Un año insípido

Miércoles, 28 de junio 2023, 00:04

El ajo en todas sus formas. Crudo a bocados con pasteles de carne y estofado en las lentejas y los asados de cordero, principalmente. La primera cerveza al llegar al bar. Esa que derrama la espuma sobre la barra y que te bebes echándote hacia adelante. El olor del vino de Jerez, el brandi 1866, que era el suyo. Las naranjas pequeñas, los michirones con palillo.

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Las habichuelas con vinagre, todas las hogueras con madera, meter el plástico del arroz Embajador en la lumbre como hacía su madre. Ir metiendo hojas de limonero al fuego mientras se cocina el arroz para que el humo vaya aromatizando la paellera.

Las anchoas. El queso azul, el jamón en tacos. Repelar un jamón. Empezar un jamón. Las costillas de cabello de ángel, el arroz con leche, los higos, los higos secos, las pasas, las naranjas pequeñas y el chocolate puro. Los pastelillos y las tortas de conde en Navidad.

Los medios vasos de leche sin nada más, los vasos de agua hasta arriba. La tortilla de patatas fría por la noche a bocados cogida con dos dedos, que es como más buena está.

Las patatas fritas chips hechas en casa, las tostadas de sobrasada con café malta mirando al mar. Las aceitunas partías, las quisquillas crudas, los mejillones de lata con alioli, el tocino salado...

El cocido frito del día siguiente, beberse el jugo que queda en el plato de las acelgas cocidas levantando el plato, las cocochas en todas sus formas, la chistorra, el 'steak tartar' con unas gotas de tabasco. Ponerle verduras muy finas antes de terminar un arroz y costillejas, probar una lata de conservas nueva. Los chipirones en su tinta, la fabada, las ostras, el vino Estola, las alubias con tomate de los hoteles con desayuno inglés.

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El '¿quieres probarlo?'. El 'a mí lo que me toque'. La lengua en salsa, el chorizo pamplonica, la salchicha de la venta Benito, el pan redondo, las trenzas de pan, el pulpo al horno. El helado de turrón y el de 'tutti frutti', el 'Juanillete' del restaurante Rumbo de Pamplona, los chorizos y sardinas a la brasa, y el Marie Brizard en el café. Estos, y algunos más, son los platos que más le gustaban a mi padre. Ahora, cada vez que llegan a la mesa, un amigo los menciona o los leo en la carta de un restaurante, un pellizco interior se me clava en la boca del estómago. A veces no comento nada, otras sí, y disfruto cada plato como hacía cuando él estaba. Solo que, desde hace un año, todo lo encuentro mucho más insípido.

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