Narcisa Maldonado revisa los mensajes de sus familiares residentes en Ecuador. Nacho García/ AGM

Dos semanas con Ecuador en la boca del estómago

La comunidad ecuatoriana en la Región vive con inquietud la evolución de los altercados en su país: «Sabemos que cualquier día nos pueden dar una mala noticia»

Martes, 23 de enero 2024, 01:04

Narcisa Maldonado no puede comer. Tiene «una cosa en la boca del estómago» que no le deja pegar bocado. Esta ecuatoriana, que se asentó en ... la Región de Murcia hace ya más de 20 años, vive con angustia la evolución de la crisis de seguridad que atraviesa su país desde hace dos semanas. «Tengo los nervios de punta», dice sin soltar el móvil, donde busca permanentemente la confirmación de que sí, que hoy tampoco hay nada que lamentar, que los suyos siguen bien.

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La inquietud recorre el cuerpo de los cerca de 30.000 ciudadanos originarios de Ecuador que residen en la Región y que llevan desde el martes 9 de enero a bordo de una montaña rusa de temor y optimismo, alternando entre un estado y el otro según dicten las noticias que llegan desde la costa del Pacífico, después de que los cabecillas de los cárteles del narcotráfico retaran al presidente del Gobierno, Daniel Noboa, y asaltaran, armados hasta los dientes, una televisión nacional mientras se sucedían los motines en las cárceles.

Las imágenes de los encapuchados encañonando en directo a los presentadores de TC Televisión en las instalaciones de la cadena en Guayaquil, epicentro de los altercados, fueron la confirmación de la cristalización de una guerra interna que los ecuatorianos venían viendo gestarse desde hacía tiempo. Martha Acosta, vecina de Alquerías, vivió aquel asalto a través de su familia, que reside en la provincia de Manabí, una de las zonas más conflictivas por el avance del narcotráfico. «El grupo de WhatsApp que tengo con ellos fue un caos. Todos estaban repartidos en sus trabajos y fuimos comentando el ataque casi en tiempo real», señala esta mujer de 38 años, que se trasladó a Murcia en 2002, y que acompañó a sus familiares en las primeras horas, cuando tuvieron que quedarse «encerrados en casa, con miedo». Desde entonces, la población vive sometida al toque de queda nocturno y a la protección del Ejército. «Todos los comercios que siguen atendiendo están vigilados por los militares: en los negocios, los supermercados, los bancos... Todas esas zonas», cuenta Martha.

Un conflicto «callado»

Ámbar Angélica Alarcón, coordinadora de la Asociación Rumiñahui en la Región de Murcia, una ecuatoriana que llegó a España hace seis años, sabe que los suyos corren menos peligro, pero eso no la libra de preocupaciones. «Yo soy de la sierra y, normalmente, donde se producen más altercados es la costa –asevera–, aunque tengo amigos que viven en zonas más críticas, lo que pasa es que hay mucha gente que tiene normalizadas estas situaciones y ya las viven casi como un hecho más».

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«Todos los comercios que siguen atendiendo están vigilados por los militares, y la gente tiene miedo»

Los problemas de estómago de Narcisa no son de ahora, como tampoco es de ahora la amenaza de las bandas. «Hace ya como tres años que la cosa viene siendo muy dura –dice en referencia al poder de los cárteles en las zonas costeras–, pero todo ha estado callado, callado, callado. Ahora lo que pasa es que ha estallado la bomba».

El camino que su hermano Pedro debe realizar para ir a trabajar en una plantación bananera de Recinto San Mateo, a pocos kilómetros de Guayaquil, es hoy un fuerte custodiado por los militares, en un intento por contener los asaltos y los robos. Pero ni siquiera ese refuerzo de la seguridad termina de tranquilizarla. Teme que su familia no le esté contando toda la verdad. «Saben que estoy malita y no me quieren preocupar, pero yo todos los días quiero saber cómo han amanecido todos, si están bien», asegura.

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El temor por los ciudadanos que intentan seguir con sus vidas está, en opinión de Mario Aguilar, presidente de la asociación Nuevos Lorquinos, totalmente fundado. «Sabemos que en cualquier momento nos pueden dar una mala noticia», reconoce. «Mi familia es muy amplia y tengo a mucha gente en zonas peligrosas», cuenta a LA VERDAD.

El anuncio, la pasada semana, de que el Gobierno había retomado el control de todas las prisiones con la liberación de al menos 150 rehenes ha devuelto la esperanza, pero no ha disipado del todo los nubarrones. Darwin Iza, que trabaja en Murcia desde hace 22 años, mantiene contacto permanente con sus primos y tíos en Quito, capital del país. «La gente allí todavía tiene mucho miedo a salir a la calle. Todavía hay sitios donde están poniendo bombas», explica. «Me dicen que no pueden trabajar con tranquilidad porque los sitios comerciales están cerrando muy temprano, que los autobuses no circulan con regularidad, y eso hace que la vida se haga difícil, pero esperamos que dentro de un tiempo se pueda vivir como se vivía antes».

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Concentración en la Glorieta de Murcia, el pasado domingo 14, para pedir la paz en el país. Consulado

A eso se agarra la comunidad ecuatoriana, que el pasado domingo 14 se concentró en la Glorieta de Murcia para pedir la paz y mostrar su apoyo al presidente Noboa. «Estamos contentos de cómo está actuando, de que haya plantado cara a estos sinvergüenzas que llegaron para inestabilizar el país», defiende Mario Aguilar.

«Las fuerzas de seguridad del Estado están trabajando, y ahora las calles son ya un poco más seguras –añade Ámbar–. La gente está contenta, pero queda trabajo que hacer. Cuando vuelva esa tranquilidad que está buscando el presidente, será el momento de pensar qué actuaciones hay que llevar a cabo para evitar que algo así vuelva a suceder».

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