Una canción de Jarabe de Palo habla de nacer en la cara mala del mundo y llevar la marca del lado oscuro. He tarareado en ... numerosas ocasiones esa canción sin pararme demasiado a pensar en la frase de que nacer en la cara mala del mundo podría denotar el nacimiento en países subdesarrollados, caracterizados por desafíos socioeconómicos, políticos y ambientales. Esos lugares que a menudo enfrentan escasez de recursos básicos como alimentos, agua, atención médica y educación, lo que perpetúa la pobreza y la desigualdad socioeconómica y contribuye a condiciones de vida implacables en la mayoría de los casos.
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En contraste, quienes hemos tenido la suerte de nacer en países desarrollados podemos disfrutar de una mejor calidad de vida, infraestructura más sólida, sistemas de salud y educación más accesibles y más oportunidades económicas y sociales, aunque también existan disparidades socioeconómicas y desafíos en estas sociedades.
Hace unos días, hablaba de ello con D. José Gil Martínez, médico cirujano oncólogo y exjefe de sección de Coloproctología en el hospital Virgen de la Arrixaca, con motivo de su exposición, organizada por la Asociación Cultural Hypnos, con el fin humanitario de destinar el dinero de la venta de sus obras a la ONG Itara, que ha fundado junto a su esposa, la abogada Inocencia Gómez Fernández (tras más de veinte años de experiencia en cooperación internacional médico-quirúrgicas), y que trabaja en ofrendar ayuda sanitaria en lugares de África y América Latina. Fue, precisamente, él quien hizo alusión a que nosotros habíamos nacido en la 'cara buena' del mundo, hablando de las experiencias hospitalarias, cada uno desde una óptica diferente: él, como médico; yo, como paciente. Cuando le comenté lo impertinentes y exigentes que podían llegar a ser algunos, mal llamados, pacientes, sonrió y me dijo que había que salir más y ver cómo estaban los enfermos en otros lugares para quitarse exigencias y tonterías.
Me habló de la crueldad de la vida en determinados lugares de África, donde las mujeres muestran una desafección total hacia los bebés recién nacidos, nada de abrazarlos o ponerlos sobre su pecho. ¿Para qué? ¿Para tomarles cariño y que se mueran en dos días, que es lo que ocurre con una gran mayoría de la población infantil? ¿O para sufrir más cuando les piden a los europeos que se los lleven con ellos porque sienten que tendrían mejor futuro lejos de allí? Es malo ser niño en África, mucho, me contaba mientras se emocionaba al pensar en ellos y en lo poco que valen hasta que llega el momento de ser útiles a la comunidad. Pero cuando me habló del ejercicio de su profesión a la hora del triaje o clasificación de los pacientes para ser operados o no... Un simple médico convertido en Dios determinando quién puede vivir o morir... Le pregunté qué criterios seguía para ello mientras su cabeza oscilaba de izquierda a derecha y con su mirada y sus hombros encogidos me indicaba que dependía de tantos factores... Pero, el principal, que pueda seguir siendo útil. Que una familia quede sin el padre, que es quien maneja el machete y la provee de alimentos, es condenarla.
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Pero fue, precisamente, con un padre con el que tuvo que encararse en una de las ocasiones más dramáticas de su vida: una olla llena de agua hirviendo en el fuego de una choza volcó y abrasó a dos niños que dormían cerca. Nuestro hombre hizo lo posible y lo imposible por salvarlos con los pocos medios con los que contaba. Lo logró solo con el mayor. Obviamente, las secuelas en la piel quemada dejaron a la vista un cuerpecito extraño. Pero con vida. Sin embargo, en una de sus revisiones diarias, lo encontró muerto. Y no porque sus cuidados y la ciencia utilizada en él fallaran, sino porque el padre le había quitado vías, sueros y cuanto necesitaba esa criatura para terminar de sanarse. Cuando el doctor Gil se enfrentó al hombre por lo que, no solo él sino todos, consideraríamos algo terrible, este, convencido de que había hecho el mayor acto de amor que puede hacer un padre, le dijo que un niño como quedaría él no tenía lugar en ese poblado de África.
Así que, sí, me bastaron unas pocas palabras con el doctor Gil para sentirme muy afortunada por haber nacido en la 'cara buena del mundo' y muy agradecida a personas como él y su esposa, que dedican una gran parte de su vida a proporcionar una mejor a quienes han tenido la desgracia de nacer en la 'cara mala'.
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