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Portapasos juveniles del Ósculo, en un ensayo. Antonio Gil / AGM

La fábrica del «perfecto orden y rigor»

Las agrupaciones de Semana Santa relatan el «meticuloso proceso» de ensayos para aprender a desfilar

Rubén Serrano

Cartagena

Domingo, 7 de abril 2019, 11:05

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Ver elevado un trono delante de la iglesia de la Caridad y cómo es girade en ángulo recto en las curvas; observar el sutil movimiento de los hachotes y las palmas, con un giro de muñeca; deleitarse en un arranque, al aviso del redoble de tambor y con el ritmo con la música de fondo; apreciar el movimiento del sudario hacia uno u otro lado, según la agrupación; y percatarse de cómo los capirotes se mantienen firmes, sin mover ni un pelo, en cada parada. Si hay algo que caracteriza a las procesiones de la Semana Santa de Cartagena es el perfecto orden de sus penitentes, nazarenos y portapasos. Todos siguen al pie de la letra unas instrucciones muy precisas, puntillosas y desconocidas para muchas de las personas que se agolpan en las calles del casco histórico para disfrutar del espectáculo.

Toda esta cogreografía requiere ensayos durante la Cuaresma. Es una de las trastiendas de las procesiones, que empezarán el próximo viernes. Las cofradías llevan a cabo sus preparativos en diferentes explanadas (municipales y privadas), colegios y cocheras. La que más ensaya es la Pontificia, Real e Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús en el Doloroso Paso del Prendimiento y Esperanza de la Salvación de las Almas (Californios). Sus tercios infantiles protagonizan la procesión del Domingo de Ramos. Enseñar a desfilar a los pequeños es un proceso que requiere de más tiempo. Por eso, capataces, delegados y sotavaras se afanan durante semanas.

Un ejemplo es la agrupación california del Ósculo, que fue la primera en salir con portapasos juveniles. El trono de Los Milagros de Jesús, de Juan José Quirós, lo levanta el Domingo de Ramos un centenar de personas. Pero a los ensayos acuden unas 60. Lo hacen durante un par de sábados, en los almacenes de Villa Pilatos, en la calle Wssel de Guimbarda. Durante una hora, el capataz Juan Francisco Herrera y cuatro sotavaras dan indicaciones muy precisas a jóvenes de 16 a 28 años, aproximadamente.

«Mezclamos a adolescentes con adultos, que tienen ya experiencia. Un aspecto muy básico es que controlen el paso. Hay que hacerlo con el pie izquierdo, en el redoble de tambor. Los giros es difícil practicarlos, por la falta de espacio. Enfatizamos en la comunicación y en dar pasos más largos, dependiendo de hacia qué lado hay que mover el trono», explica Herrera, quien este año debuta en el cargo.

Se busca que los portapasos pasen por la calle «de una forma perfecta y con rigor». «Hay que evitar cualquier error, como pasar muy cerca de las personas o rozando un edificio», dice. Durante fines de semana como el actual, es «importante» practicar cómo van a levantar el paso delante de la iglesia de la Caridad, para mostrárselo a la patrona. «Hay que moverlo mucho, es una acción muy bonita y la gente lo aplaude mucho», destaca el capataz, que ve aspectos que mejorar. «Los chicos se hacen un cacao para seguir el paso, al ritmo del tambor. Si lo pierdes, no puedes volver a recuperarlo hasta hacer una parada. Es todo muy complicado. También que se comprometan a venir. Esa labor no la ve la gente».

Pico, pala y hacha

En el caso del tercio infantil del Ósculo, desfilará también en el cortejo de La burrica con 40 niños, de 4 a 16 niños. Desde el inicio de la Cuaresma, aprenden todos los sábados en un lateral del centro comercial Rambla (Eroski), a las cinco de la tarde. Durante hora u hora y media, la responsable del tercio, Loli Agüera, hace todo lo posible por mantener en una fila perfecta a los pequeños. «Tienen que ir a la misma altura del compañero. Lo que les cuesta es estar quietos, y no distraerse mirando a la gente cuando hacemos una parada. Pero son aplicados y muchos practican en sus casas, con el palo de una escoba», relata. Ellos levantan el sudario con un redoble, y en el siguiente se inicia la marcha con el pie izquierdo.

Una de las agrupaciones más madrugadoras en las prácticas fue la de los granaderos californios. Su tercio infantil, de 70 niños de 3 a 14 años, participa el Viernes de Dolores y Domingo de Ramos. «Vienen con ilusión. Van en filas de tres y tienen que guardar una distancia de dos metros con la de delante», explica el presidente, Salvador Pedreño. «Los chavales tienen madera y este año pasaron nueve con los mayores. En dos días lo captan, es pan comido para ellos. El arma va acostada sobre los brazos. Y en marcha ordinaria, sobre el hombro».

Prohibido girar la cabeza

En el caso de la Real e Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús Resucitado, la agrupación del Santísimo Cristo de la Resurrección se aplica para estas fiestas, declaradas de Interés Turístico Internacional, en una explanada del polígono Cabezo Beaza. «Enseñamos a cómo llevar el paso, cómo tomar las curvas y qué distancias llevar. Cuando se mueve el sudario, damos siempre dos pasos antes de arrancar. No practicamos con el capuz puesto. Por eso, es muy tentador que la gente gire la cabeza para ver dónde está el compañero, para ir alineados. Hay que mentalizar a la gente. Cuando llegue el momento, vestidos, solo verán por el rabillo del ojo y no pueden cometer errores», sostiene la delegada del tercio, formado íntegramente por mujeres, Macarena Sevilla.

Frente al ajetreo de los tercios infantiles, la calma domina en algunas agrupaciones de la Cofradía Marraja. La de la Piedad ensaya en el recinto de las Fiestas de Carthagineses y Romanos, al igual que los granaderos, que lo hacen desde finales de enero durante tres días a la semana. El San Juan, al ser un tercio muy veterano y con pocos cambios, no ensaya. El secretario morado, José Luis Sáez, resume así el espíritu de preparación para los diez días grandes de Cartagena: «Ahora, insistimos mucho a las nuevas incorporaciones en no dejar huecos entre los tercios durante la procesión. Así queda mejor, más visitoso».

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