Un misterioso cuadro murciano para los indios Pueblo mexicanos
Persisten las dudas sobre el origen y propósito de un tríptico que Senén Vila pintó para las Agustinas y lució durante siglos hasta venderlo tras la Guerra Civil
Qué tiene que ver la Virgen de Guadalupe, un pintor barroco murciano y la rebelión de los indios Pueblo en México? Pues acaso bastante, amable ... lector. Porque a todos los une, al menos según alguna autora, un magnífico tríptico que lució en el convento de las Agustinas, cabe al actual Museo de la Ciudad. Allí adornó el imponente monasterio hasta la Guerra Civil, cuando las monjas lo vendieron para reparar el edificio.
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El autor era Senén Vila. Nació en Valencia en 1640 y falleció en 1707 en Murcia. Del autor conservamos ocho cuadros de la vida de San José en la parroquia de San Andrés, un San Lucas Evangelista en las Capuchinas y la vida de San Lorenzo del convento de las justinianas de la Madre Dios.
Pero nos centraremos en el conocido Tríptico Guadalupano. Representa tres momentos relacionados con las apariciones de esa Virgen a San Juan Diego en 1531. Era un indio convertido al que supuestamente la Virgen le pidió que solicitara al obispo Zumárraga la construcción de un templo en aquél lugar.
Le ordenó al indio que recogiera flores en pleno invierno, las guardara en su manto y fuera a ver al prelado. Allí, al desplegarlo todos observaron impresa a la Virgen de Guadalupe. San Juan Pablo II lo elevó a los altares en 2002. Se considera el patrono de los pueblos indígenas de América. Este milagro es representado por Senén Vila en el centro del tríptico. Hay quien sostiene que el rostro del obispo Zumárraga es un retrato del escultor Nicolás de Bussy.
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El profesor Manuel Pérez
No hay que escarbar mucho para conocer detalles sobre la obra. Los profesores Manuel Pérez Sánchez y María del Mar Albero coordinaron en 2014 una interesante obra titulada 'Territorio de la memoria: Arte y patrimonio en el sureste español'. En sus páginas publicó Victoriana Carmona el devenir de la pieza, aclarando no pocas dudas.
Sin embargo, se mantiene el misterio sobre el mecenas que la financió. Carmona sostiene que fue Joaquín Fajardo y Álvarez de Toledo, IV marqués de los Vélez. Grande era la relación del noble con las Agustinas, en cuyos muros aún campea su escudo heráldico. Además, fue nombrado gobernador de la Cámara de Indias y en 1687 consejero de Indias. Cuenta Carmona que acaso el encargo se produjo por la rebelión de los Indios Pueblo en la frontera norte de México. Quería propiciar «los ruegos de los monjas» y que la situación se calmara.
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Pero, ¿en qué consistió aquella rebelión? Todo comenzó en 1680 en el virreinato de Nueva España, cuando los indígenas se alzaron contra la opresión colonial y la importada religión que prohibía rituales e ídolos locales. La revuelta fue coordinada por un chamán, Popé, quien el 10 de agosto logró alzar a 17 pueblos a la vez. Cuatrocientos colonos fueron asesinados, entre ellos 21 franciscanos.
El alzamiento tuvo tal éxito que los indios mantuvieron sus tierras durante doce años. Cualquier rastro de iglesia o símbolo cristiano fue arrasado. Aún hoy se considera la revuelta indígena más exitosa en la historia de América del Norte.
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De ahí, el propósito del marqués de encargar la obra fue entregarla a las agustinas, quienes rezarían «para favorecer los planes franciscanos de evangelización en la Frontera Norte y restablecer el orden espiritual».
El misterio se hubiera aclarado de no ser porque en la Guerra Civil se perdieron los archivos del convento donde, por cierto, también se esfumó un espléndido Belén napolitano en extrañas circunstancias. Alguna pieza ha aparecido en cierta colección privada. Esas 'extrañas circunstancias' eran, sin duda, las mismas por las que Murcia perdería el espléndido tríptico.
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La autoría de Senén Vila parece contrastada. José Crisanto López (1905-1980), destacado médico e historiador especializado en el barroco del Sureste, destacó que la obra fue entregada entre 1690 y 1695. Lo publicó en un artículo, firmado en 1963 en la revista 'Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas', de la Universidad de México.
En su aporte, el autor anunció que la obra la vendieron las monjas dos siglos y medio más tarde al industrial José Hernández Mora. José Crisanto concluía que la ciudad amurallada que aparece en el fondo del tríptico «tiene las características de una ciudad levantina española». Otros añaden que se representa el nopal, planta sagrada de los aztecas.
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Vendido por las monjas
Hernández Mora compró la pieza, allá por 1940, pues las religiosas necesitaban fondos para restaurar su convento. No tardaron en deshacerse de tan preciado tesoro. El industrial disfrutó del tríptico hasta 1966, cuando lo vendió, previa autorización de la Dirección General de Bellas Artes. Y lo hizo «fuera de Murcia», como sostenía José Crisanto en otro artículo de 1966 titulado 'Correspondencia pictórica valenciano-murciana siglos XVI y XVII'. En esa fecha, el autor aseguraba que «desconozco su paradero».
Atribuía la curiosa obra a la aparición original a «algún mexicano avecindado en Murcia o algún repatriado desde Nueva España» que quisiera dar fe a su devoción por la Virgen de Guadalupe. Vaya usted a saber.
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La obra, tras ser tan tristemente malvendida, acabó en el Museo de América madrileño, donde hoy se conserva y está expuesta. Por puritísima suerte, que diría un mejicano. Quizá algún día, que me extraña mucho, retorne al lugar para el que fue creada y pueda ser disfrutada otra vez por todos los murcianos: el magnífico convento del Corpus Christi.
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