la gran guerra patrióticaTodos los 6 de junio se repite la misma historia. O más bien la historia se divide en dos: aquellos que homenajean a los soldados ... aliados en el aniversario del desembarco de Normandia, y en frente, al otro lado del callejón, los que se acuerdan del ejército rojo y Stalin como salvaguarda de la libertad de Europa, tras cinco años de nazismo. La libertad es un concepto pesado que adquiere diversas formas. Suelen ser las naciones privadas de libertad las que más claro intuyen ese estado por el que el ser humano se sitúa en el mundo. Sin embargo, las naciones libres y democráticas acostumbran a pensar la libertad siempre con un grado de abstracción preocupante, como teólogos hablando del sexo de los ángeles. Es el caso de España, por supuesto.
Hablar de libertad y ejército rojo, por ejemplo, resultaría un oxímoron, si se supiese de historia. Tal vez un engaño voluntario, una alucinación colectiva. Entiendo que cuarenta años de franquismo distorsionan cualquier proceso histórico, pero cuatro décadas de terrible dictadura no convierten a todos los opositores al régimen en santos ni héroes de la democracia. El comunismo es un caso muy clarividente. Y quizá la raíz de que en España se haya instalado esta confusión ancestral. Por ejemplo, nuestro Gobierno cuenta con una vicepresidenta que pertenece al Partido Comunista. Caray, la ideología de los cien millones de muertos. No sé qué pensaríamos si tuviéramos un ministro, o tan solo un diputado, que se considerara heredero y orgulloso testigo del legado de Franco. Arderían las calles, imagino, y con razón. Pero el comunismo tiene bula, papal y mediática.
El 6 de junio de 1944, al son de la 5ª sinfonía de Beethoven y unos versos de 'Canción de otoño' de Verlaine, empezó a crearse la Europa que conocemos. Fue el primer paso para la construcción de un continente unido, en donde prima la libertad, la democracia y el respeto entre diferentes. Fue en las playas de Normandía donde miles de jóvenes dejaron sus vidas por una causa mayor, para vencer al totalitarismo, para instaurar un régimen de libertad y tolerancia. La victoria aliada en Normandía es uno de los momentos fundacionales de nuestra sociedad, el sacrificio humano para que hoy existan los parlamentos y las elecciones en los países de nuestro entorno, la diversidad de partidos y de ideas. Normandía supuso una victoria de tal magnitud que nada volvió a ser igual en el continente. Puso al hombre en el centro de la vida política y social. Y a pesar de los fallos del sistema, no hay en el mundo mayor grado de democracia que los que disfrutan países como Francia, Inglaterra, Alemania, Italia o España.
Por eso me resulta peligroso el empeño que adquieren algunos en acordarse de Stalingrado, del ejército rojo y de la gran guerra patriótica. Es un hecho que la guerra la ganó Stalin, por supuesto. Sin los doce millones de muertos que puso la Unión Soviética y la ruina del país no hubiesen doblegado a Hitler. Pero la hazaña comunista choca frontalmente con el desarrollo posterior de los acontecimientos. El ejército aliado se preocupó de instaurar democracias allá donde ponía el tanque. Rusia instituyó regímenes de miedo y dolor. Deberíamos preguntar tal vez a ciudadanos polacos, rumanos, húngaros, checos, eslovacos, alemanes y de cualquier república báltica qué opinión les merece el honor de haber sido 'liberados' por Stalin. Aquellas dictaduras duraron hasta el final de los ochenta y principios de los noventa y supusieron el exterminio de toda libertad, así como el asesinato indiscriminado de cualquier opositor al régimen formado por el Partido Comunista de turno. La invasión de Hungría, la Primavera de Praga, los disturbios en Gdnask y la construcción de un muro en Berlín para, por primera vez en la historia, impedir que la población escapase de la ciudad, ese es el saldo del comunismo en Europa.
Acaba de editarse en Salamandra 'El túnel 29', un libro de la escritora británica Merriman sobre una fuga a través del Muro de Berlín. La historia sirve también de radiografía de un estado movido por el terror, la represión brutal de la Stasi y el infierno de vivir atenazado por el miedo. Berlín constituyó una de las mayores vergüenzas que nos ha dejado el siglo XX y el recuerdo del muro debe servirnos para valorar también en qué lado de la historia nos situamos a la hora de honrar nuestro pasado. Los que lucharon contra el fascismo en los años cuarenta entraron por las playas de Normandía, por Sicilia, liberaron Europa occidental y repusieron sus parlamentos, crearon constituciones. No se dejen engañar por falsos cantos de sirenas, ministros que se denominan ellos mismo antifascistas y llevan sudaderas de la RDA. Son los que delimitan qué es fascismo hoy en día, un término desvirtuado de tanto usarlo con una voluntad perversa. Está claro cuál es la playa que funda la democracia en Europa, el lado bueno del muro con el que nos identificamos.
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