«La ciencia está siempre a la cola. Que no se haya abordado en la campaña da una idea de cómo se valora»
Francisco Juan Martínez Mojica - Microbiólogo y profesor de la Universidad de Alicante ·
El padre de uno de los hallazgos más relevantes de las últimas décadas será investido el miércoles doctor 'honoris causa' por la UMUFrancis Mojica (Elche, 1963) dio hace 25 años con un hallazgo de los que hacen época. El microbiólogo trataba de entender cómo la vida -en forma de insignificantes organismos unicelulares- es capaz de abrirse camino en los ambientes más hostiles. Cerca de su laboratorio, en la Universidad de Alicante, encontró un territorio ideal para saciar su curiosidad: las salinas de Santa Pola. Allí fijó su atención en una arquea (un organismo similar a las bacterias): la 'Haloferax mediterrani'. Analizando su ADN, descubrió unas secuencias que se repetían una y otra vez. Las bautizó como CRISPR, a la espera de entender qué función tenían. En 2005 dio con la respuesta: se trataba de un mecanismo de defensa frente a infecciones causadas por virus. En esas secuencias, las bacterias y arqueas almacenaban información de ADN de los virus que las habían atacado, de forma que estaban protegidas ante una posible infección.
Durante años, el hallazgo había sido ignorado, pero de repente la comunidad científica se dio cuenta de sus potencialidades. En 2012, 'Science' publicó la técnica de edición de genes CRISPR-Cas9, basada en los descubrimientos de Mojica y desarrollada por Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier. Desde entonces, los ensayos para tratar de vencer al cáncer y a múltiples enfermedades mediante esta herramienta se suceden, y Francis Mojica ha salido, por fin, de su anonimato. En 2017 recibió los premios BBVA Frontera del Conocimiento y Rey Jaime I. Pero muchos de sus colegas españoles están convencidos de que su nombre brillaría con mucha más fuerza si su laboratorio estuviese ubicado en algún país donde la ciencia es más valorada. El próximo miércoles, Mojica será investido doctor 'honoris causa' por la Universidad de Murcia (UMU).
-Durante muchos años, sus hallazgos científicos han sido poco conocidos pese a su gran relevancia. Es ahora cuando empieza a recibir reconocimientos, como el de la Universidad de Murcia. ¿Cómo lleva esta nueva etapa?
-Lo llevo que todavía no me lo llego a creer (risas). Es cierto que cuando publicamos nuestras investigaciones, yo esperaba una mayor repercusión. Pero las cosas vienen cuando vienen. Las bacterias [los organismos unicelulares en que se hallaron las secuencias CRISPR] tampoco es que llamen demasiado la atención. Cuando lo que descubrimos se ha trasladado al campo de la modificación genética, a la posible cura de enfermedades, la cosa ha cambiado bastante. Pero es cierto que al principio pensé: 'bueno, pues esto solo le interesa a cuatro que trabajan en este campo'.
Así lo ve
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Pacto por la ciencia Parece que hablar de pactos de estado es una utopía. En otros países donde sí se llega a acuerdos, las cosas funcionan mucho mejor
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Modificación genética de los alimentos En más de dos décadas no se ha documentado ni un solo efecto no deseado sobre el consumidor. Hay falta de información y bulos
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Técnicas de edición de genes CRISPR El cáncer es el campo en el que estamos más cerca de obtener resultados. Aún no se ha demostrado un efecto terapéutico, pero sí que la técnica es segura. Eso ya es mucho
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Modificación genética de embriones Hay posibilidad de hacer el mal con muchas herramientas. Se necesita una legislación estricta
-¿Todo esto es un ejemplo de la falta de reconocimiento social a la ciencia en España? Esta semana ha fallecido Margarita Salas. Mucha gente piensa que, teniendo en cuenta todo lo que aportó, no llegó a ser valorada como merecía.
-Es cierto. No somos futbolistas. Es un poco triste que se valore mucho más a personas que realmente no hacen un bien por la salud o, simplemente, por el progreso. La gente que trabaja en el laboratorio no busca reconocimiento, pero si la sociedad lo valorase más nos iría bastante mejor, porque los políticos tomarían nota y lo incluirían en los debates, cosa que no suelen hacer.
- De hecho, no se habló de ciencia en el debate electoral entre los candidatos a la presidencia del Gobierno. Es un tema que prácticamente ha estado desaparecido en la campaña electoral.
