«Y si la loba está preñada, que se paguen 80 reales por su cabeza»
Ni siquiera las vedas de caza que se promulgaban este mes impedían la caza de los «animales dañinos»
Veinticinco pesetas por cada águila abatida. Y no precisamente águila decaída o sin ánimo. Abatida a escopetazos. Ese era el premio que obtendría su cazador ... en 1947, según la legislación entonces vigente. Porque tan bellos ejemplares estaban considerados «animales dañinos». No eran los únicos.
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Las referencias a ellos son interminables en la prensa periódica local. A veces, en cambio, empleados contra otros igual de peligrosos para los rebaños y gallineros. El 'Boletín Oficial de la Provincia' aconsejaba en 1833 las «aves nocturnas, pues estando experimentando que se domestican fácilmente [...], para tener siempre libres las granjas y alquerías de estos y demás animales dañinos».
Los murcianos conocerían al año siguiente por el 'Boletín' una nueva ley que permitía dar caza a «lobos, zorras, guadañas, gatos monteses, tejones y hurones» todos los días del año. Y también los llamados «días de fortuna», que son aquellos en los que, como consecuencia de inundaciones u otras catástrofes, las piezas de caza se ven privadas de sus facultades de defensa o se concentran en algún sitio determinado.
Especies como águilas, halcones, gavilanes y búhos siempre fueron exterminadas
Algunos incluso se ganaban así la vida. Se conocían como alimañeros. El Gobierno pagaba 40 reales por cada lobo abatido, 60 por cada loba y hasta 80 si estaba preñada. Los lobeznos solo se cotizaban a 20 reales. Estos pagos fueron frecuentes durante generaciones. Por ejemplo, en 1870 el alcalde de Fortuna entregaba «a José Ramírez el importe de tres zorras como matador de animales dañinos». Así lo publicó el 'Boletín'.
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Otras veces serían los ayuntamientos los que se dedicaban a la exterminación. Eso hizo el de Molina de Segura en 1883, cuando aprobó en un Pleno municipal que se compraran «trozos de hígado con estricnina que bastan para la extinción de perros vagabundos y otros animales dañinos», contaba la misma publicación un 11 de junio.
Casi medio siglo más tarde, el pedáneo de Beniaján José Cánovas solicitaba al Consistorio que le autorizaran varias batidas para limpiar «la Sierra de Miravete, Cresta del Gallo y otras del referido partido». El alcalde, según costumbre, remitió la petición al gobernador civil y éste lo autorizó tras el informe favorable de la Guardia Civil. El documento, fechado un 9 de marzo de 1922, se conserva en el Archivo Almudí.
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Tejones en Beniaján
El pedáneo denunciaba la existencia de «animales de rapiña, como zorras, tejones, garduñas y otros», que causaban graves daños tanto en cultivos como entre los rebaños. Por eso, un grupo de vecinos se ofrecía para acabar con ellos.
Por aquellos años, el Ayuntamiento establecía también los días exactos para colocar los cebos. Eso ocurrió en mayo de 1927 en la finca de Mayayo, en Sangonera la Verde. Entre los días 15 y 24 de aquel mes se instalaron trampas envenenadas, «lo que se hace notorio para mayor conocimiento y precauciones necesarias para evitar todo perjuicio», advertía el diario 'El Tiempo'. En otras ocasiones el Consistorio publicaba un anuncio oficial anunciando las batidas «para general conocimiento» se leía en el periódico 'Levante Agrario' en 1932. A lo largo del siglo XX se siguió permitiendo ese tipo de caza, incluso durante las vedas, aunque con algunas condiciones. La Sociedad de Cazadores de la Provincia de Murcia publicó en abril de 1947 en el diario 'Línea' un útil calendario.
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La caza mayor quedaba prohibida desde el 16 de febrero al 15 de agosto. La menor, desde el día siguiente al primer domingo de febrero y hasta el día anterior al primer domingo de septiembre. Tampoco podía dispararse contra las aves de paso hasta agosto y respecto a las aves insectívoras, «su caza está rigurosamente prohibida durante todo el año».
Aquel año, 1947, se premiaba a cuantos contribuyeran «a la extirpación de animales dañinos siempre tan perjudiciales». Entre ellos, las águilas o búhos, por cuyas cabezas se pagaban 25 pesetas. Y a ellos se sumaban la inevitable zorra, acaso la más vituperada, el gato montés, el hurón «u otra especie de animal igualmente dañino». Quince pesetas la pieza. Y otras diez «por cada halcón, gavilán, graja o cualquier otra ave de semejante tamaño e igualmente dañina para la caza».
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Los presupuestos municipales incluían su partida para estas tareas. Partida que, en alguna ocasión, provocaría un escándalo en la prensa. En 1930, la revista 'Patria Chica' criticaba que se destinaran 41.000 pesetas de la época cuando apenas unos años antes solo se gastaba 100. «Para dos o tres zorras y alguna que otra lechuza que se cazan al cabo del año, con las cien pesetas que había sobraba», escribía el redactor.
Habrían de pasar muchos años antes de que fuera evidente cómo eliminar por sistema tan valiosas especies solo provocaba una cosa: su triste extinción. Para entonces, ya era demasiado tarde.
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