«Siendo el obispo nuestro, nuestra debe ser también su biblioteca»
Decenas de miles de libros históricos permanecen bajo llave en el Palacio Episcopal desde hace casi siglo y medio
Es la biblioteca, por adelantar un ejemplo, más importante del siglo XVI en la Región. Pero está cerrada a cal y canto. Se la conoce ( ... los pocos que la conocen) como la Biblioteca de los Obispos, integrada por las colecciones privadas de los prelados que, al morir, donaban tan valiosos libros.
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Aunque también se nutría de obras de otras procedencias. Es el caso de donaciones y, sobre todo, de la biblioteca del colegio jesuita de San Esteban. En 1765 fueron expulsados los frailes de España y la colección se trasladó al Palacio Episcopal. Allí se conserva también otra biblioteca espectacular: la del Seminario San Fulgencio y también vedada.
La riqueza de estos tesoros es inimaginable. Literalmente. Porque apenas se conocen estudios serios sobre ellos. A los libros eclesiásticos, incluidos algunos incunables, se suman otros de Derecho, Medicina, Ciencias y autores clásicos.
En 1771 una Real Cédula ordena la creación de bibliotecas episcopales, compuestas por todas las obras que tuviera en su poder el obispado. La murciana no se abriría al público hasta el 8 de octubre de 1787, cuando lo ordenó el obispo Manuel Felipe Miralles.
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Sobre su primer bibliotecario hay opiniones. Unos creen que se llamaba Ángel Flores y le concedieron un sueldo de 800 ducados anuales. Otros, como la profesora Cristina Herrero, señala a Juan Ángel Escrich Martínez, autor de un inventario de los fondos. Herrero cifró en unos 8.000 libros la Biblioteca de los Obispos.
La biblioteca, que estaba en el lugar denominado El Martillo, cerró sus puertas un 27 de marzo de 1880, tras 93 años al servicio de los ciudadanos.
Habían lucido la mitra cartagenera seis obispos, hasta que Diego Mariano Alguacil dio el portazo. Ramón Blanco valoraba en su obra 'Efemérides murcianas' que esa «clausura» debería desaparecer, «en honor a Murcia y a los murcianos, porque siendo el obispo nuestro, nuestra también debe ser su biblioteca».
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Al tiempo, también se conservaba la biblioteca del Seminario San Fulgencio, expoliada en la Guerra Civil. Estos ejemplares fueron públicos en algunas épocas. En febrero de 1972 se abordó una intervención en los fondos bibliográficos de la Diócesis. El objetivo era desinfectarlos y permitió conocer, a través de la prensa, el estado de tan preciados tesoros.
Desinfectar los volúmenes
El proyecto arrancó un tiempo antes, cuando profesores del Seminario Mayor San Fulgencio, encabezados por José Antonio Trigueros, se propusieron organizar la biblioteca del centro, que incluía unos 28.000 volúmenes. A ellos se sumaron otros 12.000 que entonces se conservaban en el palacio. Estaba todo por hacer: catalogarlos, limpiarlos y exponerlos. Desinfectarlos era prioritario. Correría a cargo de un equipo técnico del Ministerio de Educación y Ciencia.
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De mucha ayuda sirvió que allí trabajara el restaurador Vicente Viñas Torner, quien había pasado parte de su infancia en Murcia antes de estudiar en Harvard (EE UU). Viñas fue el encargado en 1969 de poner en marcha el Servicio de Restauración de Libros y Documentos.
El resultado de la gestión fue inmediato, como publicó el diario 'Línea'. A Murcia llegó el equipo con un «imponente autobús, 'container', con la única cámara de desinfección que hay en España». Tres técnicos irían acoplando los libros en cajas especiales que, más tarde, en proporción de cinco metros cúbicos por vez, se introducían en la cámara. El proceso duraba unas cuatro horas y consistía en gasear los volúmenes durante ese tiempo.
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Aquella intervención tuvo otros beneficiosos efectos para los amantes de nuestro patrimonio, que no eran ni son pocos, aunque algunos políticos no terminen de creérselo. Esa misma semana, Antonio Pérez Crespo sugería en el diario LA VERDAD que todos los archivos y bibliotecas se reunieran en un solo edificio en Murcia.
Pérez Crespo, quien en 1978 se convertiría en presidente del Consejo Regional de Murcia preautonómico, aportó una lista de archivos susceptibles de reunirse bajo un mismo techo. Entre ellos citaba a los municipales, parroquiales y de las delegaciones de los ministerios. Sin olvidar los fondos en poder de las cofradías y colegios profesionales, así como el archivo notarial.
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Respecto al nombre para ese gran centro del saber, el autor proponía Biblioteca Provincial Nicolás Ortega, en recuerdo del archivero municipal y cronista oficial de Murcia.
El proyecto de Pérez Crespo no llegó a buen puerto. En realidad, a ninguno. Solo prosperó su idea de emplazar el 'mega archivo' en un edificio histórico murciano: el palacio del Almudí, entonces destinado a juzgados.
El sacerdote Juan Hernández valoró la idea desde las páginas de LA VERDAD recordando el destacado valor de los libros históricos que poseía la Diócesis. Él había trabajado tras la Guerra Civil en el primer intento de recomponer la biblioteca del seminario, «donde llegamos a contar una decena larga» de pergaminos iluminados.
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Aquel archivo se vio incrementado tras la donación de una parte de la biblioteca del obispo Miguel de los Santos Díaz y Gomara. Aunque no la mejor parte, pues el prelado la envió a otro seminario de Zaragoza. Hernández también explicaba que el lugar idóneo para reunir los fondos diocesanos era aquel «que actualmente ocupa la episcopal, orientado hacia el río, con acceso desde La Glorieta».
Todo sigue igual
El obispo Roca Cabanellas hizo el ademán de volver a abrir su biblioteca en 1977. En 1986, los murcianos descubrieron el estado de abandono en que se encontraba tan valioso patrimonio. Pero abandono total. De hecho, en Palacio casi ni se enteran de que habían sufrido el robo de valiosas obras.
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«Nos enteramos por casualidad, porque desde hace bastante tiempo ninguna persona entra en la biblioteca», reconoció el secretario del obispo. LA VERDAD publicó entonces que había más de 25.000 libros, «según el fichero de la biblioteca».
Los autores fueron unos jóvenes, quienes vendieron los libros a un anticuario de Valencia. Dios sabe, nunca mejor escrito, si algún valioso códice se perdió para siempre. No duden de que sí. Y así seguimos los murcianos, esperando algún día disfrutar de tan rico patrimonio nuestro, como nuestro es el obispo. Tanto lo es, que nació en Espinardo.
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