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Aspecto de la plaza de San Pedro poco antes de la misa de canonización.

La llovizna y las escenas de pánico deslucieron la ceremonia

Los peregrinos se hacinaron en un espacio en el que era difícil vivir con recogimiento la misa

i. dOMÍNGUEZ

Miércoles, 30 de abril 2014, 13:48

La lluvia intermitente, en un día gris, fue lo de menos. Parecía mentira que alguien haya preparado esto durante un año. Había 26.000 voluntarios y 10.000 agentes, pero falló el diseño general.

En Via della Conciliazione, la gran avenida que lleva al Vaticano, hubo escenas de pánico, aplastamientos y sálvese quien pueda. Gente de todas las edades, con ancianos y discapacitados, tuvo que aguantar horas y horas hacinada, sin acceso a urinarios públicos, que de todas maneras estaban colocados de forma anárquica. La gran paradoja para muchos presentes fue vivir escenas de barbarie y nula solidaridad en una ceremonia religiosa histórica. El recogimiento era casi imposible, y también la comunión. Según datos de la Santa Sede, en el Vaticano y alrededores se congregaron medio millón de personas y otras 300.000 en torno a las 17 pantallas gigantes repartidas por la ciudad. A quien le fue bien narraba una mañana sin percances, pero hubo múltiples protestas.

Había un predominio de polacos y daba la sensación de que la mayoría de los fieles estaban allí por Juan Pablo II, algo normal por razones cronológicas.

«Me siento muy feliz, muy conmovida y muy cansada después de esta ceremonia», dijo Anna Wiswinska, una profesora polaca, que conoció a Juan Pablo II en Cracovia.

«Hemos venido por los cuatro papas, los dos vivos y los dos canonizados», aseguró la joven italiana y estudiante de ingeniería, Letizia Montironi. «Pero creo que el papa más importante para la juventud italiana es Francisco», subrayó Montironi, quien reconoció que su generación conoce poco o nada del papa italiano Juan XXIII, quien inició el Concilio Vaticano II en la década de los para modernizar la Iglesia católica.

Venidos de México, Argentina, Perú, Ecuador, Chile y Costa Rica, entre otros países, los latinoamericanos dijeron sentirse más cercanos a Juan Pablo II, al que conocieron en sus viajes a América Latina, ya que Juan XXIII, poco viajero, falleció en 1963. «Juan Pablo II visitó varias veces México y cada vez nos decía que se sentía mexicano. Para nosotros eso es muy importante. Yo vine también porque cuando mi mamá estaba embarazada de mí, vino al Vaticano y él le dio la bendición», contó Juan Pablo Almeyda, de 23 años, originario de Guadalajara.

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