A Elisa Fe, con mi admiración.
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Me cuenta una persona muy cercana que trabaja como enfermera en un equipo volante las vicisitudes laborales que sufren ... a diario debido al escaso margen de tiempo del que disponen para enfrentarse a su tarea. Me entero de que en un día cualquiera pueden empezar en la planta de traumatología a las ocho de la mañana, proseguir en urgencias a mediodía y acabar en la unidad de gestantes por la noche con una media hora escasa para acostumbrarse a cada cambio y sin la formación necesaria para afrontar las dificultades de la especificidad de cada rama, de los pacientes a los que deben atender en cada turno.
Cuando uno ingresa en un hospital por cualquier enfermedad, accidente o intervención se da cuenta de que el personal que suele estar más cerca de su cama viste uniforme de enfermera o de enfermero, lo somete a las diversas pruebas, analíticas o curaciones que necesite, se encarga de su cuidado y prácticamente no se separa de él durante todos los días que permanece en su habitación. Desde nuestra cama de pacientes lo vemos o la vemos entrando y saliendo de nuestra habitación, tomándonos muestras para los diferentes análisis, midiéndonos la temperatura, la glucosa o el oxígeno en sangre, hablando con nosotros para tranquilizarnos y creando, a la postre, un lazo humano que rara vez podremos olvidar, porque uno recuerda para siempre a la persona que más tiempo lo custodió en esos días terribles de exilio hospitalario.
Les hemos aplaudido cada tarde y, otra vez, los hemos dejado ir sin cuidarnos de ellos
Cualquiera de nosotros, legos en la materia, ignorábamos que estos profesionales de intachable currículo y de excelente instrucción profesional no han sido formados debidamente para una especialidad médica concreta, sino que todo el espectro de la medicina clínica les corresponde y que en unos pocos minutos han de hacerse cargo de una unidad de cuidados críticos o de la intervención quirúrgica de un enfermo o de la atención en urgencias de los quemados en una urbanización cercana, que igual suturan una herida, toman muestras de sangre y de orina, atienden un shock anafiláctico o acompañan en sus últimos minutos a un enfermo terminal de Covid o de sida.
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Y para todo ello tienen apenas unos pocos minutos de aprendizaje, pues acaban un turno en rayos y empiezan uno nuevo en neumología y sin descanso ni preparación van pasando un día y otro por los diversos escalones de la medicina, como si sus estudios los hubiesen capacitado para una práctica universal y absoluta de la enfermería, aunque todos sabemos lo importante que resulta su intervención en nuestras vidas, sus conocimientos y su práctica, su corazón, su cerebro y sus manos.
Reconozco que ignoraba este lamentable estado de cosas como ignoramos a veces otras injusticias y otros desaguisados, pero no podemos dejar de reconocer que aquellas y aquellos que nos atienden al pie de una cama de un hospital, en una consulta, en una ambulancia o en un dispensario son decisivos, merecen todo nuestro respeto y no tenemos más remedio que cuidarlos y defenderlos si estimamos nuestra salud en lo que vale, pues nos va en ello nuestra calidad de vida.
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Así que pedimos desde aquí la especialización de estas trabajadoras de la salud, el cuidado de su devenir laboral y el orden de sus turnos diarios por lo que nos concierne personalmente a todos.
En estos últimos años los hemos descubierto de nuevo, les hemos reconocido otra vez su importancia y su lugar en nuestras vidas, les hemos aplaudido cada tarde como a héroes de guerra, pero vestidos con las batas blancas de la paz y, otra vez, los hemos dejado ir sin cuidarnos de ellos, con la triste recompensa de nuestra desmemoria. Pero yo, como muchos de ustedes, he tenido el privilegio de tenerlos muy cerca de mí en los peores momentos de mi vida y de sentir su apoyo incondicional como guardianes angélicos de nuestra salud y de nuestra existencia.
Volvamos el rostro, pues, a sus reivindicaciones y escuchemos sus demandas y cumplamos con sus deseos, que tanto nos afectan a todos.
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