-No es algo inesperado, es a lo que estamos acostumbrados. Uno tiene la ilusión de que las cosas cambien y, sinceramente, es bastante triste. No hay un interés claro por la ciencia, que está siempre a la cola de los temas sobre los que se suele debatir. Eso ya te da una idea de cómo valoran esta actividad [los políticos] y cuáles son las intenciones. Las palabras a veces son positivas y parece que van en el buen camino del cambio, pero eso luego hay que verlo reflejado, y no sé yo. No estoy muy convencido.
-¿Hay cierto hartazgo de la comunidad científica? Recientemente, los investigadores de varios centros han firmado una carta para denunciar que las medidas urgentes anunciadas por el Ministerio de Ciencia no terminan de llegar.
-Esto es así, siempre pasa igual. Hay unas declaraciones de intenciones, una voluntad, pero luego eso no llega, no se materializa. Nos hemos cansado de decírselo a todos los que han querido escucharnos: se necesita un pacto por la ciencia. Necesitamos, en realidad, acuerdos para muchas más cosas, pero parece que hablar de pactos de estado es ciencia ficción, una utopía. En otros países donde sí se pacta las cosas funcionan mucho mejor; aquí no sé por qué no sucede. La política me tiene bastante desilusionado.
-¿Por qué es tan importante su hallazgo de las secuencias CRISPR? ¿Qué implicaciones tiene este descubrimiento?
-Nosotros descubrimos que las secuencias CRISPR tenían el papel de defender a los organismos que estudiamos [bacterias] de las infecciones por virus. A partir de ahí se desarrollaron unas herramientas de laboratorio que esperamos que se puedan trasladar a la clínica y a otros campos [como la agricultura]. Resumiendo muchísimo: con estas herramientas se están modificando, por ejemplo, plantas para mejorar su productividad o para hacerlas resistentes ante infecciones o ante condiciones de estrés por falta de agua, exceso de salinidad, temperaturas muy bajas, etc. Esto está permitiendo ya desarrollar cultivos en ambientes en los que antes no podían crecer. Se está haciendo en los laboratorios, y falta que se pueda aplicar. Necesitaríamos una legislación más permisiva en Europa, como en Estados Unidos. En Japón parece que la van a tener, y también en Australia.
-¿Se refiere a la legislación europea sobre transgénicos?
-En Europa hay una legislación muy estricta en cuanto a la producción y comercialización de lo que, de forma genérica, se denominan organismos modificados genéticamente. No se hace realmente una diferenciación entre lo que es una modificación genética y un organismo transgénico, que son cosas distintas. Un transgénico tiene material genético que procede de otro organismo distinto. Pero con las herramientas CRISPR lo que se puede hacer es, por ejemplo, generar un cambio en una variedad determinada de tomate para que tenga más sabor y sea más dulce. Eso no es un transgénico, sino un organismo mejorado genéticamente mediante un cambio que es exactamente el mismo que se ha producido en otras variedades de tomate o que, en cualquier caso, podría producirse simplemente por azar. Los cambios en el material genético se están produciendo en todos los seres vivos continuamente, incluidos nosotros.
-Esa legislación europea tan dura y restrictiva, ¿es fruto de una opinión pública influida por mensajes en contra de estas manipulaciones genéticas sin base científica?
- Totalmente. Estamos hablando de CRISPR, de modificaciones que son equivalentes a las que ocurren en la naturaleza. Pero es que incluso hay alimentos transgénicos que estamos consumiendo desde hace mucho tiempo. En España se produce maíz modificado genéticamente desde hace más de veinte años. Es el único cultivo de este tipo que se permite desarrollar en España, pero también estamos consumiendo productos importados que están modificados genéticamente. En estas más de dos décadas no se ha documentado ni un solo caso de efectos no deseados sobre el consumidor, y aún así hay miedo. El otro día me decían: 'Es que yo no quiero comer genes'. Pero vamos a ver, si lo que vas a tomar es sal y productos minerales. Efectivamente, hay falta de información y bulos, no sé si con algún tipo de interés económico detrás. No sé muy bien a qué se debe pero, claramente, si la sociedad supiera exactamente qué es esto, lo aceptaría.
-Vayamos al otro gran campo de aplicación de este hallazgo: la lucha contra múltiples enfermedades.
