El día en que comenzaba la Navidad en Murcia
Hoy, desde que el mundo es mundo y a los michirones se les echa sobrasada, arranca oficialmente la Navidad. O, cuando menos, comenzaba históricamente. Es ... el día en que los auroros inauguraban un nuevo ciclo, con sus misas de gozo y sus aguilandos. Los hornos humeaban aromas a tortas de Pascua y de Recao, de cordiales y suspiros, que son esas curiosas nubecitas de sabrosa almendra. Al pavo o al cerdo le quedaban cuatro días. Quien más y quien menos se proveía un pernil.
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Junto a ese despliegue de festiva rutina, justo enfrente del bullicio del Mercado de Verónicas, planeaba la festividad del día: la Purísima Concepción, a la que se daba culto en la iglesia del convento de San Francisco, arrasado por una turba de salvajes en 1931.
Fue entonces la quemaron. Era una impresionante Purísima de más de dos metros de altura. Apenas un año después de que ocurrieran los hechos, el franciscano José María Navarro la describía como «la obra cumbre de Salzillo». No sería el único, por cierto. Lo mismo aseguró otro afamado escultor: Mariano Benlliure.
El fraile Navarro recordó en un libro aquella antigua Cofradía de la Purísima que veneraba a la advocación en la ciudad y su relación con la Orden de San Francisco. Ya en el siglo XV existen referencias de una iglesia gótica a cargo de los Caballeros Concepcionistas. En 1701 daría nombre a un hospital para sacerdotes.
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Los cultos a la Inmaculada quedarían más tarde en manos de la familia Fontes, quien encargó a Francisco Salzillo la recordada imagen entre 1766 y 1772. Navarro también recogió una descripción de la Purísima muy similar a la que había aportado el erudito Javier Fuentes y Ponte en su obra 'Murcia Mariana' (1883).
El libro de Navarro incluyó más opiniones autorizadas, recortes de prensa sobre el particular e incluso los bocetos que utilizó Salzillo para componer la talla. No faltan referencias a la belleza de la imagen. En su 'Guía de Levante', José Tormo animaba a los viajeros a subirse al camarín.
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Grandes destrozos
De la destrucción del convento, acaecida un 12 de mayo de 1931, algo se ha escrito. Tampoco demasiado. Pero no solo se perdió para siempre una espléndida talla. El convento del siglo XVIII fue arrasado. Igual suerte corrió un crucificado con un San Francisco, obra de Dorado.
Según un informe datado una década después, el fuego devoró el altar mayor, obra de Julián Hernández (1825), y el retablo renacentista de San Martín. Las llamas o los asaltantes arramblaron con diez pinturas de diversos autores, entre ellas una atribuida al pintor barroco Mateo Gilarte. De allí pasaron a la biblioteca, que atesoraba incluso incunables, el archivo documental de los franciscanos y actas de la Cofradía de la Purísima. Hicieron otro solar.
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El periódico 'Levante Agrario' publicaría en su edición del 13 de mayo que el incendio del convento ya había sido extinguido y «quedó en estado ruinoso, temiéndose que suceda algún derrumbamiento de las techumbres». A renglón seguido destaca «la pérdida absoluta de la Purísima de Salzillo, que lamentan hoy todos los murcianos amantes de las tradiciones artísticas».
La narración de los hechos es similar en todos los diarios murcianos, entre los que también se encontraban 'El Tiempo' y LA VERDAD. Al margen de sus líneas editoriales y preferencias políticas, todos condenaron los hechos que se iniciaron en torno a la media mañana.
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Los bomberos acudieron de inmediato, aunque los alborotadores intentaron impedirles que sofocaran el fuego. Solo la intervención del alcalde logró que los bomberos actuaran. Pero era tarde. Incluso ardía, en parte, el cercano convento de las Isabelas. El tumulto fue tal que se declaró el estado de guerra.
La Alcaldía emitió más tarde una «nota oficiosa» condenando los hechos y subrayando su colaboración inmediata en el intento de salvaguardar tantas obras de arte. Además, denunció no haber recibido en ese empeño «la prestación ciudadana que habría evitado pérdidas dolorosísimas para el arte murciano».
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También en LA VERDAD
Se refería a quienes presenciaban «impasibles los incendios para después mostrarse implacables en la crítica de la actuación de las autoridades». Los asaltos no se redujeron a edificios religiosos. LA VERDAD de Murcia también fue asaltada y quemados sus talleres. Por eso al día siguiente no pudo contarles a sus lectores qué había sucedido. En la siguiente edición aclararon lo sucedido.
La devoción de los murcianos hacia la Purísima está más que acreditada. A todos los niveles. De entrada, ya el obispo Trejo fue pionero y fiel defensor del dogma inmaculista. Y otra obra de arte, por suerte no perdida, demostraba la presencia de la Inmaculada en el antiguo Consistorio. Se trata de un enorme cuadro que presidía el salón de plenos municipal.
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La restauración de la pieza en 1928 ya despertó la curiosidad del diario 'El Tiempo', cuyos redactores decidieron investigar la autoría de la obra. Hasta esa fecha, se ignoraba el autor. Solo en el respaldo se podía leer una fecha: 1751.
En el archivo histórico de la ciudad se descubrió que el regidor Rocamora había encargado dos lienzos a mediados del siglo XVIII. El primero era «un Cristo Redentor Crucificado», del que nadie supo nunca dar razón. Y el segundo, la Inmaculada, que sí constaba en el Libro de Cuentas.
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Hace una década justa, quien estas líneas escribe propuso al Consistorio que recuperara aquel cuadro, abandonado en un triste almacén de Beniaján. El Ayuntamiento comenzó los trabajos hasta que, finalmente, el concejal Diego Avilés ha devuelto el óleo a una dependencia pública. A ver si así lo protegemos otro medio siglo, al menos.
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