Cómo logramos identificar los restos de Salzillo
La Murcia que no vemos ·
LA VERDAD anunció solo tres meses después de acabar la Guerra Civil que se salvaron de milagro del expolioLos restos del escultor Francisco Salzillo, con las hemerotecas en la mano, nunca estuvieron perdidos. De hecho, solo tres meses después de que acabara la ... Guerra Civil, LA VERDAD anunciaba en exclusiva que, pese a la profanación del convento que los custodiaba, se habían salvado. Eso sí, revueltos con otros en 7 cajones de madera. Así que el problema era identificarlos. Eso mismo se hizo hace ahora 15 años justos.
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A Salzillo lo enterraron en el antiguo convento de las Madres Capuchinas de la Exaltación del Santísimo Sacramento. Estaba ubicado en el actual edificio de Hacienda, en la Gran Vía. Así consta, aparte de en su testamento, en su partida de defunción de la parroquia de San Pedro.
Al inicio de la década de 1840, 60 años después de su muerte, la Sociedad Económica de Amigos del País lo situaba en la cripta de la iglesia, donde hallaron restos de ataúdes sin inscripción. Tanto en el centenario de su muerte en 1883 como a finales del siglo XIX, cuando lo investigó el erudito Fuentes y Ponte, aún se conservaban esos enterramientos intactos.
Inundación y asalto
En una de las crecidas del Segura se inundó el templo, que fue reconstruido. Pero volvieron a encontrarse los restos de la fundadora, la beata María Ángela Astorch, cuyo cuerpo seguía incorrupto, junto a otros. Fueron sepultados en una nueva iglesia. Los ilustres, en un sitio; el resto de religiosas, en otro.
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Durante la Guerra Civil, un 22 de julio de 1936, el convento fue saqueado por una turba de bárbaros, así como profanadas las sepulturas, esparciendo por el suelo los huesos que contenían. Sucedió a las 4.30 horas de la madrugada. Pero el 2 de julio de 1939, LA VERDAD anunció en exclusiva su recuperación. ¿Cómo habían podido salvarse?
Quizá los guardias los recogieron al día siguiente. O quienes los habían profanado. Por razones distintas, nadie querría mantener esqueletos visibles. El Ayuntamiento ordenó entonces al conserje del cementerio de Jesús, Plácido Ruiz Molina, que los ocultara en una fosa común. Llegaron allí en dos arcas y un ataúd. Pero él decidió hacerlo en un lugar próximo: la zona de los enterramientos judiciales, según publicó LA VERDAD.
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El 15 de julio de 1939, acabada la Guerra, el alcalde autorizó otro traslado a la casa del capellán del cementerio. Hasta fueron las religiosas, el notario del Obispado, un teniente de alcalde y un redactor de LA VERDAD, entre otros. En su presencia se exhumaron el ataúd y un arca. Estaba llenos de huesos. En la otra, encontraron a la beata.
Entre los restos «deben de encontrarse los del gran imaginero Salzillo», concluía este diario. La capuchinas consignaron esa información en sus crónicas o 'Sucesos', libro inédito que vienen componiendo desde 1931. Junto a su fundadora «se encontraban los del inmortal Salzillo».
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La comunidad dispuso 7 cajones de tabaco cubano vacíos para, de forma provisional, depositarlos en el panteón de José Hilla Sala, un benefactor que les cedió un nicho. En 1980, finalmente, volvieron al actual convento del Malecón. Estas evidencias prueban, en contra de la opinión de algunos autores, que se conservaron localizados durante décadas. Otra cosa sería identificarlos, claro.
Encuentran a Quevedo
Habrían de pasar 7 décadas hasta que un acontecimiento inesperado dio un vuelco a la historia. En abril de 2007, quien esto escribe conoció la noticia de la identificación de los restos de Francisco de Quevedo por un prestigioso equipo de la Escuela de Medicina Legal de la Universidad Complutense.
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Yo dirigía entonces el programa municipal de recuperación del patrimonio histórico.
Los forenses elegidos gozaban de gran prestigio. Ya habían localizado antes los restos óseos del marqués de Santillana, de Juan de Mena, del conde de Orgaz e identificaron a las víctimas del brutal atentado terrorista a cuatro trenes ocurrido el 11 de marzo de 2004 en Madrid. ¿Por qué no intentarlo con Salzillo?
El alcalde Miguel Ángel Cámara acogió con agrado la idea. El 8 de marzo de 2008, el Consistorio aprobó el convenio de colaboración con la Complutense. El director de la Escuela de Medicina Legal, José Antonio Sánchez Sánchez, organizó un equipo de ocho científicos, quienes más tarde firmarían el informe definitivo.
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El 16 de octubre de 2007, por fin, llegaron a Murcia. Antes, en cambio, fueron necesarias muchas negociaciones. A comienzos de aquel mes, envié una carta a las capuchinas proponiéndoles formalmente el proyecto, que aceptaron con dudas. El alcalde Cámara pidió al obispo Juan Antonio Reig Pla que permitiera la entrada en la clausura.
Acudimos unos pocos, entre nosotros Jesús Belmonte, pro canciller secretario general del Obispado; el pintor Zacarías Cerezo, quien había hallado en las crónicas de la comunidad referencias al enterramiento; y el profesor de fotografía Félix Galindo, al único al que se permitió tomar imágenes y fotografías.
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La madre superiora advirtió de que los huesos de sus hermanas no se trasladaran a Madrid para su análisis. Por eso los forenses tuvieron aquella mañana que, una vez abiertos los célebres cajones, separar los restos que pertenecían a hombres de las mujeres. Todos se habían conservado de una forma idónea, según concluyeron.
Había ocho varones. Los científicos centraron su atención en los restos que se correspondían con individuos fallecidos a la edad aproximada de 75 años, los que contaba el escultor al morir. En ese grupo se encontraba también su hermano Patricio.
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Carta a la superiora
El estudio, cuya publicación ultima el Consistorio, señaló que era «materialmente imposible por el estudio antropológico-forense poder separar los restos» de uno y otro. Pero ambos correspondían a personas diferentes y que habían fallecido hacía en torno a 200 años. En una nueva carta, fechada el 16 de octubre de 2007, agradecí a la superiora su colaboración y destaqué, para calmar su preocupación acerca de que Salzillo jamás regresara, que «se enterrarán también los restos del escultor y de cuantos otros logren identificarse [...] en el lugar de origen o donde usted determine».
Salzillo volvió al convento un 22 de mayo de 2009. Pero a Murcia, a la alcaldía, llegaron el día antes. La superiora se enteró cuando la telefoneé esa misma mañana. Fue un error, pues ordenó que se le entregaran de inmediato. Fue necesario depositar las cajas de Madrid en una urna que donó la Funeraria de Jesús, hasta donde me acerqué con la jefa de Protocolo, María Dolores Sánchez.
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Era medio día: ni un vehículo municipal disponible. Así que en mi propio coche los trasladé. Apenas duró el trayecto cinco minutos. Cinco minutos que recuerdo entre los más anecdóticos de mi vida.
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