- Sí, es el campo que más repercusión está teniendo a nivel mediático, por la posibilidad de que podamos curar enfermedades. De momento, eso no ha ocurrido, pero sí estamos aprendido más sobre las causas de estas patologías. Hay más de 6.000 enfermedades genéticas, pero en muchas de ellas no sabemos cuál es el defecto genético que está detrás. Con estas herramientas se está consiguiendo averiguar cuál es ese defecto genético, y también cuáles son las dianas sobre las que podrían actuar determinados fármacos. El siguiente paso será curar estas enfermedades. La esperanza es poder aplicar estas herramientas CRISPR como agentes terapéuticos. Es decir, como fármacos. Esto se ha conseguido hacer en animales con muchísimas enfermedades distintas y se está intentado en humanos. Hay ya ensayos clínicos en marcha, la mayoría para curar distintos tipos cáncer. También para enfermedades que afectan a la retina, como la amaurosis congénita de Leber, o para enfermedades que afectan a la sangre, como algunos tipos de hemofilias. Todo esto se está llevando a cabo ya en los hospitales, pero de momento como ensayos clínicos.
-¿De todas estas enfermedades, en cuáles estamos más cerca de obtener resultados?
-Si me lo hubiese preguntado anteayer, le hubiese dicho que en cáncer. Hoy también le digo que en cáncer pero con mucha más seguridad, porque acaba de publicarse en los medios un estudio que supone un gran paso. La herramienta CRISPR no es perfecta, y comete algunos errores. Esos errores no son importantes cuando se trata de plantas, porque seleccionas las semillas y te quedas con la buena, la que no tiene esos errores. Pero claro, hablamos de pacientes, y no sabemos exactamente cuáles van a ser los efectos colaterales. Lo que están tratando de hacer los científicos es extraer del paciente unas determinadas células (células inmunes) y modificarlas con CRISPR, para devolverlas después al paciente [de forma que esas células modificadas ataquen de forma eficaz al tumor]. En Estados Unidos lo han hecho y de momento han comprobado que es seguro. Todavía no han conseguido demostrar que tiene un efecto terapéutico, pero los ensayos clínicos en primera fase han comprobado que efectivamente esas células que han extraído del cuerpo y han modificado con CRISPR son capaces de ir donde tienen que ir -a las células tumorales- sin producir ningún efecto secundario importante. Eso ya es mucho.
-En 'Nature' se ha publicado recientemente un nuevo método, a partir de la herramienta CRISPR, que podría corregir el 89% de las enfermedades genéticas, según los investigadores.
-Hay más de 6.000 enfermedades genéticas conocidas, y se han descrito más de 70.000 errores genéticos distintos responsables de esas enfermedades. Para poder corregir estas alteraciones se necesitan unas herramientas muy precisas. Esto es un poco complicado. El investigador al que se refiere, David Liu, ha introducido una mejora en estas herramientas que aumenta la probabilidad de éxito.
-Sería un paso importantísimo, porque para la gran mayoría de estas enfermedades no hay ni curación ni tratamientos eficaces.
-Exacto. Para curar es necesario rectificar el error, la alteración que produce la enfermedad. Por eso, con esto se abre una ventana en la terapia génica, que lleva mucho tiempo semicerrada.
-El investigador chino He Jiaunkui anunció hace un año el nacimiento de los primeros bebés modificados genéticamente a partir de la técnica CRISPR. Aquello causó asombro y una gran polémica en la comunidad científica. ¿Se ha podido confirmar que el experimento fue real?
-Sí, sí, efectivamente: modificó los embriones y aseguró que eran inmunes a la infección por VIH. Las consecuencias de lo que hizo no están muy claras, porque la técnica no está aún a punto para esto. Primero se necesitan ensayos clínicos serios; no se puede hacer algo así sin saber cuáles pueden ser las consecuencias. Eso para empezar. Después, ya podemos entrar en cuestiones éticas sobre si se deben o no modificar las células de la línea germinal, que den lugar a una descendencia toda ella modificada genéticamente. Esto está sujeto a un debate en el que tiene que participar todo el mundo, para llegar a un acuerdo lo más amplio posible.
-La cuestión es si pueden poner puertas al campo, si se puede evitar que algún día estas técnicas se utilicen para seleccionar a niños rubios y guapos, por ejemplo.
-Claro. Se necesitará una legislación muy estricta y muy clara que diga que no, que esto no se puede hacer. Todos sabemos que hay posibilidad de hacer el mal con muchas herramientas. Para eso está la legislación, para castigarte si te pasas de esa línea marcada. Es la única forma. Evidentemente, que todos los países y todos los laboratorios se acojan a esa legislación es otra historia. Pero habrá que intentarlo, por lo menos.
-Hay mucha gente que opina que usted se merece el Premio Nobel.
-Pues bien, que no se hagan muchas ilusiones, la lotería cae muy poco (risas).