A pata por la 'güerta'
No es lo mismo correr que pasear. Caminando percibes detalles que se te escapan a cierta velocidad. Me ocurre durante mis inmersiones en la Huerta de Murcia
El coronavirus me ha dejado sin mis paseos mañaneros por la Huerta de Murcia. Yo antes apenas caminaba por la 'güerta': o circulaba en bici por sus brazales y carriles o corría, pero una lesión en el psoas (un músculo del que no había oído hablar en mi vida) me ha reconvertido a la fuerza de 'runner' lento a andarín rápido. Espero que solo por un tiempo. Mientras tanto, la reducción de velocidad ha cambiado mi perspectiva de la trama de minifundios que rodean el casco urbano, sus acequias, bancales, casitas y casoplones; he descubierto rincones nuevos y he mirado los de siempre con otros ojos. Ahora que el confinamiento obligatorio me priva de mi recorrido diario (una hora y cinco minutos a paso ligero), me doy cuenta de lo mucho que me gusta ir paso a paso entre limoneros.
No soy ningún iluso. Hasta yo sé que cada vez queda menos Huerta, que el espacio agrícola tradicional se está convirtiendo en una macrourbanización donde proliferan chaletazos con piscina y garaje subterráneo. Cada vez hay menos cultivos y más cemento, menos agua corriendo a la vista y más acequias entubadas, pero... aún permanecen bien conservados algunos lugares por los que merece la pena darse un madrugón.
En el eje de mi itinerario (Calle Doctor De la Peña, Camino Torre Falcón, Senda de Granada, Camino de Guadalupe, Carril de los Luises, Camino Puente Magaz, Carril José Pura...) encuentro algunos destellos de lo que algún día fue la Huerta, aunque el inicio del recorrido es desalentador: el bonito camino paralelo a la urbanización Joven Futura se ha convertido en un vertedero incontrolado en el que se acumulan colchones, mesas y sillas, escombros, cristales...
Como el Ayuntamiento no ha retirado los desechos, el efecto llamada ha multiplicado la presencia de la porquería. Por estos motivos, muchos pensamos que el Bando de la Huerta es una 'performance' irónica.
Y cada poco, una nueva mansión emerge entre tahúllas de limoneros. Pero las sombras de la descuidada Huerta de Murcia no me desaniman del todo.
Así que avanzo con los oídos y los ojos bien abiertos y descubro que ya hay abubillas que pasan el invierno en Murcia; levanto la cabeza y localizo al cernícalo inmóvil antes de caer sobre algún ratón; a los mirlos cruzando apresuradamente de huerto a huerto. Y si salgo muy temprano, llego a tiempo de escuchar al mochuelo.
Ya me conozco a todos los perros desde Espinardo a La Ñora. A algunos les he puesto nombre.
De regreso, me gusta desviarme por un lateral del Camino Puente Magaz para encontrarme con uno de los espacios libres más grandes de esta zona de la Huerta: una especie de jardín salvaje lleno de vegetación oculto por las casas que lo rodean. Un rincón secreto donde me detengo unos minutos para revisar los mensajes del móvil antes de volver sobre mis pasos.
Regreso siempre a casa con la cabeza ordenada y un limón en la mano.