Un hombre pasa ante el popular altar del callejón de la Soledad. :: J. M. RODRÍGUEZ / AGM
CARTAGENEROS EN EL CALLEJERO

La calleja de los altares

JOSÉ MONERRI

Martes, 2 de abril 2013, 11:54

La calle de la Soledad prácticamente se ha perdido por obra y gracia de la recuperación del Teatro Romano, ya que se entraba a ella procedente de la calle Nueva para salir a la Cuesta de la Baronesa y las calles de Don Gil y de Orcel, que desembocaban por su izquierda han desaparecido. Pero la historia de tan típica calle sigue perenne en la memoria de los cartageneros.

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Fue una de esas calles más importantes de antaño, ya que desde la más remota antigüedad a causa de la pesquera, que era la principal industria de Cartagena y su más sobresaliente fuente de riqueza, el más numeroso de los gremios, el de los pescadores, habitaban en su mayoría en unas estrechas y tortuosas callejas próximas a la Catedral Antigua. A esta agrupación de calles, como señalaba Federico Casal, se le conocía por el Barrio de Pescadores, nombre que perduró durante siglos hasta perderse definitivamente.

En este barrio era donde existía una estrechísima calle llamada de la Soledad, aunque al principio los de la Hermandad de la Pesquera la decían de Jesús Nazareno en honor del santo patrono del gremio, pero habiendo un arraez colocado a principio del siglo XVII en la fachada de su casa, una estampa con la Virgen de la Soledad, a la que por la noche alumbraba un farolillo de aceite, la calleja tomó el nombre de la citada Virgen, que todavía conserva.

Devoción de los moradores

Más tarde, en el siglo XVIII, en el ángulo que forma la calle para dar salida a la antigua calle de las Gradas, hoy Cuesta de la Baronesa, pusieron los vecinos un altar con la Virgen de la Soledad y la Santa Cruz con todos los atributos de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. En él se estuvo diciendo misa los domingos hasta el 1820. Con el correr de los años se fue perpetuando la piedad y devoción de los moradores del barrio que colocaban en el lugar numerosos exvotos.

El cargo de santero para el cuido, limpieza y adorno del altar estuvo vinculado a una familia que lo fue heredando de padres a hijos y, a falta de éstos, el deudo más cercano. Desde antiguo, celebraban los del barrio el día 3 de mayo y, durante una semana, la fiesta de la Santa Cruz. En ella figuraba siempre la maya de vistoso traje, colocada sobre una mesa pidiendo dinero con un platillo, pero suprimidas las mayas en Madrid y provincias por orden dada el 21 de abril de 1769, bajo multa de diez ducados y algunos días de cárcel, quedó reducida la fiesta a engalanar las casas y la calle, y a cuajar de flores y de luces el altar, siendo una fiesta tradicional y netamente cartagenera.

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La calle de la Soledad fue célebre en el segundo tercio del siglo XIX por una casa de comidas que en ella existía y era conocida por el Bodegón de Córcoles. El cartagenero que se preciaba de serlo -escribía Federico Casal- cuando hablaba de las cosas notables de la ciudad nunca se olvidaba de citar a Córcoles, famoso por la preparación y condimentación de los calamares. Los forasteros jamás abandonaban Cartagena sin haber saboreado los típicos guisotes de Córcoles, y se cuenta que en el célebre bodegón. Entre calamares y mariscos rociados con el vinillo de la tierra se fraguó el alzamiento político del 68, por aquellos patriotas que conspiraban en la Botica de la calle Mayor y continuaban en la casa de Córcoles los manejos revolucionarios que ayudaron a dar al traste con el reinado de Isabel II.

En la calle de la Soledad existió también, en la acera desaparecida, otra bodega del Manchego, que también era muy visitaba y en la que podían consumirse excelentes tapas. Había que subir la cuesta de la calle Nueva -que hoy tiene la denominación de Doctor Tapia Martínez- y a mano derecha se accedía a la calle de la Soledad. A su fondo, el cuadro de la Virgen, obra del laureado pintor Francisco Portela. A la derecha, la Muralla Bizantina, y a la izquierda, donde se hallaban las calles de Don Gil y de Orcel, los aledaños del recuperado Teatro Romano.

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Tradicionalmente, los miembros de la agrupación marraja de la Virgen de la Soledad, que sacan tres procesiones, dos el Viernes Santo -mañana y noche- con las denominaciones de la Dolorosa, a la que cariñosamente llaman 'La Pequeñica', y de la Soledad, obra de Capuz, en el magno desfile del Entierro; y otra el Sábado, con la Soledad de los Pobres, tras la recogida de la procesión del Encuentro en Santa María de Gracia, se dirigen a la calle de la Soledad donde cantan una Salve a la Virgen.

Barrio de Pescadores

Es un acto emotivo, en el que los penitentes suelen verse acompañados por familiares y público. Pero, la calle de la Soledad no es lo que fue, aunque su historia de estar incorporada al que fuera Barrio de Pescadores y de sustentar entrañables tradiciones, eso se mantendrá para siempre.

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Así tenemos una calle histórica, en la zona del importante y recuperado Teatro Romano, y que sigue conservando una vinculación con las procesiones de la Semana Santa cartagenera, gracias a una costumbre que los miembros de una de las clásicas agrupaciones de la Cofradía marraja en recuerdo y homenaje cariñoso a una de las imágenes titulares. Y es que muchas de las calles cartageneras están íntimamente vinculadas a esos excelentes desfiles pasionarios que tienen, con toda justicia, ganado el título de Semana Santa de Interés Internacional.

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