Jesús Pagán: «Nuestra forma de alimentarnos es un acto criminal que provoca millones de muertes»
«La Covid es la gota de agua que ha colmado el vaso de un absurdo y perverso estado de bienestar», lamenta el cofundador de Foodtopía
G. S. FORTE
MURCIA
Martes, 12 de mayo 2020, 22:15
Hace un lustro el ingeniero Jesús Pagán (Alcantarilla, 1951) cofundó en el Parque Científico y Tecnológico del Campus de Espinardo la iniciativa Foodtopía, que ... ha derivado en una red de establecimientos de comida que al finalizar 2019 ya sumaba más de 20.000 clientes diarios. Lo singular de este negocio es su pronunciado sesgo conservacionista. Su objetivo pasa por reducir las emisiones del actual sistema alimentario, que en la actualidad «representa el 54% de la actividad humana», de acuerdo con este especialista en tecnología de procesos en relación con la termodinámica, que lleva más de 40 años en la industria de la alimentación «a lo largo de los cinco continentes». La singular filosofía de Foodtopía llegó el pasado diciembre a la Cumbre del Clima de Madrid (COP25), donde Pagán fue invitado para exponer sus iniciativas.
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–¿Qué hacían unos emprendedores de la restauración como ustedes en la COP25?
–Fuimos a denunciar que nuestra forma de alimentarnos es responsable de más del 50% de las emisiones de CO2 equivalente; del consumo del 30% de la energía a nivel mundial, mayoritariamente fósil; del 60% de la pérdida de biodiversidad; del 80% de la deforestación; consume el 70% del agua dulce, y es causa del 60% de la morbilidad mundial. Comer de esta manera es un acto criminal que produce millones de muertes prematuras al año.
«Hay que modificar la Constitución con leyes que garanticen nuestro medio ambiente»
–Y además parece que el primer ser humano que se contagió de Covid-19 lo hizo al comerse un determinado animal. ¿Tan peligrosa puede ser la comida?
–La Covid es la gota de agua que ha colmado el vaso de un absurdo y perverso estado de bienestar. A día de hoy, no es posible entender que nuestro bien común imprescindible, el alimento, esté deslocalizado. Más del 50% de nuestros alimentos no se producen en nuestro país, están en manos de capital privado, ligados a largas cadenas de distribución, y esto representa una pérdida absoluta de nuestra resiliencia o capacidad de superar circunstancias traumáticas ante una discontinuidad como la que estamos viviendo. Ya lo hemos presenciado en nuestros supermercados. De hecho, hoy el mundo se está preguntando acerca de nuestra seguridad alimentaria.
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-¿Cree que vamos a salir más sensibilizados sobre la forma en la que obtenemos nuestros alimentos a partir de esta pandemia?
–No. Nuestro sistema alimentario debe ser regulado con leyes estrictas y racionamiento. Comer un kilo de ternera estabulada emite 60 metros cúbicos de CO2 a la atmósfera. En la situación climática actual debería de estar más castigado que la venta de cocaína en los mercados de abastos. Cualquier producto alimentario en las grandes cadenas de distribución debería tener una etiqueta donde se indicara con claridad el índice de muerte relativo y el impacto medioambiental promedio de su ingesta
«A día de hoy no es posible entender que un bien común como el alimento esté deslocalizado»
–¿Hay algo que tenga más incidencia en el medio ambiente que lo que comemos y cómo lo hacemos?
–No, en absoluto. Comer es un acto que realizamos tres veces al día y los 365 días del año, pero ese no es el problema. Tiramos un tercio de la producción. Si vas al supermercado, no ves los alimentos, todo está cubierto de plástico, cartón, latas... En realidad necesitamos la energía de nueve menús para producir uno. Es absolutamente insostenible, y si algo es insostenible, colapsa.
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–¿Qué nos falta entender para respetar el planeta?
–Nos falta entender la necesidad de una dictadura medioambiental. Hay que modificar la Constitución con leyes que garanticen nuestro medio ambiente, por encima de intereses ideológicos, políticos, empresariales..., donde la naturaleza sea como algo sagrado. Debemos desarrollarnos en entornos locales, en espacios donde el voto sea presencial, alzando la mano. Con una economía de menor energía, con menos bienes, menos horas de trabajo y un lema de suficiencia para todos.
–¿Cuál es el grado de concienciación que percibe sobre estos asuntos en la Región de Murcia respecto a la sociedad española o la europea?
–Esta es una pregunta para no contestar. La Región es una zona de conflicto geopolítico, identificada en los modelos climáticos como de extrema sequía. Y si faltaba algo, tiene huella ecológica 6. Posiblemente existan pocos espacios como este en Europa. Huella ecológica 6 significa que con nuestros recursos solo podríamos mantener el actual estado de bienestar para una sexta parte de nuestra población. Y, sin embargo, en vez de centrar nuestra agricultura en los recursos necesarios para la población local, a base de cultivos promisorios, utilizamos nuestras escasas reservas de agua para mandar alimentos a miles de kilómetros, destruyendo ecosistemas como el Mar Menor. Cuando en una sociedad la huella humana supera la capacidad de carga, es imposible garantizar el futuro; seis veces pone los pelos de punta.
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–¿Aparte de su actividad profesional, qué actividades domésticas hace en su día a día para cuidar el planeta?
–Estoy jubilado. La actividad que me lleva más tiempo es el 'hobby' de optimizar sistemas de producción de alimentos altamente resilientes basados en la ingeniera inversa, comer poca carne, y mandar a un compostador los restos vegetales. Es demasiado poco para lo que en este momento requiere la naturaleza.
–¿A qué espacio natural de la Región va a ir cuando ya nos podemos mover dentro de la provincia?
–Lo que más me atrae en este momento es permanecer en casa. Lo peor que podemos hacer es volver a la normalidad, pero soy consciente de que es lo único que tenemos. Es como una religión que permea toda la sociedad: producir para que nuestra bolsa de la basura y las emisiones cada vez sean más grandes. Esa religión se llama crecimiento.
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