Una vida dedicada a los más necesitados
El cuidado de los pobres y enfermos marcó la trayectoria de la religiosa nacida en El Siscar
ismael mateo
Viernes, 30 de mayo 2014, 08:29
«Madre, mañana es Santa Teresa y yo quisiera llegar a ser grande santa como ella, y que me ayude a seguir al Señor como ella lo siguió». Estas son las palabras con las que -así ha pasado a la historia al menos- María Josefa Alhama Valera se despidió de quien más amaba, en la sencilla población de El Siscar, término de Santomera, el 15 de octubre de 1914, con apenas 21 años de edad.
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Primogénita entre nueve hermanos de un humildísimo matrimonio de jornaleros huertanos, cuando contaba con siete u ocho años la acogió en su casa el por entonces párroco de Santomera, Manuel Aliaga, cuyas hermanas, Inés y María, se encargaron de la educación de aquella niña. Dicen también que con nueve años, deseosa de hacer la Primera Comunión -que entonces se demoraba hasta los doce-, aprovechó una mañana que un sacerdote de fuera oficiaba la misa para «'robar' a Jesús y empezar, con Él, una relación de intimidad que durará toda la vida». Así lo relata el padre general de la Congregación de Hijos del Amor Misericordioso, Aurelio Pérez.
Abandonada Santomera, se marcha a Villena para enrolarse en el último convento de las Hijas del Calvario, donde al hacer su profesión religiosa recibe el nombre de Esperanza. Esta congregación se encontraba ya en vías de extinción y pronto se une con el Instituto de las Misioneras Claretianas, dedicado a la enseñanza. Colabora entonces con el dominico padre Arintero en la difusión de la espiritualidad del Amor Misericordioso, que tan profundamente le marcaría para el resto de su vida: «Hoy, 5 de noviembre de 1927, me he distraído; o sea, que pasado parte de la noche fuera de mí y muy unida al Buen Jesús, y Él me decía que yo debo llegar a hacer que los hombres le conozcan, no como un Padre ofendido por las ingratitudes de sus hijos, sino como bondadoso Padre que busca por todos los medios la manera de confortar, ayudar y hacer felices a sus hijos y que los sigue y busca con amor incansable, como si Él no pudiese ser feliz sin ellos», escribía la religiosa en su diario.
Crea la congregación
Tres años después, en la noche de Navidad de 1930, en Madrid -adonde presuntamente fue enviada para que los padres claretianos observaran de cerca los hechos sobrenaturales que parecía empezar a protagonizar-, en la extrema pobreza, funda junto a otras tres hermanas, en un apartamento alquilado, la Congregación de Esclavas del Amor Misericordioso. Su objetivo: abrir colegios para educar a huérfanos y pobres, y asilos y hospitales para toda clase de necesitados. Ayudada por su gran benefactora, María Pilar de Arratia, en pocos años tenía abiertas en España una docena de casa para niños pobres y necesitados, para ancianos y para enfermos que son atendidos incluso a domicilio.
La actividad y el crecimiento continúan cuando en 1936 estalla la Guerra Civil. Realiza por entonces su primer viaje a Roma para comenzar allí, igualmente, un trabajo generoso entre los pobres de la periferia. Al mismo tiempo tiene que defenderse de las acusaciones del Santo Oficio. La tragedia bélica sacude también Roma con la Segunda Guerra Mundial, y, entre bombas y amenazas, acoge niños, esconde prófugos de cualquier bando, sana heridos, da de comer a millares de necesitados. Superadas las posguerras, para 1950 está ultimada la casa generalicia de las Esclavas en Roma, lista para acoger a los peregrinos del Año Santo que se celebraba. Van naciendo sin cesar nuevas fundaciones en Italia -hoy son casi veinte solo en aquel país-.
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Hijos del Amor
Madre Esperanza anota en su diario el 24 de febrero de 1951: «El Buen Jesús me ha dicho que ha llegado el momento de realizar la fundación de los Hijos del Amor Misericordioso». Ahí está el origen de esta segunda congregación, creada en agosto de ese mismo año, y de Collevalenza, donde se establecieron sus primeros miembros, ella misma y otras hermanas, y donde comenzaría a construirse un santuario que quedó como la obra magna -al menos en lo material- de la religiosa de El Siscar. Allí pasó la mayor parte de los últimos treinta años de su vida, alternando en los primeros tiempos los trabajos de expansión de aquel lugar con frecuentes viajes a las comunidades de las dos congregaciones, que van creciendo por todo el mundo.
La vastísima obra de Madre Esperanza, de repercusión internacional, tiene sin embargo escaso eco en su tierra natal. Hasta que el 22 de noviembre de 1981 recibe la visita de un peregrino muy particular: Juan Pablo II, que decidió acudir al santuario de Collevalenza para dar gracias al Amor Misericordioso. Las páginas de este periódico lo contaron y 'La Verdad' envió rápidamente a Pedro Soler hasta la Umbría italiana para que pudiéramos conocer más de cerca a esta santomerana, humilde huertana de El Siscar, por la que el Santo Padre sentía especial cariño. Apenas un año después de aquello, el 8 de febrero de 1983, a las 8 de la mañana, la beata fallecía. Su Buen Jesús, a quien ella había 'robado' de pequeña, le quitó el último suspiro.
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