El Supremo de EE UU avala el matrimonio homosexual
La histórica sentencia anula la potestad de los estados para prohibir las bodas de gais y lesbianas y abre la puerta a estas uniones en todo el país
MERCEDES GALLEGO
Sábado, 27 de junio 2015, 00:42
Cuando los historiadores miren atrás verán esta semana de junio de 2015 como el momento cósmico en que EE UU dio un paso adelante en el avance por la igualdad sobre la que dice haberse fundado. No solo la masacre de Charleston sacudió los símbolos confederados que en el sur de EE UU servían para defender la inferioridad de los afroamericanos, sino que una apretada decisión del Tribunal Supremo derrumbó por 5 a 4 las leyes erigidas en 31 estados de la Unión para impedir que se reconociesen los matrimonios homosexuales. Mississippi y Arkansas empezaron a expedir licencias de matrimonio a estas parejas ayer mismo. El amor había triunfado, en Washington y en Charleston, y se había expandido a todo el país.
«Esta sentencia es una victoria para EE UU», anunció el presidente Barack Obama, que ha tenido sus propias dificultades para reconocer públicamente «lo que millones de estadounidenses creen en sus corazones: que cuando se trata a todos los estadounidenses por igual, todos somos más libres».
Obama rindió homenaje a los «incontables pequeños actos de millones de personas, a menudo anónimas, que durante décadas se han enfrentado, han salido del armario, han hablado con sus padres, han soportado amenazas e intimidaciones, han sido fuertes y al final han llegado a creer y lentamente han hecho darse cuenta a todo un país de que el amor es el amor».
Al frente de ellos en esta demanda que ha recorrido los tribunales hasta llegar al Supremo se encuentra Jim Obergefell, un hombre de Cincinnati que hace dos años tuvo que casarse con su pareja enferma de esclerosis lateral amiotrófica (ELA) dentro de una avioneta en el aeropuerto de Baltimore porque Ohio no les expedía una licencia de matrimonio. Cuando John murió meses después, el estado se negó a ponerle como esposo en el certificado de defunción, por lo que inició la batalla legal que ahora ha traído ese derecho a todos los ciudadanos del país, sin importar en qué estado vivan. «Le prometí a John que llegaría hasta el final», había dicho, y ésa era la única satisfacción que se llevaba ayer. «No puedo volver a casa y celebrarlo con mi marido, ni me sirve ya para casarme con mi pareja», lamentó en uno de los días más felices de su vida. Poco después le sonó el móvil con una llamada desde la Casa Blanca: «¿Jim?», preguntó Barack Obama al aparato. «Estoy muy orgulloso de ti. Tu liderazgo en esto ha cambiado el país y la vida de millones de personas», le dijo el presidente.
En las calles de Charleston, donde tanto se ha pregonado estos días el poder del amor para transformar el mundo, no se compartía el entusiasmo de Nueva York o Washington. Una vez más, el norte lideraba la lucha por la igualdad y el sur se resistía a ello, solo que esta vez no está dispuesto a empezar una guerra. «No, señora, no le he puesto atención a eso, porque nunca me he sentido atraído por ningún hombre», se excusaba Myers T. Levar, que portaba una pancarta alabando a Obama por su liderazgo tras la masacre.
La mayoría de aquellos a los que se les llenaba la boca hablando del amor decían no tener «ninguna opinión» que dar sobre la recién estrenada igualdad de los matrimonios y los que lo hacían no era para congratularse. «No veo ninguna relación entre esas dos cosas», se ofuscaba Jean, una anciana de 77 años que ni siquiera quiso dar su apellido. Como prueba de que una nueva generación arrincona al conservadurismo sureño, su nieta Donna la rebatía. «En tu opinión no la hay, en la mía sí. Si todos nacemos iguales, somos iguales para todo», apostillaba.
Los líderes de los partidos conservadores que aspiran a suceder a Obama en la Casa Blanca se sentían tan indignados por la decisión del Supremo que algunos incluso proponían cambiar la Constitución para prohibirlos, sin importar que eso les coloque en el lado equivocado de la historia. «Sabemos que tenemos un largo camino que recorrer en el mundo hasta que toda la comunidad de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales del mundo viva un día libre de discriminación y violencia», admitió Kerry Kennedy, presidente de la Robert Kennedy Human Rights Foundation, «pero esta decisión no es solo histórica para EE UU, sino una señal al mundo de que estos son, de hecho, derechos humanos».