Interior de un prostíbulo en una imagen de archivo. AFP

«Mi proxeneta me metió la cabeza en el váter por negarme a hacer un trío»

Una víctima de trata que reside en la Región relata su cautiverio en un piso donde la obligaron a prostituirse y a drogarse

Viernes, 24 de septiembre 2021, 02:26

Ni publicar su nombre; ni mostrar su rostro; ni desvelar su país de origen ni el de la ciudad donde fue retenida, agredida y ... obligada a drogarse y a hacer servicios sexuales que ella ni imaginaba que existían. Desde una vivienda de un municipio de la Región, Sofía (nombre ficticio) avisa de que se le pone la piel de gallina al recordar el tiempo que pasó cautiva en un piso de una ciudad española para ser prostituida por una red dedicada a la explotación sexual. «En España, la trata es una plaga», afirma.

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Esa epidemia, como ella la califica, obtuvo su muestra de rechazo ayer, en el Día Internacional contra la trata de personas con fines de explotación sexual. En la Consejería de Mujer, Igualdad, LGTBI, Familias y Política Social se celebró un acto con los representantes de la Mesa Social de Trata, junto con la consejera Isabel Franco. En la concentración, los asistentes mostraron su compromiso de lucha contra esta lacra y se leyó un manifiesto. «Ningún ser humano ha nacido para ser esclavo de otro», indicó la consejera.

Y eso es lo que fue Sofía durante tres meses, una prisionera explotada sexualmente. Para contar su historia, ella toma su tiempo y avanza despacio en su relato. Se le corta la voz cuando se detiene para especificar qué prácticas sexuales le obligaban a hacer. «Prefiero que omitas los detalles», solicita.

«Decían que estaba allí para producir y pagar la deuda, que yo era un objeto sexual, y tenía que hacer lo que me dijeran»

Antes de llegar a España, en su país, ejerció como 'escort', o prostituta de lujo. La persona que estaba a cargo del grupo de chicas le propuso viajar a España para trabajar con otra gente. «Pensé que podía ganar más de dinero y estar con hombres europeos. Creía que serían clientes más amables que los de mi país». A finales de 2019 llegó a España desde Suramérica, pero contrajo una deuda con un grupo que le pagó parte de los gastos de viaje. Esa gente le proporcionó un piso, «una cárcel» donde, junto con otras cuatro chicas, debía dar servicio 24/7 (24 horas al día, siete días a la semana). De una jornada se quedaba con el 30% de las ganancias.

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Cautiva y vejada

Sofía no tardó mucho tiempo en comprender que aquellas condiciones impuestas no se parecían en nada a las prometidas, tampoco a las que tenía en su país. «Yo nunca había consumido drogas ni había sufrido las vejaciones sexuales que aquí me hicieron».

En la casa estaban vigiladas por dos hombres, que les intervinieron los teléfonos móviles y no las dejaban salir a la calle. «Los domingos por la mañana podíamos ir a comprar acompañadas por uno de ellos». Los hombres que acudían a esa vivienda debían irse satisfechos y ella no podía rechazar ningún servicio. «La mayoría no se ponía protección, las orgías y las penetraciones anales eran habituales. Si me negaba, me pegaban. Decían que estaba allí para producir y pagar la deuda, que yo era un objeto sexual, y tenía que hacer lo que ellos me dijeran», recuerda. Cuando Sofía intentaba rebelarse, los proxenetas amenazaban con hacer daño a su familia. «Como sigas así, tu mamá no lo va a pasar bien», me advertían.

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Le quitó las llaves a su raptor, huyó y llamó a un contacto en Cruz Roja, que le ofreció los medios para recuperarse e iniciar una nueva vida en la Región

Los fines de semana trasladaban a todas las chicas a un club, donde las prostituían y donde las obligaban a drogarse. «En el bar nos forzaban a consumir cocaína y alucinógenos con los clientes». Fue en ese local donde, en una las tantas negativas de Sofía para realizar un servicio, encontró el valor para salir de aquello. «Un cliente me pidió hacer un trío. Yo le dije que no y le dio las quejas a uno de los proxenetas. Él vino, me metió en un baño, cogió mi cabeza y la introdujo en el hueco del váter, mientras me pegaba y gritaba que era una puta y que debía hacer lo que me ordenase. Cuando se marchó, entró una chica y al verme llorar, me apuntó en una servilleta el número de teléfono de una voluntaria de Cruz Roja: 'te va a ayudar', me dijo».

Ese contacto le aportó la valentía suficiente para arriesgarse a escapar y Sofía planeó su fuga. Para lograrlo debía esperar un descuido y quitarle las llaves a su raptor. «Aproveché el momento en el que estaba durmiendo la siesta para entrar a su habitación y coger el llavero que guardaba en el pantalón, y hui».

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Ya en la calle, llamó al contacto de la ONG, y miembros de la unidad contra la trata de Cruz Roja le prestaron el apoyo y los medios para recuperarse e iniciar una nueva vida en la Región. «He empezado a levantarme, pero el miedo sigue ahí, porque la deuda con ellos no se ha saldado», concluye.

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