Tras más de 25 años de estudio y lectura sobre la biología y ecología de peces me tomo la licencia de contar una historieta, es ... decir, una relación breve de sucesos de poca importancia sobre nuestros peces murcianos. Irónicamente 'de poca importancia', ya que lo que ocurre con algunos peces nativos en nuestros ríos y lagunas emblemáticas es un horror o atrocidad.
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A pesar de sus incalculables servicios ambientales y culturales, con los peces se reproduce una clara actitud dual de la sociedad. Positiva e interesada frente a unas pocas especies e indiferente frente al resto, anónimos y olvidados a merced del destino de su medio acuático. Actuamos con pasividad, no parecen existir actitudes de rechazo sino que son ignorados como si no existieran.
Una mortandad masiva y espeluznante nos descubrió su identidad en nuestra laguna –octubre de 2019– causando perplejidad en los medios de comunicación, deseo de acometer operaciones de salvamento y buscar causas o responsabilidades. Pronto creo que ha regresado su anonimato y los peces han recuperado su carácter virtual.
Soportan desinterés social. Se observan mortandades puntuales en nuestro río Segura –«el río con la mejor restauración ambiental de Europa»– y la denuncia se reduce a una efímera columna de prensa. Los vemos intentando superar azudes en su migración reproductora e igual pensamos que dan saltos de alegría –nuestro Murcia Río olvidó que los peces necesitan pasear aguas arriba a través de los azudes–. Agonizan y mueren, de forma menos llamativa, en nuestras acequias y azarbes cuando son desecadas repentinamente sin ningún miramiento, o bien entubadas para no perder ni una gota de agua. En suma, viven en silencio con el cúmulo de impactos humanos que caracteriza a sus ambientes acuáticos.
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También soportan gran presión de 'lobbies' y contradicciones en la Administración. Fomentamos la pesca deportiva de especies invasoras, que son exóticas a nuestros ríos y han propiciado la extinción de peces nativos, es más, permitimos la pesca con muerte de nuestro barbo gitano. En nuestro enfermo Mar Menor mantenemos una cruel pesquería profesional de decenas de toneladas al año sobre una especie que, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, tiene un peligro de extinción idéntico a nuestra popular nacra y superior al del lince ibérico. Hablo de la anguila, no del caballito de mar. Desde las imágenes que vimos en la mortandad de 2019, su pesquería en el Mar Menor no solo no ha cesado, sino que ha esquilmado más toneladas de lo que venía siendo normal a pesar de «estrenar su veda más larga».
A más inri, tiene un escaso valor comercial. ¡No es la forma de tratar a una especie críticamente amenazada! Otro triste ejemplo es el fartet –otro pececillo exclusivo muy amenazado– del que alardeamos sobre su carácter «cien por cien murciano», al mismo tiempo que dejamos perder algunas de sus poblaciones más emblemáticas. Actualmente, ni se demanda ni se trabaja en una conservación más activa para reconstituir a la especie en sus antiguas zonas.
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El éxito para conservar nuestra fauna radica en la sensibilización y percepción de la sociedad. La necesaria inversión de recursos y constancia, como debería ocurrir con nuestro patrimonio cultural, depende del apoyo y denuncia social.
Próximos a nuestro día regional, me gustaría hacer un llamamiento a los murcianos sobre los problemas que soportan nuestros peces y demandar un cambio. Tenemos algunas joyas exclusivas entre nuestro patrimonio natural que necesitan mayor atrevimiento y criterio conservacionista en su gestión. De forma similar a lo que aludía Miguel Delibes en 'Un mundo que agoniza', la extinción de una especie no es solamente su desaparición física, sino que también es la destrucción y pérdida de su significado, una verdadera amputación cultural y vital.
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